El día estaba frío y nublado.
Jimin miró hacia la copa del árbol tratando de divisar el sol a través de la espesa niebla.
Había dejado la Casa Central hace unas cuatro horas aproximadamente. Yacía sentado como de costumbre sobre una de las ramas más altas del árbol con mayor altura de la zona. Se mantenía en silencio y en alerta extrema, a diez metros del suelo.
La Casa Central debería estar a unos siete kilómetros. Quizás estaba siendo ambicioso, pero quería extender el perímetro seguro.
Cuando creyó que ya era la hora de regresar, sacó de su mochila una tira del lienzo azul, amarrándolo a una rama cercana como señal de posible territorio libre de amenaza. Una vez listo, aseguró la cuerda de su cintura junto con el arnés para poder bajar a tierra firme, pero se detuvo abruptamente al olfatear aquella fragancia de pudrición. Su cuerpo automáticamente se puso en alerta, manteniéndose quieto, sin emitir ruido alguno.
Sus ojos inmediatamente escanearon a su alrededor, en busca de uno de ellos.
No se tardó en escuchar pisadas torpes y arrastradas, junto con una respiración forzosa.
Miró hacia abajo, y lo vio.
Un infectado se acercaba lentamente, como si asechara a su presa.
Jimin se maldijo por no haberse percatado del ave muerta tirada en el suelo. El olor a sangre siempre los atraía, como polillas a la luz.
El infectado pronto tomó a su presa y la olfateó cuidadosamente.
Jimin no le quitaba el ojo de encima, manteniéndose en silencio absoluto desde las alturas. Podría bajar y asesinarlo, con un golpe limpio y certero, pero corría el riesgo de que el infectado no fuese el único que haya estado tras la carroña.
El depredador engulló parte del ave, pero se detuvo después de un par de mordidas, dando una ojeada a su alrededor.
El hambre los cegaba, ellos eran bestias sin raciocinio, sin inteligencia, solo actuaban por instinto, pero ahora el infectado se tomaba su tiempo, olfateando, e incluso examinando lo que quedaba del ave.
Jimin se estremeció cuando de pronto el infectado soltó un chillido horrendo, uno tras otro. Jimin tomó entre sus manos sus machetes, listo para atacar, sin comprender lo que estaba sucediendo, pero la situación se tornó peor aún cuando distinguió a lo lejos como otros dos infectados se acercaban.
¿Acaso él...?
No era común que ellos anduvieran en manadas, eran depredadores egoístas que solo querían saciar su propia hambre, pero los ojos de Jimin fueron testigos de como aquellos monstruos se acercaron y terminaron de engullir lo que restaba del ave, mientras que el primero intercalaba su atención entre ellos y en la búsqueda de su siguiente presa.
Jimin no supo con exactitud cuanto tiempo transcurrió hasta que por fin los infectados comenzaron a moverse, alejándose del lugar uno por uno. Soltó el aire contenido en sus pulmones, liberando un poco la tensión de su cuerpo.
El último infectado estaba pronto a perderse entremedio del tórpido bosque, pero detuvo su andar, volteando hacia atrás.
-Imposible. -susurró Jimin sintiendo que su corazón palpitaba feroz contra su pecho.
El infectado hizo el amago de olfatear al aire, hasta que por fin dio con lo que buscaba.
A Jimin se le cortó la respiración, sintiendo un escalofrió desagradable recorrer por su espalda. El infectado estaba observándolo directamente. Jimin no movió ni un solo músculo de su cuerpo, mientras estaba bajo el escrutinio del depredador. Pero fuera de todo pronóstico, el infectado no hizo el intento de acercarse a él, por el contrario, retomó el paso y se perdió en medio del bosque.
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Bajo tierra |PJM+JJK|
Fanfiction2048, el año que todo cambió. Un experimento se salió de control. Aquello que se creía la salvación, la cura, la fuente de vida, se transformó en un virus letal que azotó la tierra. Las personas no morían, sobrevivían, pero ya no eran ellas mismas...