ᴍᴀᴅ ʜᴀᴛᴛᴇʀ ❥ ᴀʀɪsᴛᴇᴍᴏ [ᴛʜʀᴇᴇ sʜᴏᴛ]

❥ ❛❛ Entre conejos, cosas raras y un hombre lindo❛❛

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♫ ¿Y qué si estoy loco?

Las mejores personas lo están ♫

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Media noche y solo se podía escuchar en la antigua casa el sonido lejano de las voces discutiendo temas que a su corta edad de doce años no comprendía. Su padre tenia nuevamente una junta con sus socios sobre un nuevo proyecto de exportación hacia Reino Unido.

No debería estar en el pasillo curioseando, debería estar en cama y con las dos colchas cubriendo su pequeño cuerpo. Pero había algo que le inquietaba así que de puntitas para que ninguna de las empleadas de servicio le escuchará y fuera a delatarlo con su madre o cualquiera de sus hermanos, caminó hacia la puerta del jardín trasero.

Sus dedos contrayéndose ante la frialdad del suelo cubierto de césped y hojas marrones debido a la estación en la que se encontraban. Miró a todos lados, la inquietud seguía y gracias a ella logró dejar el miedo atrás y se adentró en lo más hondo del bosque que rodeaba su casa.

El ulular de un búho se oyó a lo lejos, el sonido de ramas moviéndose con el viento y el de sus propias pisadas siendo amortiguadas por las hojas secas le recordó que debería haberse puesto zapatos. Pero eso dejo de importar cuando en medio del denso bosque donde la oscuridad predominaba, de pie en sus patas traseras un brillante conejo blanco de ojos rojos le miraba a la distancia.

Ojos carmín que parecían más de lo que eran. El animal no se movía, como si estudiara sus movimientos. No supo quién había roto el contacto visual, sólo sintió el fuerte viento de la noche impactar de lleno en su rostro mientras veía aquellas patas manchadas de barro correr lejos.

Quizás si atrapará al pequeño podría volver a conciliar el sueño, mañana había nuevas lecciones de etiqueta con la vieja señora Donovan y no podía darse el lujo de ser holgazán. Con muchos pensamientos abrumando, perdió su atención de aquella bola de pelos, mirando como se encontraba ahora solo en medio de la densidad del bosque.

- ¿Mami? -preguntar era en vano, llamarla igual. Su madre estaba demasiado lejos tendiendo en mente que su pequeño estaba en su quinto sueño.

Grandes y gordas gotas saladas salieron de sus ojos, recorriendo y dejando un rastro de vulnerabilidad en su pequeño rostro tierno. El silencio que le puso la piel como la pelusa de un durazno.

Un rama rompiéndose.

Y la sensación de vacío. Solo el gritó de un pequeño de doce años quedó en medio de la densidad.

Golpe tras golpe, cayendo en una confianza nula y las cuerdas vocales exigiendo más de lo que podían. Sentía el desespero, las ganas de estar en brazos de su progenitora y no haber salido esa noche. Pero era demasiado tarde.