Me gustaría contarte la historia de una nena, que tendría más o menos tu edad y que le gustaba jugar casi a los mismos juegos que a vos, pero como esto sucedió hace mucho tiempo, por ejemplo, no conocía lo que era una computadora.
En ese tiempo vivía con su familia en Avellaneda, un barrio del sur del Gran Buenos Aires, relativamente cerca del puerto, ya que su papá era marino mercante. Mientras él viajaba, su mamá cosía y tejía ropa. Siempre la veía frente a su máquina Singer, pedaleando un ruido monótono y metálico. También tenía que ocuparse de la casa y de sus cinco hijos, la mayoría del tiempo sola, pero era paraguaya (después de la Guerra de la Triple Alianza ya tienen incorporado en sus genes el matriarcado), por lo que poseía la fuerza y el carácter para sobrellevar el gobierno de una familia numerosa por sí sola. Ella era la menor de estos cinco hermanos y era la preferida de papá, por el simple hecho de que era la que se sentaba en el tapial de la vereda y cuando veía doblar la esquina la imponente figura oscura salía corriendo todo lo que le permitían sus cortos pasos para lanzarse a los brazos fuertes que la recibían con todo el cariño que había reservado durante esos meses. Era tanto que a veces su papá tenía miedo de no medir la fuerza de su abrazo, pero la mayoría de las veces era él el que sufría el ahorcamiento infantil.
Se habían mudado a Avellaneda cuando tenía dos años. Habían dejado Campana por un problema familiar; por ese motivo los hermanos mayores sufrieron este cambio y lo vivieron como una época conflictiva, mientras para ella había sido lo mejor que le había sucedido en su pequeña vida. En Campana era la reina de la casa, de la cuadra, de la plaza, del almacén... era la pichona en todos lados, pero acá por fin tenía amigos de su edad. Junto con Alicia, su amiguita de la casa, se adueñaban del patio después de que las madres lo hubiesen baldeado. Se divertían con las hormigas que cruzaban desde los malvones hasta los helechos. A veces las hacían desviar de su camino y se formaban distintas hileras, mientras se reían de lo tontas que eran; otras veces las bombardeaban con cascotes y las veían huir desesperadas.
Alicia era la nieta de doña Ángela, quien les alquilaba una habitación en su casa. Lo único feo que recordaba de Avellaneda era la cocina que les habían asignado. En realidad, era chiquita y horrible. Doña Ángela era la viuda de un amigo del papá, quizás un ex compañero de barco o bien del sindicato. El barco de este hombre había dado vuelta campana y, como sucede en estos casos, se trató de una trampa mortal. Lo más probable es que no hubiera habido sobrevivientes y si los hubo, no fue el caso del marido de esta señora. Entonces don Pedro, su papá, como comunista activo, se juntó con otros compañeros, con quienes reunió un porcentaje de su sueldo para formar una pensión que ayudara a la mujer viuda con ocho hijos. Así fue que, cuando surgió el susodicho problema familiar, se fueron a Buenos Aires y le alquilaron esa habitación y esa cocina.
El otro que estaba contento por el cambio de domicilio fue su hermano mayor, que era ya todo un adolescente y comenzaba a tener diferentes filitos. El que ella conoció fue con la vecina de enfrente, Ofelia, una linda chica morena que se quedaba en la vereda todas las tardes. Fue también en ese barrio que su hermano comenzó a andar con yuntas poco recomendables. Por ejemplo, el hermano de Alicia, que se llamaba Juan, salía con una mina del barrio y fueron los propios cuñados que lo encararon y le robaron la bici. Eran tipos que se paseaban con su colita engominada y piropeaban a las chicas que estaban en la vereda como la tal Ofelia. Era un lindo barrio, donde podía jugar en la vereda amplia de baldosas con canaletas rayadas.
Su hermana mayor, a quien decía "mami", como una especie de sobrenombre, era la que daba órdenes y llevaba la información a las jerarquías superiores. Debido a la cantidad de gente que componía esa familia, se manejaban con una estructura jerárquica y ella venía a ser el cadete, la última incorporación a las filas. Los hermanos del medio tenían una relación más unida y la hermana tenía como cierta idolatría por el otro que era unos años más chico.
Entonces, primero estaba Mauri o "mami" que representaba la imagen sustituta de la madre cuando no estaba, o bien, el segundo en jefe. Siempre tenía que reafirmar las órdenes impartidas, por eso a veces era más dura en la exigencia de la obediencia. Como doña Edelmira procedía de Paraguay, estaba acostumbrada a que las camas se hicieran en forma completa, sacudiendo las sábanas y volviéndolas a colocar (costumbre práctica cuya función pudo constatar en su viaje a Paraguay años más tarde con sus propias hijas, donde en la casa de un primo una mañana encontraría una enorme araña muerta entre sus mismas sábanas). Por este motivo las hijas debían desarmar las camas todas las mañanas y volverlas a hacer con un prolijo procedimiento que solamente pudo observar en las mucamas de hospital. En realidad, era un servicio militar para mujeres, porque los quehaceres domésticos no eran tarea para hombres. Esta postura era lógica en el campo, donde los trabajos pesados corresponden al género masculino, pero en la ciudad sus hermanos eran los príncipes que debían ser atendidos. Esa mentalidad también impuso que fueran los hombres los que terminaran el secundario e incluso iniciaran estudios universitarios, ya que en el futuro tendrían que mantener a sus respectivas familias; mientras tanto las hermanas eran las que en vez de estudiar primero se ocupaban de la casa y después salían a trabajar.