Un día estaba jugando con Alicia a saltar de baldosa en baldosa, de una blanca a otra blanca o de una negra a otra negra. Ya habían recorrido el patio como diez veces y seguían saltando. En eso salieron a jugar Alba y Mario, sus hermanos. Alba llevaba en las manos a las mujeres (figuras de mujeres recortadas de la revista Radiolandia) y Mario tenía una caja con los hombrecitos (dibujos recortados de la revista de historietas, como El Tony o Intervalo). No tenían muñecos, pero ellos se las habían ingeniado para poder jugar. Años más tarde, sus hijos y sus sobrinos jugarían con los soldaditos, los muñequitos Jack y las Barbies, pero por el momento las historias se representaban con famosas cortadas por el torso y por diferentes personajes de colores. La más imaginativa era Alba, que elaboraba relatos complicados y la mayoría de las veces románticos. Su hermano, en cambio, dibujaba a la perfección y pintaba los escenarios en algún papel que encontraba por ahí.
Lilia y Alicia se acercaron a ellos. Los habían visto preparar el lugar para ponerse a jugar. Un vaquero estaba escondido detrás de una planta que estaba en una maceta roja. Era el forajido Joe que se aprestaba a asaltar una carreta que estaba ladeando el gran risco macetario. Su conductor no se había dado cuenta de que sobre el risco un enmascarado lo acechaba; sólo se percató de su presencia cuando lo tenía encima e hizo desbarrancar la carreta.
Mientras sucedía esto, Mario iba relatando:
- Manos rápidas Joe vuelve a sus andanzas. Se ha enterado de una caravana que se dirige al puerto de Maryland con un cargamento de las minas de oro. Con la agilidad de un puma se lanza sobre el cochero y se traban en una feroz pelea. Entre puño va y puño viene, Joe saca velozmente sus dos armas y le dispara en la cabeza.
- ¡Socorro, socorroooooo...!- gritaba una Susana Campos manejada por las pequeñas manos de Lilia, que se había metido en el juego ajeno.
- Salí, nenita...- la sacó de un empujón su hermano.
- Pero... yo también quiero jugar- dijo con la Susana Campos sonriente en la mano.
- Tarada, no sabés nada- le respondió y le dio la espalda.
Alba trató de contemporizar entre los dos y le explicaba a la chiquita:
- Eso pasa en el Lejano Oeste y no podés aparecer con un gigante que es más grande que la carreta y para colmo con ropa moderna. Vení, acá está Francisco de Paula haciendo una fotonovela.
- Ése no es Francisco de Paula- respondió Lilia compungida.
- Ya lo sé. Pero para mí es él y punto. Además, está caracterizado para la fotonovela.
- Noooo... que se vaya- comenzó a los gritos su hermano.
- ¡Está jugando conmigo!
- Igual molesta- dirigiéndose a Lilia acotó: -De esta baldosa no pasás o te tiro de los pelos y le digo a Mami que saliste a la vereda sin permiso.
Lilia se encogió de hombros.
Comenzaron a escuchar gritos que venían de la calle. Parecían las voces de dos mujeres, pero utilizaban palabras fuertes. Se miraron y salieron corriendo a ver. También doña Edelmira y Mami se asomaron de la cocina.
Se trataba de la vecina de al lado. Una mujer alterada le estaba gritando de todo.
- Dejá de cogerte a mi macho o la próxima te rompo todos los huesos –le decía una señora a una chica mucho más joven.
- Yo hago lo que quiero –respondía ésta con los brazos cruzados.
- Callate la boca, putarraca –le espetó.
- Conchuda...
- ¿Conchuda yo? Vos la tenés así de tanto que la usás- dijo uniendo los pulgares y los índices de sus manos-. Te veo cerca de mi casa y te hago una canaleta en la cara, ¿entendiste? –terminó pegando media vuelta.
- Te baila gente en la azotea.
Al ver que la discusión concluía sin ningún tipo de acción, la gente que se había amontonado comenzó a dispersarse; la mayoría un poco disgustada porque no había pasado a mayores.
Los chicos se reían e imitaban a alguna de las dos adversarias:
- Cerrá el pico –le decía un nene a sus amiguitos. Mientras detrás de él un muchacho agregaba para los suyos: - Lo que tiene que cerrar son las piernas, lo que.
Los hombres gesticulaban y alababan a una o a otra:
- ¡Qué buenas pechugas tiene la colorada!- comentó un hombre haciendo un gesto con las dos manos.
- Yo quiero entrar en esa canaleta- saltó otro con mirada lasciva.
- ¡Antonio, sos un guarango!- acotó una mujer que estaba detrás del último hombre.
- Guaranga es nuestra madre que te hizo nacer- le espetó éste cuando se dio vuelta y se encontró con su hermana.
- ¿Qué querés decir?- avanzó ella con las manos sobre las caderas.
- Que sos un insulto a la naturaleza- siguió el hermano muerto de risa.
- Che... es tu hermana- trató de contemporizar el amigo.
- Que ya tiene 25 años y quedó para vestir santos. Ni poniendo a San Antonio patas para arriba consigue novio.
Ya la hermana se iba con la mirada triste pensando en que era cierto lo que había dicho su hermano. San Antonio nunca la había escuchado y eso que iba todos los domingos a misa y se confesaba con el cura Alonso. Todas las mujeres de su edad estaban casadas y tenían hijos; cada vez que se las cruzaba notaba sus miradas de pena e incluso tenía la sensación de que cuchicheaban a sus espaldas. Su vida se desarrollaba entre los quehaceres de la casa y la misa... así nunca iba a conocer a nadie. Entonces fantaseaba que un día cuando saliera de la iglesia casta y pura después de haber confesado todos sus pecados, un hombre la raptaría y se la llevaría a un terreno baldío, donde la sometería bajos sus manos fuertes y su miembro firme.
Sus ensoñaciones fueron interrumpidas por los gritos de alegría de una nena, que no era otra que Lilia que había visto a un papá doblar la esquina y salía corriendo a recibirlo.