- ¡Papá...! ¡Papá!- gritaba con los brazos abiertos y con su vestido con flores al viento. Pero antes de llegar se frenó en seco. Su papá no había dejado su valija de viaje en el piso y tenía una mano escondida detrás de su espalda. De repente su cara infantil se iluminó y se acercó despacio preguntando:
- ¿Qué tenés escondido?
- Nada, si siempre traigo mi valija nada más- respondió serio.
- ¿Y por qué tenés la mano en la espalda?- inquirió señalándola.
- ¡Ah, la mano...! Me duele mucho la espalda. Tuve que levantar algo pesado y quiero llegar rápido a casa, pero mi hija menor no permite que eso suceda y la espalda me duele más- haciendo toda una escena que la pequeña se creyó.
- Uy, perdón, pa. Dame- le dijo, mientras le sacaba la valija de la mano. Si bien era una pequeña valija de cuero marrón, para ella era muy pesada y la tenía que llevar con las dos manos-. Mamá está cocinando una rica comida. Se siente el olor.
- ¿Te cuento algo?- miró a la nena que estaba concentrada en cargar la valija.
- Sí... ¡Puff, cómo pesa!
- Finalmente, tuvimos que ir con el barco a Campana...
- ¡La muñeca!- saltó de alegría.
- Esperá que te estoy contando.
Desde que habían venido de Campana ella le pedía que le comprara una muñeca y tenía que ser de esa ciudad. Últimamente no iban con el barco para allá y además no había dinero para efectuar ese gasto. Pero esta vuelta había cobrado y mientras caminaba hacia la parada de colectivo vio una hermosa muñeca en la vidriera de un negocio. Era un juguete usado, pero era grande y linda.
- Cuando llegué a Campana, había una nena sentada en la plaza, ahí donde siempre jugabas vos. Como estaba llorando, me acerqué y me contó que se tenía que mudar por el trabajo de su papá y que no podía llevarse todos sus juguetes.
- ¡Como nosotros!
- Sí, como nosotros. Y acá está la nena de Campana- terminó mostrándole la muñeca que escondía detrás suyo.
- ¡Papá... es una muñeca!- con tono de reproche como si su padre no supiera diferenciar entre una nena y una muñeca, pero contenta a la vez.
Ante esa respuesta, el hombre agarró la muñeca con las dos manos y con los brazos extendidos la miró como si la viera por primera vez.
- ¡Ah... tenés razón! No es una nena. Voy a tener que ir al oculista- y se la dio.
- ¿¡Es mía!?- sin poder creerlo. –¿Esta muñeca linda es mía? ¿Solamente mía?
Alguien que tuvo muchos hermanos sabe a qué venía esa pregunta. Ellos eran cinco, por lo tanto vivían en una sociedad de base comunitaria. Cuando eran chicos, los juguetes eran de todos, salvo que fuera un regalo especial por cumpleaños, Navidad o Reyes, o bien, se los armaran ellos mismos. Las ropas pasaban de varón mayor a varón menor y de mujer a mujer a medida que fueran entrando. Si había una manzana en la mesa, nadie presuponía que estaba ahí para ser comida por el primero que pasara. Primero se preguntaba: "¿Es de alguien esta manzana?" o "¿Alguien va a querer esta manzana?", entonces recién después ponía ser llevada a la boca. Ya más grandes, los hijos que trabajaban (en líneas generales las mujeres) debían entregar su sueldo que era administrado por doña Edelmira, que repartía según las necesidades que iban surgiendo. Incluso cuando sus hermanos decidieron casarse los fondos familiares fueron dirigidos a financiar el casamiento y la fiesta en sí, sin importar si el que se iba a casar trabajaba o no, ya que pronto tendría que mantener su propia familia. Estas leyes podían ser justas o injustas, pero así se vivía bajo ese techo (y al que no le gustaba tenía las puertas abiertas para irse). Pero solamente podía cruzarse el umbral de la mano de un esposo o de una esposa.