II.

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    Varios días habían pasado. Los demás comenzaron a olvidar el asunto de la fotografía. No él. Él pensaba en ella todas las mañanas. Mientras se duchaba, pensaba que su mail era bastante fácil de conseguir, está en la página de la brigada, además que él había aparecido algunas veces dando informes a los noticieros, no era un perfecto desconocido. Pero tampoco era el más exitoso de todos los detectives de la zona, menos de la ciudad. ¿Por qué le escribió a él? ¿Qué tenía él de especial?

    Alcanzó a comer media marraqueta cuando lo llamaron para avisarle que estaba lista la autopsia y que por favor fuera a hablar con la forense. Por fin. Demasiado tiempo de espera, no para la policía, sino para la familia.

   Mientras conducía a la oficina, ansioso por tener finalmente la causa de muerte, que esperaba que lo ayudara a salir del estancamiento en el que se encontraban, pensaba que este era el caso que más le había interesado en mucho tiempo. Esa ansiedad no se iba.

     Recibió un mensaje de texto. Espera al siguiente semáforo para revisarlo. Casi pierde el control del automóvil. Era la fotografía de una joven, de unos treinta años, que lucía de la misma forma que la anterior: las manos en el pecho, rostro mirando hacia el cielo. El lugar parece un hospital o un recinto médico. Le es familiar. Cambia de dirección, mientras le avisa a los demás que vayan también.

      El corazón le latía con fuerza. Si se apuraba, si resultaba ser cierto, ¿podría alcanzarlo? ¿Era un hombre, no? Esos golpes en el pecho y en el cuello, debía de ser un hombre o una mujer fornida. Su experiencia le decía que existía mayor probabilidad de que fuera un hombre de mediana edad.

    Sí, efectivamente lo conocía. En ese hospital nació su hijo mayor, pero fue cerrado dos años después debido a una plaga de termitas que no pudieron controlar que había dejado inutilizable el primer piso. A la chica la encontró en una habitación que solía ser urgencias, tendida en un catre. Se demoró demasiado en encontrarla. El silencio alrededor era tan intenso que podía ir como rugía su respiración.

     La contempló durante algunos minutos antes de que llegaran los demás. Parecía más joven que la anterior. Más joven. Tenía un moretón en el ojo izquierdo que el maquillaje no pudo tapar del todo. Al parecer esta vez él no tuvo tanta preocupación por no dañar el rostro, o ella puso más resistencia. Era menuda pero ancha.

      Más joven. Y el psicópata tenía su número de celular.

    Después de estar toda la jornada recaudando información de la nueva víctima y del lugar, decidió pasar a ver a sus hijos. Se había separado hace unos meses de su esposa. Por acuerdo mutuo, ella quedó a cargo de los niños. Aun eran pequeños, no tenían ni diez años. Antes de llegar, pasó a un cine y compró un balde de cabritas.

      Su ex esposa lo saludó amablemente, pero siempre guardando distancia. No le importaba. Solo quería abrazar a los niños, jugar con ellos y leerles un cuento antes de dormir. Luego de haber hecho esto, ella le preguntó si se encontraba bien. Afirmativo. Luces ansioso, dijo. No respondió.

      Mientras caminaba hacia su auto, la miró volver a casa y sintió un repentino deseo de acostarse con ella. Hacía mucho que no sentía eso. Hacía mucho que no sentía nada. Lo que pensara ella le causaba indiferencia. Solo quería tomarla por el pelo, bajarle la falda y eyacular en su espalda.

     La ciudad quedaba a oscuras. Encendió las luces. ¿Qué le sucedía? Era el caso. Ese tipo estaba jugando con él, enviándole esas fotos, un maldito asesino serial que ni siquiera firmaba. ¿Tan soberbio era que creía que sabrían quién es? ¿O no quería que lo encontraran? No, los psicópatas quieren ser encontrados.

    Quieren ser encontrados.

Las MaríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora