03. stay in memory.

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Somos criaturas miedosas, y eso es algo bueno. El miedo enciende la llama de la supervivencia, marca bien los límites, y lo más importante: te recuerda y te ayuda a valorar el tiempo tan corto que tenemos en este mundo.

Por supuesto, todo miedo que se vuelva patológico y provoque una respuesta fisiológica sobredimensionada no ayuda en absoluto: cuando el miedo es desproporcionado y se anticipa mucho antes de que ocurra el evento, sin ni siquiera saber con seguridad que ocurrirá, estaríamos entrando en el terreno de la ansiedad clínica. Sin embargo, de todos esos miedos, pocos se sienten tan profundamente asfixiantes como el huérfano temor a sentirse solo.

Sentirse solo, no estar solo. Estar solo es una mera casualidad entre el tiempo y el espacio que no significa nada si no va acompañado por el propio sentimiento de desamparo. Sentirse solo va más allá y bien lo sabía Víktor, pues la soledad que vivía con él era completa. Hasta opresiva, puedo agregar, porque después de todo, el mayor miedo del ser humano nunca ha sido la muerte, sino el olvido. 

Quizá ambas podrían tomar ese papel; si lo pensamos con detenimiento, la muerte es el exponente máximo de olvidar y ser olvidado. Sin embargo, la soledad va un paso por delante, una sensación de estar muerto en vida que es sin duda lo peor de ambas opciones: ser consciente de que eres olvidado.
Y Víktor lo era.

Es por eso que se esmeraba en aferrarse con todas sus fuerzas a la idea de que, tal vez, aquel incompleto mundo no estaba tan despoblado como parecía, y tomaba el prodigio de ayer como una clara prueba de ello.

Ni entonces supo ni sabrá jamás definir las complejas impresiones que le produjo la súbita aparición de aquel espectáculo ante sus ojos, en cuyas retinas conservaba todavía estampada la imagen del blanco valle salpicado por las primerizas gotas de lluvia, y la aparición soñada de ese impotente arco de múltiples pigmentos que adornaba los vientos de la mañana.

Aquel milagro logró encender una pequeña chispa en él, la misma que creía perdida y desvariada con el paso de los años. ¿Emoción, ilusión, esperanza? Quizá una mezcla de todas y ninguna al mismo tiempo. Pero tenía claro que ansiaba descubrir más, quería desvelar los límites de lo que HP podía hacer para él.

Sin embargo, el día de hoy no halló consuelo en aquella esfera luminosa. Quedó aguardando su aparición con nerviosa impaciencia, en vano, ya que la presencia no volvió a comunicarse. Ni siquiera la inscripción de su mano cambió, se mantuvo intacta.

Le preocupaba y entristecía a partes iguales aquella ausencia tan prolongada, escasa de cualquier tipo de pretexto. Incluso comenzaba a delirar sobre ello, alegando que sólo se trataba de una alucinación que lo cegó, que lo hizo sentir el primer día la dulce turbación, para luego sufrir el voluptuoso y permanente abandono.

La dicha que le brindó entonces HP lo había hecho tan feliz que se olvidó por completo de lo que era la soledad, y ahora que había vuelto a experimentarla ya no podía lidiar con ella. Albergaba la creciente sospecha de que el universo se estaba riendo de él; sintió un deseo instintivo de echar a correr y ocultarse con su dolor en el último rincón del mundo, acompañado de la imperiosa necesidad de romper en llanto.

Rasgaba el silencio del atardecer con lánguidas y entrecortadas súplicas, pero el universo parecía no escucharle, pues no hacía nada por concederle sus anhelos. Y oculta el rostro entre las manos, la mirada en el vacío, teniendo ante su vista toda su existencia, dudosa, sin fondo, como un precipicio, quedándose absorto.

No sabe bien qué malditos pensamientos asaltaron entonces su debilitado y fatigado espíritu, llegándose a imaginar con los colores más insoportables, el porvenir de una lucha continua contra su propio pensamiento, blanco. Se negaba a admitir que estaba comenzando a desarrollar el mal hábito de la dependencia. Sintió un disgusto profundo, absoluto, como una imposibilidad de vivir.

En todo aquel desvainamiento de esperanza, una voz vibrante, armoniosa y llena de sentimiento hizo acto de presencia en su mente. Le pedía encarecidamente que se secase las lágrimas y sonriera, que nunca perdiera la fe en el regreso de aquel espíritu. Debía mostrarse fuerte, pues él era más que capaz de soportar esa solitaria espera. Después de todo, eso era justo lo que llevaba haciendo toda su vida.

Su rostro todavía congestionado por el llanto pareció suavizarse ante sus palabras, que imprimió en él una serenidad admirable, reflejo acaso de la conciencia satisfecha por el deber cumplido.

En la búsqueda de alguna distracción que hiciera más llevadero su desamparo opaco de soledad, clavó su mirada en el blanco potente que entraba por el ventanal, dibujando un trapecio de luz en el suelo. Vio partículas de polvo flotando en el aire, cándidas e inocentes como el cuarzo, suspendidas en el espacio.

Por debajo de nuestra percepción, existen universos enteros.

໒ㅤ𝘣𝘭𝘢𝘯𝘤𝘰ㅤ  𓂃ㅤvolkacio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora