Al despertar, su mirada acostumbraba a vagar por el círculo de montañas grises, sombreadas debido a la iluminación nocturna, recordando lo que en un pasado fueron y lo que, en su destino escrito estaba, jamás volverían a ser. Entonces, la fuga de la mañana arrasaba aquella memoria, bañándola en color y en vida en forma de amanecer lívido y frío, flagelado por las olas opacas del viento.
Veía muchas veces un gran pedazo de cielo azul sobre la cordillera lejana, que se iba extendiendo lentamente hacia los cuatro puntos cardinales, dejando suspensas sobre el horizonte algunas levísimas rayas de niebla púrpura asemejando grandes cejas. Él, maravillado ante la visión que seguía sin aburrirle a pesar de haberla visto ya en multitud de ocasiones, no podía menos que sonreír bobamente frente al cristal de la ventana.
Sin embargo, hoy cesó de súbito su éxtasis mañanero (o quizás, sólo retrocedió para volver con más fuerza) cuando atinó a contemplar su propio reflejo en la inmaculada cristalería del gran ventanal de su alcoba: sus párpados se abrieron con una curiosa mezcla de sensaciones que recogía dicha, escalofríos y sorpresa cuanto menos, mostrándose sus pupilas dilatadas con un rastro vidrioso y mate.
Sus ojos ya no eran blancos.
Ambos se colmaban hasta arriba de diferentes pigmentos, contrastando con el resto de su cuerpo, que aún se apegaba a su idealizado blanco. Con el rostro inclinado sobre el cristal que tomaba función de espejo, sus ojos extáticos contemplaban los más intensos matices que la luz iba despertando en ellos y atendía a todos los murmullos que sonaban en lo profundo.
Sus ojos vacíos se volvieron serenos, aquellos orbes que creía imposibles de descrifrar ahora parecían un libro abierto que confesaba al aire todos sus sentimientos, como una ventana directa al centro de su alma, en el que se podía leer con facilidad sus angustias más profundas y sus desdichas más recónditas.
Y no nos equivoquemos: aquella transparencia no se trataba en absoluto de un signo de vulnerabilidad, sino de humanidad: la más poderosa muestra de que eres capaz de reír, de llorar, de sentir, de emocionarte e ilusionarte, de sufrir y, en conclusión, de demostrar que sigues con vida.
Las emociones son una de las obras de arte más gloriosas del universo, ¿os imagináis lo marchita que debe ser el alma de quienes creen que es mejor contenerlas? Pobres espíritus perdidos que prefieren suprimir sus sentimientos, me compadezco de ellos.
Por eso, Víktor se consideraba inmerecedor de esa magia que adornaba sus pecadores ojos, inmerecedor de la realización de aquel deseo que había pedido tiempo atrás: el deseo de, al igual que su mundo, adquirir un poco de color. Sobraba decir que adivinó al instante la identidad del autor que había hecho posible aquella maravilla; desde luego, Horacio no dejaba de sorprenderle.
No podía negar que le gustaba aquella inocente sensación de afecto que profesaba Horacio con cada uno de sus actos, aquellos que le provocaban el ignoto sentimiento de amparo y protección que le hacía sentirse querido y apoyado. Si eso no era amor, estaba convencido de que debía de ser algo sumamente cercano a ello.
Quiso reírse de sí mismo al notar la facilidad con la que su boca se colmaba de espléndidos halagos cuando liberaba su nombre. Esperaba con febril impaciencia la hora de reencontrarse con él, en parte porque quería agradecerle infinito su generoso regalo, aunque mentiría si afirmase que no le motivaba el deseo de ser alabado por la persona que más tenía en estima.
Corrió al exterior anhelando verle allí, esperándole tras el cristal, como ya era costumbre en todos sus encuentros.
Sin embargo, no fue presuntuosidad de vanagloria ni sinceros agradecimientos lo que le entró al alma cuando contempló la imperturbable alegría que se esparcía por el rostro de su compañero, sino una enorme consternación, la sorpresa más dolorosa conocida, que le hizo rozar el inhumano y gélido sentimiento de sentirse monstruo y no persona.
El funesto y desgraciado blanco que se había escapado de sus ojos danzaba ahora en los de Horacio, amenazando desafiante con mudarse a aquel lugar para el resto de la eternidad. Mantenía el color en el resto de su cuerpo, sí, mas la que constituía su más maravillosa zona, colmada en un pasado de infinita paleta de pigmentos y colores que se fundían entre ellos como la más ancestral y poderosa de las alquimias, se encontraba ahora sumida en la homogeneidad del profundo vacío.
Se había adueñado de la chispa que lo caracterizaba. Víktor le había robado el color.
Y Horacio le sonrió, pero tenía la mirada muerta.
ESTÁS LEYENDO
໒ㅤ𝘣𝘭𝘢𝘯𝘤𝘰ㅤ 𓂃ㅤvolkacio.
Fanfiction⠀ ⠀ ⠀ La existencia de Víktor se limitaba a un triste y lóbre- go blanco. Horacio está dispuesto a compartirle todos sus colores. ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ volkov & horac...