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Kiara
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Hoy te voy a contar la historia de una Princesa que como toda joven tiene el deseo de enamorarse, pero no precisamente de quien debería.
Había una vez una princesa-sí, como todo cuento debe empezar-que vivía en un bello y enorme castillo construido en una empinada montaña. Era la construcción más grande de todo el reino. Se encontraba al borde de un abismo enorme y profundo que para llegar a él debías cruzar un puente largo y ancho.
La Princesa estaba siempre rodeada de lujos, cómodas camas y sillones, siempre alguien le seguía el paso y le servía en cualquier cosa que necesitara-incluidos caprichos-.

Su padre era el Rey de los Gautas, un antiguo reino en Götaland, Suecia. Llevaba la mejor vida y el mejor nombre que alguien podía darse en aquellos años pasados.
Desde que la princesa cumplió sus diez años todas en el reino añoraban con llegar a ser como ella. Soñaban con los lujos y prioridades que mantenía y claro, con su delicada y pura belleza. Muchos sospechaban que era producto de alguna magia o embrujo- ya que
tal belleza no había sido vista en ese pequeño reino-otros murmuraban que había sido concebida por un Dios y regalada a los reyes como obsequio celestial.
Cosa muy obvia ninguna era cierta, la pequeña había sido concebida por el amor de sus padres y robando los mejores genes que poseían, para convertirse en la niña más hermosa que aquel reino había engendrado.

Al cumplir los dieciséis a la princesa se le otorgó el derecho de tener acompañantes y guardianes para su protección. El reino había perdido la seguridad que antes tenía y había sido invadido por bandidos solitarios y desterrados de antiguos y lejanos reinos, lo que ameritaba que cada miembro de la familia real tuviera un acompañante por lo que a ella se le asignaron dos soldados, ambos jóvenes y fuertes, rápidos y astutos. Debían ser lo mejor de lo mejor para cuidar al más preciado tesoro del Rey.
Estos jóvenes le seguían el paso las veinticuatro horas del día, sin tiempo a solas o algún espacio para ella misma. El único momento en que disfrutaba de la soledad era en su cuarto por las noches y algunas tardes en las que no debía cumplir con algún compromiso, y aún así los jóvenes se encontraban de pie ante su puerta haciendo guardia.

Uno de estos jóvenes llevaba el nombre de Gusteau, su segundo guardia, quizá dos o tres años mayor que ella. El rey había considerado necesario que uno de sus acompañantes fuera contemporáneo con su tesoro para la propia comodidad de la princesa. Ese quizá fue su primer error.

Al pasar los meses el rey notó como una chispa relucía en los ojos de su hija, y un leve sonrojo había tomado posición en sus mejillas. La timidez era algo muy poco común en ella, pero ahora parecía ser pan de cada día. Su risa se había enternecido, ahora era más delicada que antes y todo esto ocurría cuando se encontraba acompañada por sus guardias y por el rabillo del ojo admiraba al joven Gusteau. El Rey había notado la atracción que existía en la joven hacia su guardia, pero decidió ignorarla.

Ese fue entonces su segundo error.

Y era cierto, la princesa había encontrado a su acompañante realmente encantador, era joven y fuerte, así como apuesto y leal a sus ojos. Sin darse cuenta poco a poco fue cayendo en su encanto.

Mientras tanto en el pueblo había una joven doncella quien recientemente había cumplido sus dieciséis años y una modesta pero encantadora reunión se estaba llevando a cabo. La celebrada era hija del panadero del pueblo, este era considerado un hombre humilde y no precisamente por su estabilidad económica puesto que este obtenía buenas ganancias gracias a que era el único panadero del lugar.

El nombre de la joven era Kiara, "como la princesa" solían decir todos. Resultó ser que la joven doncella nació el mismo año y mes que el tesoro del rey y una antigua tradición mítica contaba que aquella joven que fuera nacida en ese mes se le debía otorgar el nombre de "Kiara" para prosperidad y felicidad eterna.
Debido a esto la doncella era reconocida por su nombre y su parecido con la princesa, ambas blancas como la nieve, con ojos verdes y un cabello largo y negro.

A la reunión antes mencionada había sido invitado Gusteau, puesto que aquel joven había sido participe importante en la niñez y juventud de Kiara, y como petición especial de la joven el guardia debía estar presente, y así se cumplió.

Esa noche hubo danzas, cantos y comilona desde la puesta del sol hasta el amanecer. Todos habían salido alegres, algunos ebrios, y otros con el estómago a reventar, pero la mayoría salió de aquella reunión con su corazón puesto en la joven Kiara. Pero ¿cómo no? Si aquella era una chica de admirar, con un porte delicado e imponente. Digna de ser amada. Y ella, empezó la mañana convencida de amar a su joven compañero Gusteau, soñando con que él sintiera lo mismo que ella.

En el castillo la plebe y la servidumbre no hacían más que hablar y cotillear del evento del panadero, la mayoría dando elogios a la cumpleañera, y todo llegando a oídos del rey y la princesa. Estos poco hacían caso a los comentarios banales de sus criados y como siempre: los dejaban pasar sin inmutarse.

Una tarde, pasados dos días del festejo, el Guardia Gusteau y su compañero William de pie ante la habitación de la princesa haciendo guardia, cotilleaban. Se contaban el uno al otro sobre la mujer que amaban. Gusteau le contaba a su amigo de Kiara, aquella piedra preciosa de ojos verdes que había robado su corazón y de cómo hacía su mente volar al pensar en ella. Se había enamorado y ya era tarde para dar marcha atrás.

Su porte lo había encantado, así como su gracia y sus dones, resultaba ser muy risueña y atenta, pero lo que lo cautivó fue la mirada de la chica hacia él. Una mirada real, auténtica y sincera.

La princesa, quien se encontraba al otro lado de la puerta guardaba un silencio ancestral intentando escuchar o siquiera reconocer alguno de los murmullos de su amado con su compañero, obteniendo lo que quería al oír un pequeño susurro con su nombre, seguido por un suspiro.

Su corazón empezó a latir con fuerza y la ilusión de pertenecerle a su amado se fortaleció.

Esa noche la princesa durmió con el corazón rebosante de alegría y esperanza, soñando con verlo al día siguiente.

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