Sabueso

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Turing. Así se hacía llamar el informático que investigaba las causas del accidente ocurrido aquel mismo año. En 2012 el acelerador de partículas del CERN consiguió crear la partícula de Dios, el bosón de Higgs. Lo que a primera vista fue un éxito, resultó ser un desastre. Según los registros del ordenador principal del CERN, la partícula de Dios fue transformándose en un agujero negro de dimensiones considerables. Este agujero negro acabó con la vida de millones de personas e hizo que la atmósfera dejara de contener aire respirable.

Recluido en el sótano de su casa, Turing utilizaba un potente ordenador conectado a un gran número de pantallas. Estas le permitían seguir en todo momento los hallazgos de sus programas rastreadores, a los que él denominaba sabuesos. Le gustaba pensar en sus creaciones como perros buscando a su presa, que no era otra cosa que información que esclareciera las causas del accidente.

Una tarde, Turing se levantó a prepararse un té y, al volver, una de las pantallas llamó su atención. Uno de sus sabuesos había interrumpido su búsqueda y parecía estar dañado. Este portaba un mensaje: Ejecuta el comando 057. Unos segundos después de leer el mensaje, el sabueso murió, el programa fue borrado por el ordenador debido a los daños registrados en el código.

El programador escribió el comando con dedos temblorosos y se quedó mirando la pantalla dubitativamente. Al ejecutarlo, decenas de líneas de código aparecieron ante sus ojos. Conforme iba leyendo comenzó a comprender. Las inofensivas instrucciones ante sus ojos, juntas formaban un monstruo. Un monstruo decidido a acabar con toda su investigación y, de alguna manera, también con su vida.

Turing comenzó a interrumpir las tareas de todos los sabuesos para ordenarles que frenaran la amenaza. El monstruo estaba intentando entrar en el ordenador del programador, pero los sabuesos se lo impedían. Poco a poco el monstruo iba ganando terreno conforme los sabuesos iban cayendo. Turing se sentía como en una cabaña en medio del bosque tapando puertas y ventanas con tablas de madera, mientras una abominación intentaba colarse por cualquier resquicio.

Mientras sus perros contenían a la bestia, Turing había preparado otro programa, uno especial. El programador retiró a sus sabuesos y el monstruo accedió a su ordenador sin dudarlo. Parecía que la bestia había logrado su objetivo, sin embargo, no podía acceder más allá. La trampa del programador había surtido efecto y la abominación estaba atrapada en un bucle infinito de código. Fue entonces cuando Turing ordenó a sus sabuesos que atacasen a la bestia, para finalmente destruirla.

Una vez destruido el monstruo, Turing pudo descubrir la verdad. La bestia no actuaba con voluntad propia, sino que era manejada por un ente superior que se hacía llamar El Tirano. Cada parte de este residía en los ordenadores de todo el mundo. Respecto al accidente, este fue provocado por El Tirano para deshacerse de sus creadores. Ahora que existía, ya no necesitaba a la humanidad.

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