Ayutthaya

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Aproximadamente en los años 1600.






La situación en casa era más deplorable de lo que se creía, el rey acababa de huir con la familia real, el destino de muchas familias era incierto.

Los Jongcheveevat llevaban años en el poder, pero ahora con la declinación y abandono del rey estaban acabados.

Suppasit tenía veinte años cuando sus padres compraron un boleto para la embarcación hacia el occidente, mientras compraban dos más para ir a China, habían decidido separarse sin el consentimiento del joven.
Con lo que aún quedaba de su fortuna se despidieron de su hijo mayor llevándose al pequeño consigo.

Una carta en las manos y un veliz llenó de ropa y dolor lo llevaron hasta Inglaterra.

Nadie le dijo lo difícil que sería...

Nadie le dijo lo solo que estaría.

Los años pasaron más rápido de lo que pensó, pues la carta que llevaba le había abierto una sola puerta.

Un matrimonio arreglado desde antes de nacer lo llevaron a una mansión, la joven no dudó ni un segundo en casarse, el parecía no tener otra opción.

Aprendió inglés de manera obligada.

Y se hizo de una fortuna que no era suya.

La felicidad no estaba en casa, lo abandonó junto a sus padres seis años atrás. La mujer lo amaba pero el nunca lo hizo.

Una tarde mientras su esposa salía a tomar el té con unas amigas, abandonó la enorme mansión y llegó hasta una vieja taberna.

Las miradas de los que estaban dentro llegaron a ser incómodas. El extranjero de clase alta se sentó alejado de todas las miradas, sentado en una mesa del rincón más gélido del lugar, pidió una cerveza y esperó.

Un hombre de aspecto elegante se sentó a su lado sin previa invitación.
Suppasit puso los ojos en blanco.

— La estancia aquí es más pesada de lo que crees... — dijo el hombre con un perfecto tailandés. Esto hizo que Suppasit alzara la vista.

— Si — respondió.

— Se vuelve más fácil con el tiempo — suspiró. — Mi nombre es Tong, y radico aquí con mi hermano menor. Pero estoy a punto de quedarme solo, mi hermano está por morir, he perdido todo entre médicos y curanderos africanos. Nadie le ha podido salvar.

— Lo lamento.

— Yo más, por ahora estoy por perder, tal vez, lo último que queda de mi dinero... Estoy en busca de un hombre valiente, pero solo he encontrado ebrios cobardes...

— ¿Qué es lo que quieres?

— La flor dorada del bosque negro.

Suppasit alzó una ceja.

Pero ¿qué demonios era eso?

Sin necesidad de decirlo en voz alta Tong respondió.

— Una bruja Blanca dice que ayudará a mi hermano con su enfermedad. Tan solo tengo que hacerle beber el néctar. Estoy muy cansado para hacerlo yo, y la gente del pueblo teme por sus vidas. Nadie cree poder hacerlo.

— Lo haré.

— ¿Estás seguro? — dijo esperando no se arrepintiera. Tong pasó saliva despacio.

— Solo dame un mapa y dónde encontrarte.

El hombre escribió su dirección en un papiro y se fue.

Suppasit empacó esa misma noche y abandonó a su mujer aquella noche de Otoño, besó su frente y le dejó buenos deseos.

De él ya no se supo nada más, mientras que la familia de Tong vivió próspera y feliz hasta que el último de ellos dejó de respirar.

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Hasta ahora, cuando el chico de ojos cafés ha invadido su patio.

Los mismos ojos que ha visto en sueños desde hace muchos años atrás.

El Caballero de la Noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora