Necesidad

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La mañana había llegado helada como siempre, Pip tenía ojeras cuando despertó, solo había dormido dos horas. Tenía los ojos hinchados, la piel pálida enfermiza, el cabello como si no hubiese tomado un baño en al menos una semana y sus ojos se movían frenéticos frente al desayuno que su madre adoptiva había preparado.

Se había mordido tanto las uñas que había terminado llegando a la carne, pero no hubo sangre, sin embargo se mordía los labios que estos sí llegaron a sangrar. Podía sentir el sabor metálico en su boca mientras fingía desayunar

Sus padres adoptivos estaban muy ocupados para notar que algo no andaba bien con quien antes era un chico risueño y amable.

Por debajo de la mesa, Pip movía los pies de forma impaciente y más de una vez sus ojos se dirigieron hacia el reloj de la pared. Pronto sería hora.

Unos minutos después, sucedió. Sus padres fueron a trabajar dejando a Pip esperar el autobús de la escuela.

Apenas su padre adoptivo cerró la puerta, Pip corrió hasta la habitación principal, la de sus padres. Ansioso giró la perilla. Estaba cerrada, pero él sabía donde guardaban la llave extra.

Al entrar sus pasos fueron erráticos, pero su mente luchaba por mantenerse firme..

Subió sobre una silla con las manos temblando y ahí la encontró justo en el lugar de siempre.

La pequeña caja sobre el armario con alrededor de cinco mil dólares dentro.

“Antes eran seis mil” dijo una voz muy dentro de su cabeza.

Y por un momento se permitió dudar. Esa voz siempre aparecía, le molestaba, no lo dejaba pensar. No, no debía dudar. No podía darse el lujo de dudar, no cuando Kenny lo esperaba con más fotos. Pero estaba mal, sabía que estaba mal. Damien...Oh, Damien, pero él ya le dio  permiso a Kenny.

Kenny...ese maldito, tenía que hacer algo, tenía que verlo, tenía que conseguir las fotos, las necesitaba para su colección, era una prioridad, solo...solo luego podría pensar que hacer con Kenny, él no debería porque estar tocando a Damien, él no se lo merece...

Volvió a ver la caja.

“Antes eran seis mil” volvio a decir la voz.

Y Pip sintió miedo. Entonces, una imagen fugaz cruzó su mente y un dolor irracional atravesó su pecho como una puñalada, se tambaleó sobre la silla, al último instante recuperó el equilibrio. Su respiración era agitada como un perro sediento. Se llevó la mano ahí donde había dolido, al corazón y evocó esa imagen mental a la par que estiraba la mano hacia la caja.

“Damien lo vale” se dijo y agarró trescientos dólares.

Llegó a la escuela justo a tiempo para dejar lo brownies en el casillero de Damien con una nota que decía “Haría por que fuera por ti” . Luego de eso se dirigió a clase.

Pip odiaba las clases, no tenía amigos y el maestro lo ignoraba como si el no existiese, es habia sido su situación desde que se mudo a aquel pueblo, pero en esta ocasión odiaba la clase porque lo mantenía alejado de Damien. Distintos salones, mismo grado.

Y tenía que verlo, necesitaba verlo. Y más vale que McCormick no estuviera restregandose contra él.

Maldición. Maldición. Maldición.

Solo pensar en eso le hervía la sangre.

Mordisqueo su lápiz hasta que sintió las virutas de madera en los labios y aun así no se detuvo, ni ante la mirada extrañada de algunos de sus compañeros. Ellos no importaban, nunca le habían prestado atención y ahora lo veían como si fuese un bicho raro. Ellos eran los tontos, ellos no eran como él, ellos no eran Damien. Así que no valían un segundo de su tiempo.

Podía escuchar un zumbido en sus oídos, pero la campana aun no sonaba. Movió el pie con nerviosismo y miró hacia el reloj de la pared. Aún faltaban dos horas para el receso.

Maldición. Maldición. Maldición

Tenía que ver a Damien. Tenía que ver a Damien. Tenía que ver a Damien.

Ahora. Ahora. Ahora.

Comenzaba a hiperventilarse y el maestro ya le estaba prestando atención.

— ¡¿Qué mierda te sucede, Pirrup?!

Pip alzó la mirada, pero no lo veía, veía más allá de él, más allá de la clase.

En ese momento recordó que era martes y era estaba en el primer periodo. Martes, primer periodo. Damien...Damien tiene clases de gimnasia junto los otros seres insignificantes.
Pip se puso en pie como un resorte.

—Necesito salir—dijo y no espero una respuesta del profesor.

Corrió como un demente por los pasillos, sin importarle si algún guardia escolar lo atrapaba o si el maestro que dejó en el salón venía a por él. Solo podía pensar en Damien.

Damien. Damien. Damien.

Damien en la clase de gimnasia.

Llegó al patio justo para verlo trotar con el resto de los chicos. El maestro descansaba despreocupado en una banca.

Damien estaba bien, perfecto como siempre. Un ser digno de la realeza. Ni siquiera el horrible uniforme de deportes le quitaba lo perfecto.

Pero Kenny estaba a su lado, tratando de tocarlo, de propasarse.

Y ambos se reían.

¿Como Damien no se daba cuenta de lo peligroso que era?

Nadie debía tocarlo y menos un ser tan insulso como Kenny McCormick

Ese chico...

Pip con el ceño fruncido se dirigió a las sombras cerca a la entrada de los vestidores y si las miradas pudieran matar hubiera matado a Kenny al menos un par de veces.

Se sentía extraño, quería correr hacia la cancha y tomar a Damien entre sus brazos, bufo como un toro, mientras que su respiración volvía a ser irregular. Una migraña amenazaba con empezar, dolía, le dolía estar lejos de Damien, de verlo tan amistoso con Kenny. Pero aún no podía intervenir. El zumbido volvió, esta vez con más fuerza.

Con rapidez, Pip metió una mano en su bolsillo y sacó una de las fotos que tenía. En ella se mostraba a Damien en una pose demasiado provocativa. Verla lo tranquilizó por unos segundos, pero comprendió que no era suficiente necesitaba más de él.

Antes de darse cuenta de lo que hacía, sus pasos lo condujeron hasta los vestidores. Abrió uno por uno hasta que encontró el que tenía ropa negra.

Pegó la tela en su nariz y aspiró el aroma propio del anticristo. Se sentía sucio como un cerdo, pero era increíble, era la mejor sensación que había experimentado en su vida. Se sentía en paz, completo, lleno, como si ese fuera su lugar en ese mundo, estar envuelto por la fragancia de Damien, su respiración volvió a ser regular, sus piernas dejaron de temblar, sentía que podía dormir por horas acurrucado en ese aroma, los oídos no le zumbaban, la cabeza no le dolía. Era un milagro.

Pero solo unos segundos despues un ruido de pisadas lo hizo saltar.

Se acercaban, la clase había terminado.

Tenía que irse, debía irse, pero no quería, no quería.

Como un condenado emitió un quejido y dejó la prenda en su lugar antes de salir de ahí, pero mientras se alejaba volvió a sentir aquel dolor en el pecho.

Con cada paso que daba, lejos del olor de Damien, el dolor crecia y crecia en su pecho. Tuvo que agarrarse de las paredes del pasillo mientras avanzaba, su meta era el baño. Ahí estaría seguro y podría esconderse hasta el receso.

Cuando llegó, el dolor se había extendido hasta su cabeza. Martillazos de dolor, la peor migraña de todos los tiempos. Su cerebro palpitaba como si quisiera romper su cráneo, sus extremidades no le respondían.

No pudo mantenerse en pie y cayó al suelo.

Damien. Damien.

—¡DAMIEN!

Grito antes de desmayarse.

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⏰ Última actualización: Aug 10, 2020 ⏰

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