Días antes...
Caminamos a la par por la oscuridad del bosque, sintiendo las hojas mecerse con la brisa y los pájaros nocturnos cantar. Un par de ramas crujen a nuestros pies con el andar y ambas temblamos por el frío que nos recibe de repente. Cuanto más te adentres en el bosque, más helado resulta y más pesado te sientes.
Seguimos caminando por varios minutos, ninguna emite palabra, nos dejamos guiar por el aullar de algún perro y oímos pasos cerca. Nos detenemos inmediatamente y por instinto pego la palma de mi mano a su estómago, impidiendo que avance en algún momento, ella me mira, aún sin poder verla puedo sentir sus marrones ojos clavados en mí. Llevo el dedo índice de mi mano libre a la boca y pido silencio, la luz de la luna, alumbra mi rostro por un instante y ella obedece. Mientras ella se agacha avanzo hacia el frente, donde hace segundos se oían pasos, ahora reina el silencio. Circunspecto el lugar, mirando a mi alrededor una y otra vez, con sumo cuidado retrocedo y sin emitir sonido hago una seña con dos dedos a mi hermana para que me siga de cerca. Ella se endereza y sigue mis pasos, pisando donde yo piso, con determinación. La luz se refleja al fondo y a mi señal ella avanza hacia el cuadro de esta, situado en uno de los grandes pilares eléctricos que rodean el cercado, revisa su reloj varios segundos y a la hora exacta corta uno de los cables. Las luces se apagan y nos acercamos a la alta valla metálica, me agacho, adelanto una pierna y elevo la rodilla, ella pisa mi muslo cubierto y salta hacia el otro lado, con su ayuda trepo y caigo frente a ella. Las dos avanzamos con cuidado y sigilo y pegamos nuestras espaldas a la madera, una de las paredes de la cuadra queda tras nosotras. La rodeamos en silencio y llegamos a la puerta trasera, la cuál da directa al sótano. Con las tenazas que había usado antes para cortar el cable, ella se adelanta para romper la cadena que refuerza la entrada, el candado y estas caen a los lados y cada una se encarga de cogerla de cada extremo justo antes de que toquen el suelo y formen escándalo. Las dejamos sobre el pasto y alzo la gruesa tapa de metal, dando paso a escaleras subterráneas. Encendemos las linternas portables cogidas a nuestros negros cinturones y nos adentramos a la casa iluminando el estrecho camino, bajamos escalón tras escalón, ella tras de mí. Observo las grises paredes llenas de moho y telarañas, la humedad entra por mis fosas nasales y el sonido del goteo llama mi atención, centrandola en el techo a unos escalones de nosotras, gota a gota las escaleras se mojan, un charco de agua cubre al menos un par de escalones. Es obvio que este lugar no ha sido frecuentado en mucho tiempo, pero igual debemos estar alerta a cualquier movimiento. Pasamos por encima del agua, las botas negras mojandose en la suela y bajamos los últimos escalones, nos encontramos con un extenso sótano ante nosotras y no perdemos el tiempo. Yo me encargo de revisar la puerta a un lado, la cual cede ante un fuerte empujón y se abre dejando a la vista un sucio y pequeño servicio. Cierro de nuevo y voy hacia el otro extremo de la habitación, donde algunos que otros aparatos electrónicos yacen.
-debe de estar en el ordenador- murmura desde el inicio de las escaleras, las cuales resguarda
Me acerco a éste y lo enciendo, el antiguo pero efectivo aparato me alumbra el rostro y apago la linterna, noto con mi hermana hace lo mismo. Tecleo algunos que otros números y letras con los negros guantes sobre el teclado y el ordenador se desbloquea. Abro un par de páginas ocultas y mi hermana me indica que hacer a continuación, unos minutos después tenemos acceso a todas las cámaras del recinto, incluidas las exteriores y las ocultas. Inyecto el pendrive con la grabación y la hora aparece frente a mí, las doce menos cuarto, hace diez minutos. Reprogramo todo para que la grabación quede justo cuando las luces se apagan, simulando que todo se encuentra en orden y observo mi reloj de pulsera, tenemos exactamente dieciocho minutos y treinta y nueve segundos hasta que la grabación llegue a su fin. El tiempo justo que le queda al dueño de la casa para llegar.
-Sol- la llamo, ella me observa sobre el hombro, el pasamontañas negro tan sólo deja al descubierto sus hermosos ojos marrones junto a sus gruesos labios -deja eso- señalo el arma de su mano, la pequeña revolver negra es guardada al borde del pantalón. Su oscura vestimenta sin dejar un solo milímetro de piel al descubierto pero que se amolda perfectamente a su figura -azte cargo de esto, voy a subir-
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Las constelaciones de Adhara
RomanceEl un lugar al azar, de un país al azar, la juventud viene en un rostro angelical que quizás sea más peligrosa que nunca. Tres astros listos para salir a la luz, o quizás no, quizás sólo sea uno.