01. Destino.

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Destino. El mío fue generoso, podría quejarme de las mínimas miserias pero no tendrían comparación con la dicha en la que vivo. Nacer en un prestigioso clan, poseedor de un dõjutsu impresionante, y además, soy el primogénito.

Sí, la vida fue buena conmigo. Pero eso no significa que lo fuera con todos, y en particular, no lo fue con ella.

Está tan llena de odio, de rencor. No queda nada de la Hinata que conocía; la dulce, delicada, serena, tímida. Compartimos sangre y un byakugan; pero sin importar cuánto trate de ver más allá de sus ojos, ver su alma.... me es imposible.

No la culpo. Jamás podría.

Aquel destino que me llenó de dicha alguna vez, fue el mismo que le quitó lo que ella más amaba, sus padres. Hiashi-san sacrificó su vida por la de mi padre; poco tiempo después, su madre, enfermó de gravedad y falleció finalmente.

Ese día vi a una hermosa flor marchitarse, convertirse en una raíz seca.

"Uno es todo, todo es uno"

Cuánta razón puede haber en una simple frase. Ella es mi sol, y yo la luna. La luna no puede brillar sin su sol; y desde que la vida le arrebató lo que más amaba, ella se niega a darme la luz que necesito para brillar.

Me odia. Lo sé, no me lo dice, pero tampoco me lo niega.

Sé que lo hace. No siempre fue así, sin embargo, entiendo sus motivos para tratarme como a un incompetente. Porqué lo soy. No fui capaz de defender lo que era más importante para ella; no pude protegerla de ese doloroso final.

Me culpa de lo que pasó. Y tiene razón. Mi posición me permitía defenderla, y como un cobarde, no lo hice. Dejé la situación en manos de mi padre. Soy el culpable de que ella se encuentre perdida en la oscuridad.

Como cualquier persona proveniente del dolor, ella se convirtió en una shinobi formidable. Fuerte, segura, un prodigio para el clan. Verla esforzarse, hasta a veces, lastimarse; decidí que no me quedaría atrás. No podía.

Traté durante años de seguir su ritmo, y constantemente nos enfrentamos. La mayoría, perdí. Todavía no estaba a su nivel, pero no me rendiría. Aunque la marca que portaba obligatoriamente en su frente decretaba que ella debía cuidar de mí, yo, quería hacerlo por ella.

La respetaba. Para ella era una grosería que pronunciara su nombre añadiendo un sama, pero no dejaría de hacerlo. Me divertía. Sí, me divertía verla enojarse, frunciendo las cejas cada vez que decía su nombre de ese modo.

Cambió con los años, bruscamente. Maduro tan rápido, es entendible, se volvió prácticamente la madre de Hanabi cuando solo tenía cinco años. Aunque mi padre siempre le ofreció el apoyo, y las encargó a una nodriza; Hinata se negó a requerir de sus servicios luego de cumplir los siete.

Y me es fácil recordar todo esto, cuando la tengo justo enfrente. Ahí está. Con la mirada perdida, las cejas fruncidas, los labios entreabiertos. Bebiendo té; no protesta por el sabor, también desconozco sí lo disfruta. No pronuncia una sola palabra, pero tampoco se marcha. Sólo ella es capaz de estar, y no estar, presente.

    —Es un día acogedor, ¿no lo cree, Hinata sama?— me atrevo a preguntar, aunque no espero respuesta, me la da.

    —En verdad, no. El día parece igual a cualquier otro del año, Neji-san— ni una molestia en tratar de mirarme, tan recta.

    —En eso se equivoca. Ningún día es igual a otro, cada uno tiene hechos y pensamientos diversos— continúo; atrayendo un poco más la taza hacia la orilla de la mesa.

    —Trivial. Pero tiene razón. No todos los días me queman el cerebro— sus labios se curvearon finamente, noto el sarcasmo en su comentario.

𝐋𝐚 𝐨𝐭𝐫𝐚 𝐜𝐚𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐇𝐢𝐧𝐚𝐭𝐚.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora