¿A qué le llamas horror? Digo, ¿Amor?

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¿Era ella o él?

Uno de ellos caminaba mirando el piso, sabiendo que debía ir por una bolsa de pan para la comida. Era lo más barato y lo que había alimentado a su familia desde que la pandemia había azotado su vida.

Por eso, queriendo salir de su infierno, decidió que una bolsa de pan era su preciado boleto dorado.

Debido a que le regalaba un paseo por las laderas de su vecindario molesto, el único día de la semana en que podía poner un pie fuera de su "no-casa", hecha de latas sin lavar.

Eran exactamente las 8:11 pm, hacía frío.

Mientras tanto, él iba apurado, tenía que terminar los planos de un nuevo proyecto. Había estado sometido a grandes cantidades de estrés y cansancio los últimos tres días, porque su jefe no le dejaba descansar ni un solo segundo.

Habían dado en el blanco, ese era el proyecto del momento, nadie quería los servicios de arquitecto alguno, ya que todo era quietud en tema de bolsillo y muela, claramente, a causa de una enfermedad que no pidieron.

Cargaba en la espalda su mochila pesada, y en sus manos una carpeta color naranja con mucho papeleo esencial, e iba distraído mirando el móvil. Sin fijarse en nada más, sin querer hacerlo.

Ella ya había comido uno de los panes, y maldecía la vida que le había tocado.

No tenía nada.

Era tan flaca que se notaban los huesos de sus muñecas a la perfección.

Su parsimonia era hermosa, la lentitud de la muerte se asomaba por los últimos cabellos de su cabeza casi calva.

Pero era hermosa.

-Cómete otro pan, lo necesitas- se decía.

Sabía a arena en vez de a avena.

Alguna vez en la escuela le habían jurado que si se atreviese a soltar su cabello, iba a ser la niña más hermosa y lloverían del cielo de una a mil rosas.

La calle seguía siendo fría, sin embargo, se sentía acogedora, por el silencio y la oscuridad de una noche sin luna ni estrellas.

Se cruzaron los ella y él, cada uno caminando por la calzada contraria. Sin verse realmente.

Hasta que el destino quiso que se encontrasen, arrojando sin piedad al suelo a un chico despistado y agotado.

Se sentía tan bien sentir lo fresco de la gravilla en sus cachetes.

Ella ve una oportunidad.

El compás se cayó al compás de un golpe.

-Algo con filo-pensó ella.

-Soy el ser más tonto del mundo-pensó él.

Corrió hasta que alcanzó al chico en la otra acera, quien seguía sin levantarse porque estaba tan cansado que prefería quedarse en el suelo a entrar en su casa, que quedaba a 10 pasos de su patética caída.

-Hola, al parecer estás en problemas-le dijo dulcemente el escuálido ser.

-Hey-levantó su cabeza-¿Quién eres?

Era preciosa, sus ojos grises no eran grises, pero tal vez eran verdes.

-Nadie realmente importante. -lo miro dulcemente y también con un toque de picardía-. Ven, déjame ayudarte.

Se levantaron, ahora los dos con las manos llenas.

Bolsa con panes, un compás, y un brazo bastante enclenque para ser de un chico.

Carpeta naranja, miles de cosas que se salieron de la mochila.

La fiereza y la voluntad por tener más que una simple bolsa de comida asquerosa.

Un objeto punzante interesante, con doble punta, además.

-¿Doble oportunidad?- se preguntó ella.

Ella entraría a su casa, y a su vida.

Se quedaría con su vida y su casa.

Sin querer palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora