Pérdidas

5 0 0
                                    

Era imposible saber qué tipo de vida habría tenido. En qué tipo de persona se habría convertido. A qué se habría dedicado, a quién habría amado, por quién habría llorado, a quién habría ganado y perdido. Si habría tenido hijos y, en este caso, como habrían sido. Incluso resultaba difícil imaginarse su aspecto cuando se hubiera convertido en una mujer. Con cuatro años, nada estaba decidido todavía. El color de los ojos le mudaba entre el azul y el verde; los cabellos, negros cuando nació, ahora eran claros, pero en esa cabellera rubia se entreveía un matiz cobrizo, y seguro que el color habría vuelto a cambiar. Y en aquel momento todavía era más difícil de decir. Flotaba inerte, boca abajo, con la cara girada hacia el fondo del humedal. Tenía la nuca cubierta de una capa gruesa de sangre coagulada. Los tonos claros que matizaban los cabellos tan solo se veían en las partes que se mostraban alrededor de la cabeza.

Con la mano derecha en la mejilla, y el codo apoyado, sentada en una mesa de picnic de madera, ante el humedal, su hermana. Tenía el iris verde, y cada segundo que pasaba se fundía su mirada en el azul del agua. Los pies descalzos le bailaban bajo los tablones del asiento. Con el viento que hacía el movimiento, se le iba secando el barro que llevaba y caía de nuevo al suelo.

A su izquierda yacía la madre de las criaturas, paralizada, con la espalda arqueada y los brazos colgando. Las manos parecían muertas, no solo porque se veían sin fuerzas, sino porque pronto estarían más frías que el propio ambiente. Las dos, y tres, vestían igual, un pijama de invierno; pantalones largos de franela de cuadros vichy verdes y la camiseta interior negra térmica bajo una sudadera gris.

Daban la espalda a una casa cottage, pero rústica. Estaba reformada desde hacía seis años, antes de que las pequeñas nacieran. Era prácticamente nueva; se la habían hecho casi a medida.

Dos niveles se levantaban sobre el suelo y acababan bajo un techo inclinado con una buhardilla. Debajo, había el sótano. Era propiedad de Indra. Lo fue después que le comprara la parte a su hermana, puesto que lo habían heredado las dos; a medias.

Sus padres no lo hubieran deseado así: Tónia y Eder eran una pareja envidiable, se los veía felices a su primera residencia; una casita de no más de dos plantas con tres habitaciones. No les hacía falta más. Estaba ubicada cerca de un humedal, perdida entre el bosque.

Quisieron formar una familia como muestra del amor que tenían. Tónia se quedó embarazada, y fueron dos niñas, gemelas, que resultaban prácticamente imposible de distinguir. Y nacieron en la más cálida noche de enero, porque por muy frío que pudiera hacer, aquella noche hacía calda.

Al principio separaron las habitaciones, para que cada una pudiera tener su espacio, pero eran inseparables. Tenían un vínculo especial, y si no podían estar cerca, no hacían más que armar jaleo. Por eso, las bautizaron con Imma e Inna, y cuando nació la hermanita de las gemelas, un año después, decidieron que Indra tendría su propia habitación, y que Imma e Inna compartirían la otra. Ellas estaban encantadas, pasaban todo el día juntas, jugando, durmiendo, comiendo, incluso se tenían que duchar juntas:

- Juntas o sucias -decía Imma-.

Tónia no daba importancia a tal apego, ella tenía tiempo para ocuparse de Indra, y aunque sabía que Eder tenía razón cuando decía que no hacían caso a su hermana, que la ignoraban totalmente, pensaba que cuando creciesen, ya cambiarían.

Eder, preocupado, invirtió sus ahorros en dos casas; una en la montaña, entre árboles, cerros, fauna y naturaleza; y otra en medio de la ciudad, rodeada de tiendas, coches y sociedad. Lo hizo para que cada hermana pudiera heredar una casa.

Y acabaron cambiando sí...pero no porque lo quisieron, sino porque no hubo más remedio: Imma murió por una neumonía el invierno de sus diez años.

En diciembre, cuando tan solo podía salir de casa, Inna no quería ir a la escuela, se subía a la cama de su hermana, se acomodaba a su lado, y hablaban de lo que harían cuando fueran mayores:

-In, cuando sea grande tendré un despacho, y seré abogada. Ayudaré a quién lo necesite. ¿Tú que quieres hacer? -sabía lo que quería hacer, pero le preguntaba para asegurarse que no había cambiado de opinión-.

- Yo seré tu secretaria, pero también estudiaré para ser notaria, podremos estar juntas por siempre jamás.- le había dicho mientras apoyaba la oreja sobre su pecho, y escuchaba su atrofiada respiración -.

Los días de estar juntas se acabarían, todos estaban mentalizados.

En empezar el año, ella les dejó. Inna ya lo sabía que moriría, y no le sorprendió, aun así seguía hablando con ella cuando se acostaba y no podía dormir: le preguntaba cómo era la vida en las estrellas, cómo era dónde estaba ahora, y ella le explicaba cómo le había ido el día, y, si habían hablado de ella, o lo que había comido, siempre se acordaba de su gemela, su alma nunca marcharía para ella.

A los padres se les hizo difícil, pero no tuvieron más remedio que acabar aceptándolo.

Indra simplemente veía a los demás tristes, y ella se entristecía, pero solo fueron los primeros días. Después del entierro, actuaba como si no hubiera pasado nada, debido a la ignorancia con la que lo habían tratado siempre sus hermanas. La actitud que tenía Indra frente a la pérdida, alegre y despreocupada, ayudaba, de alguna manera a Tónia y Eder a darle menos vueltas y poco a poco se iba contagiando la vida que la pequeña transmitía. Inna veía que su hermana los alegraba, como si su gemela no hubiera marchado nunca, y después de vivir con ella diez años, casi sin darse cuenta de su existencia, empezó a hablarle, a jugar con ella, incluso lo ayudaba con los deberes de la escuela.

Eder por fin veía que las dos se entendían, y reescribió la herencia; cada una se quedaría con una de las dos casas que compró para las gemelas, y la grande, la casa del humedal, la compartirían.

Cuando el padre murió, Tónia explicó a las hijas el porqué de estas casas, y su historia.

Las dos añoraban su padre, y aunque afectó más a la pequeña, por el aprecio que empezó a tenerle en saber que se había preocupado por ella, ya habían superado antes la muerte de Imma, y recuperaron la estabilidad de la rutina de una manera inesperada.

En el momento de repartir la herencia y hacer papeles, Indra, no quiso la casa que, inicialmente, era para Imma, y se la vendió a Inna con la condición que ella le vendiera su parte de la casa grande.

De este modo, Indra se quedó con la casa grande, e Inna fue a vivir con su pareja, Quim, a la casa de la ciudad, teniendo como propiedad también, la casa del bosque.

Llevaba saliendo con Quim, desde cinco años después de que muriera su hermana. Él estudió arquitectura, pero trabajaba como delineante en unas oficinas de la ciudad. Cuando llevaban ya siete años juntos, Inna decidió cederle un lugar en su casa para qué no tuviera que seguir pagando un carísimo alquiler por un pequeño piso, como solía pasar en la ciudad.

Con su ayuda, Indra reformó la casa y consiguió que le concedieran la cédula de habitabilidad de nuevo, después de que una tormenta la destrozará, vieja en aquel momento. Se pusieron manos a la obra, y en un año, ya habían superado sus expectativas, y lo más importante de todo, la casa lucía como nueva.

Gracias a todas estas obras, Indra conoció al hermano pequeño de Quim, Roger, y simplemente empezaron a hablar...se encontraban por aquí y por allá. Si no fue el destino, entonces fue casualidad, que una tarde gélida circundaran por el mismo café, desalmados, y decidieran sentarse en el mismo sofá: con el mismo café doble entre las frescas manos que se zambullían en el calor que radiaba el contenido de la taza. Empezaron a avenirse. Tan solo ellos sabían el porqué. O quizás ni esto sabían.

Pérdidas olvidadas en el pasado, plañidos del ahoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora