Capítulo 3: EL CELULAR

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Ellos subieron a mi cuarto, me trajeron lo que les pedí y se supone que me dejaron sola para descansar, apenas cerraron la puerta de mi cuarto, me dirigí a tomar mi celular.

¡MIERDA! Lo que me faltaba donde carajos deje mi celular, no puedo ser tan de malas en esta vida como para haberlo dejado en el sótano.

Que tan despistada tengo que ser para dejar esa clara evidencia en el sótano, si no estaba sentenciada ahora si lo estoy y seguro un regaño es lo menos grave que me pueden hacer.

Estoy frita, estoy completamente jodida, jodida, es poquito, no, no, no tengo que evitar que vayan al sótano por lo menos hasta que pueda sacar mi celular.

Y si comienzo a vomitar como loca, no eso no va a funcionar, tienen doctorado en medicina, si hago eso con más razón se quedan y pueden que piensen que estoy embarazada, si le inventó una enfermedad al gato, no ellos notaran algo raro ese gato es mi vida así que si no voy obviamente van a notar la mentira.

¡Ya sé! Les diré que los necesitan urgentemente en la oficina. ¡Carajo!, me olvidé que ellos ni siquiera van a una pinche oficina.

Bueno tengo una última opción, esperar a que ellos estén en su habitación y bajar lo más discreta posible, aunque lo más probable es que me descubran, aunque si les pongo somníferos en su te dé la media tarde es más factible que funcione ese plan.

Salí directo al baño principal, ya que ahí mi mamá mantenía las medicinas, abrí el cajón y ahí estaban el único frasco casi lleno, lo tome para leer las advertencias, genial, no tiene nada de que dosis máxima les puedo dar, ¿será qué con dos pastillas se dormirán rápido?

Bueno con que se duerman por media hora, creo que alcanzaré a recuperar mi celular, solo abriré la puerta, tomaré mi celular y me iré, nada del otro mundo.

Tomé dos pastillas y las puse en una servilleta, me dirigí a la cocina a prepararle el té a mis padres, justamente ellos estaban en la sala, así que me vieron pasar.

—¿Cariño, ya estás mejor?— Claro, estoy superbién, solamente descubrí que mis padres son unos homicidas y tienen una carnicería humana en el sótano.

—Sí, mamá, ya estoy mejor, nada más vine a prepararme un té ¿Quieren un poco?— ¿Qué? No pensarán que le respondería así a una persona que podría matarme¿o si?

—Claro, princesa— Bueno, al menos hacer que se tomen el té no será tan difícil.

—Perfecto, té de manzanilla, ¿cierto papá?—

—Si—

Pase a la cocina, puse el agua a hervir y triture las pastillas, me serví un poco antes de poner las pastillas en el agua, deje mi taza aparte y serví el té de ellos, los puse en la bandeja y se los lleve a la sala. —Provecho—.

—Gracias cariño— Listo ahora a esperar quince minutos a que se duerman y correr al sótano.

Me quede en la cocina para poder vigilar cuando se durmieran, pareció una eternidad la espera, cuando si necesitas que pase el tiempo rápido no lo hace.

Cuando por fin se durmieron, baje al sótano y por primera vez logré abrir la puerta al primer intento, sé que eso no importa, pero fue un logro personal, ¿okay?.

Bueno, Amelia, como acordaste, entras, tomas tu celular y sales, me tuve que repetir esas tres cosas durante todo el tiempo para no echar a perder el plan.

Vi mi celular junto a la pila de cadáveres, lo tomé y me disponía a salir cuando sonó una notificación en uno de los computadores, sé lo que dije, pero es una tentación muy grande para mí y más cuando el correo se abrió solo.

Aunque si le tomo una foto al mensaje con mi celular y salgo no será una mala idea, y eso hice me acerque al computador, tome la foto rápidamente y salí de ahí. 

Me Llamo AmeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora