Reescribiendo la tristeza

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Prontamente, los enamorados regresaron a sus empleos, aunque, para el rubio era ciertamente difícil, ya que debía amoldarse lo más posible a la dinámica de sus nuevos colegas, pero, pasara lo que pasara siempre contaba con el apoyo de su familia y amigos, en especial el de su adorada novia.

Con el paso de los meses, Meliodas se acostumbró al nuevo ritmo de vida, aun sin poder correr de arriba abajo como los demás doctores, pero ya no terminaba sin aliento cada dos o tres horas. Su dedicación fue rápidamente reconocida por la mayoría del personal que laboraba en la misma institución, lo que le ganó el “amor” de una o dos enfermeras, a pesar de que muchos sabían que era un hombre “comprometido”, pero no había ser sobre la tierra que le hiciera entender eso a sus admiradoras.

Un día, luego de una cita para almorzar, Elizabeth acompañó a su novio de regreso a su consultorio, cuando al pasar por la estación de las enfermeras, escucharon una conversación un poco perturbadora.

-El Doctor Demon es un hombre maravilloso –comentó una de las presentes.

-Sí, una total lástima que no esté disponible- secundó otra mujer.

-¿Y quién dice que no lo está? –preguntó molesta la primera mujer.

-Todas sabemos perfectamente que tiene de novia a esa bonita chica de cabello plateado –dijo la segunda.

-Sé por una colega que ella es enfermera en la consulta privada de cardiología –explicó una tercera mujer.

-¡Eso no importa! –espetó la primera- Ella puede ser la mismísima reina, pero una novia es solo una novia, estoy segura que cuando empecemos a pasar tiempo juntos en las guardias de la próxima semana él y yo… -divagó con voz esperanzada hasta que el sonido de unos nudillos contra el marco de la puerta la interrumpió.

La cara de la enfermera se descompuso como si hubiera visto una aparición o un monstruo de película, ante el trio de amigas estaba Meliodas, luciendo una impecable camisa de mangas largas de color blanco, zapatos lustrados y pantalones de vestir bien planchados; y junto a él estaba su platinada novia, quien sostenía entre sus brazos la bata del doctor.

-Buenas tardes, señoritas. Estoy buscando al Doctor Escanor Pendragon ¿Saben dónde está? –preguntó Meliodas con una discreta sonrisa.

El rubio simulaba con su sonrisa no haber escuchado nada, pero sus ojos estaban carentes de cualquier emoción, una visión escalofriante para las tres subordinadas que se vieron descubiertas in fraganti.

-N-no Doctor Demon –respondió una de las enfermeras, y por su voz, Meliodas la descartó, sabiendo que no fue ella quien insultó a Elizabeth.

-¿Alguna me podría hacer el favor de buscarlo? –pidió el rubio.

-Sí, yo lo haré –respondió una inmediatamente. Era ella.

-Gracias, le espero en mi consultorio –dijo Meliodas- Vamos, Ellie –indicó a su novia.

El Doctor Pendragon estaba de licencia médica y Meliodas lo sabía. La pareja se movió en silencio por los pasillos del hospital hasta llegar al cubículo del rubio, donde Elizabeth fue la primera en pasar luego de que Meliodas abriera la puerta para ella.

-Elizabeth- llamó a la platinada luego de cerrar la puerta.

-Dime, Mel.

-Dime que no les creíste ¿No dejaste que sus comentarios calaran en tu cabeza, cierto? –cuestionó.

Pero en cuanto los ojos verdes conectaron con los bicolor de ella, lo supo. Tal vez no creyó las palabras de esa enfermera, pero estas removieron alguna inseguridad escondida dentro de ella.

Vive por mi ♥Melizabeth♥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora