PRIMER PARTE: LA INVITACIÓN
CAPÍTULO UNO
Jonathan Baker corría sin parar, sus pies flotaban en el pavimento de una forma vehemente y apresurada, tenía la cara llena de angustia. Esperaba poder alcanzar el autobús para poder llegar temprano al Holly Green, uno de los restaurantes más elegantes de toda Nullaville, pero sus intentos fueron nulos, el autobús, ya estaba fuera de su alcance.
A la par de unos segundos, el conductor del autobús paró a la siguiente cuadra, y Jonathan logró alcanzarlo. El conductor alzó una mueca de desagrado al verlo, susurró algunas cuantas palabras malsonantes, y cobró la cuota. Jonathan buscó rápidamente un lugar agradable para poder descansar de su larga persecución. Se sentó en el asiento nueve de la fila de la derecha —junto al hombre de sombrero y gabardina, el cual tenía como unos 78 años de edad, aproximadamente. No había más lugar que ese; no era un mal lugar, pero el tipo desprendía un olor nauseabundo, como del olor del perfume que utilizan en las funerarias para disimular la pestilencia de algunos difuntos.
Jonathan se hundió en sus pensamientos. No sabía sí0 Molly estaría en el lujoso restaurante. Jonathan llevaba varias horas de retraso. Para Molly, éso era inaceptable, y por supuesto, ella ya debía estar furiosa e impaciente. Jonathan no es de los tipos que deja plantada a una chica, pero en los últimos días se había convertido en un completo patán con Molly. Su auto se había averiado hacía dos semanas, por lo que se vio obligado a tomar el transporte público.
Sacó su teléfono móvil y marcó al número de su, ahora posible, exnovia.
— ¿Es en serio? Llevo dos horas esperándote —contestó la chica, irritadamente.
— Molly, cariño lo siento, yo…
— Sabes, no te molestes en venir, estoy en la autopista, voy hacia Basentown.
— Molly, por favor espera —replicó Jonathan.
Jonathan volvió a marcar el número, pero no consiguió que ella le contestara. Así que guardó el teléfono, y esbozó una mofa sonrisa.
— Estupendo — se dijo así mismo. — Así que solo quedamos tú y yo —se dirigió sonriendo al hombre de gabardina, el cual alzó una mirada de confusión y demencia.
El trayecto fue largo y muy cansado. Dos horas en el incómodo camión. El transcurso del viaje fue tan molesto que Jonathan comenzaba a sentir los efectos de vivir sentado.
Ya eran las 21:43 horas. Jonathan aun no bajaba del autobús, esperaba meritar un poco el asunto, pues no era el único problema que le atormentaba, pero sí el que más urgencia tenía por resolver, y el que mayor pavor le producía. Después de haber metido la pata en su relación casi exitosa, Jonathan tenía que hacer algo para remediar sus actos «¿Pero qué?» se preguntaba impacientemente durante el trascurso del viaje. La pregunta quedó flotando en la obscura y vil esencia del olvido, así que decidió tomar el toro por los cuernos y afrontar la realidad. Se bajó en The Cold Center Bar, sabía a quién acudir para este tipo de asuntos, Liam Grayson, su viejo amigo.
Cuando entró al pequeño bar, rápidamente su nariz se adaptó al perfume del tabaco y al matiz de los múltiples olores producidos por la variedad de bebidas alcohólicas, y a la pestilencia de algunos sujetos.
A lo lejos, sentado en la barra como de costumbre; se encontraba William Scott Grayson, su viejo amigo de secundaria. Jonathan se acercó y se sentó a un costado de él.
— Nunca cambias, maldito bastardo — exclamó Jonathan al verle. William era regordete, de piel caucásica; hablaba con un asentó extraño, como si siempre estuviese comiendo, aun cuando habla.
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El festín de los Winsert
Action«¿Estás muerta?» eso fue lo que pensó Ronald McKenzie cuando sostuvo la mano de su pequeña Cecy durante aquella mañana tormentosa. Su hija estaba por morir, él lo sabía. Cuando todo estaba por derrumbarse, y la poca voluntad sobrante se encontraba e...