Ronald McKenzie se quedó paralizado al escuchar las sirenas, pero después de unos segundos volvió a la normalidad.
Entró desesperadamente a la habitación de su pequeña hija edad que se encontraba sentada en la cama ortopédica que él le había conseguido hacía un par de meses atrás, miraba hacía la ventana, preguntándose por el sonido que se escuchaba a lo lejos. Ronald hurgó el armario de la pequeña en busca de algunas prendas que pudiesen ser de utilidad en un futuro no muy lejano. Sacó un puñado del cajón, luego saco algunas más del otro cajón, y las arrojo con premura en una pequeña mochila rosa de “Hello kitty.”
—.Cecy—dijo el padre tartamudeando. Tenía miedo y la ansiedad estaba por apoderarse de él, sus manos temblaban por el furor de impotencia que sentía en el momento que escuchó las sirenas de la policía resonar en la lejanía. El sudor, que hace un instante recorría su rostro, estaba empapándolo por completo.
Su hija se levantó de su cómoda estancia, y se dirigió a tomar la mochila esbozando una sonrisa vacilante, mientras que su padre le ayudaba a colocársela.
—. ¿A dónde vamos? —dijo la pequeña. Fruncía ligeramente el ceño. Se mostraba con cierta inestabilidad, pues, aunque no sabía que ocurría, presentía que algo malo estaba por venir.
—. Con tu tía Sarah.
—. ¿Por qué? —Preguntó la pequeña niña mientras su padre marcaba el número de su hermana menor.
—. Tu padre tomará unas vacaciones. —replicó Ronald
—. Ronald ¿Cómo estás? ¿Cómo esta Cecy? —Dijo la hermana menor con un tono entusiasmado por la repentina llamada. Era poco común que Ronald llamara a Sarah. No lo había hecho desde hacía dos años; desde que su esposa, Sandra, había fallecido en aquel accidente automovilístico.
—. Sarah, necesito que vengas pronto, te esperó en 5 minutos en el seven eleven que esta por mi casa ¿De acuerdo? —Dudó— ¿Sabes cuál es?
—. Sí, claro, cuenta con ello ¿Ocurre algo?
—. No hay tiempo, no tengo tiempo para explicarte, solo ven lo más pronto posible. —Dijo mientras cerraba la puerta de su casa. — Cuando llegues encontrarás a Cecy, recógela y cuídala mientras yo no esté.
—. ¿Ronald qué sucede? —dijo acelerando su tono de voz, a causa de la Incertidumbreoriginada por la misteriosa partida de su hermano mayor, causándole cierto temor entremezclado con desconcierto. — ¿A dónde vas?
—. Prométeme que cuidarás de mi hija.
—. Lo… lo haré. ¡Ronald estas asustándome! —replicó la hermana.
Ronald dejó caer el teléfono dentro de su viejo beetle. Ayudó a subir a su pequeña hija en el destartalado auto. Encendió el motor y pisó el acelerador con furia.
Condujo rápidamente hasta el seven eleven que se encontraba a unas cuadras detrás de su casa. Sus manos temblaban al conducir. Sabía que en pocos segundos sería arrestado por la policía estatal, así que apuró el paso. Miraba de reojo el retrovisor, podía apreciar unas luces parpadeantes a lo lejos. El sonido de las sirenas que antes escuchaba en la lejanía era cada vez más intenso. Posiblemente en estos instantes —pensó. — un grupo de policías estaría tumbando la puerta para poder entrar a su casa, para después descubrir que el lugar estaba vació.
Ronald, se estacionó bruscamente en medio de la cera de la calle, al frente del autoservicio. Las llantas habían rechinado en el concreto haciendo un ruido delator que exhibía su posible ubicación. Bajó a su hija del pequeño auto, y le susurró al oído, casi llorando.
—. Toma esto… —le dio un billete arrugado de 20 dólares, seguido de unos cuantos centavos de diferentes numeraciones. — Ve a comprarte algo para comer.
—. ¿No quieres algo...?
Ronad interrumpió a su pequeña hija haciendo una señal negativa con la mano.
—. No, solo… —Ronald hizo una pausa, sabía que jamás volvería a ver a su hija. Sintió una pesadez de culpa y dolor en todo su pecho, sabía que todo era culpa suya, pero no se arrepentía de nada, todo lo había hecho para el bien de su amada hija. Acarició la cabeza de la niña, la cual se encontraba sin cabello por culpa de los tratamientos de la quimioterapia. — Yo tengo que irme, tía Sarah vendrá en unos minutos a recogerte y te llevará muy lejos.
—. ¿Tú no vendrás con nosotras? —replicó la pequeña Cecy, esbozaba una sonrisa llena de dolor. Presentía, como su padre, que esta sería la última vez que estarían juntos.
—. Papi no puede ir contigo, ni con tu tía Sarah. —Ronald agachó la mirada, después se volvió a ver a su hija de 11 años. La cual acomodaba de forma delicada sus gafas que se encontraban un poco ladeadas por su impulsivo plan de escape. En ese instante, Ronald, se rompió en llanto abrazando a su pequeña hija. La abrazaba con fuerza, casi estrujándola, la abrazaba como si fuese la última vez que la vería, pues era cierto, nunca más estaría unto con ella. Se alejó para ver el rostro de su progenie, que se encontraba escudriñando unas cuantas lágrimas. Le seco unas cuantas con su dedo índice y le dijo con un tono de voz apagado, seco y tristón, como si el hablar fuera una actividad tan difícil en esos momentos.
—. Le darás esto a tu tía Sarah —Dijo alzando un pedazo de papel doblado. Se lo dio a su pequeña hija entrecerrando sus manos. — ahora corre.
Cecy mostró indignación. No deseaba alejarse de su padre, deseaba estar con él. Su padre insistió una vez más, pero cuando acordó, los lamentos que pudiesen surgir después, cualquier pesadilla que lo hubiese atormentado en cualquier noche, la tormenta de penumbra que había traído consigo la muerte de su querida Sandy. Estaban ahí presentes, y de una forma totalmente atemorizante, pero a su vez, tranquilizante. Sabía que todo estaba por terminar.
De la nada apareció el rechinar de las llantas de un automóvil. Ronald había pensado en suicidarse hace algunos días atrás, pero se le hacía muy cobarde de su parte, así que prefirió no resistirse al arresto. Dejarse pagar por lo que había hecho. Los policías bajaron del auto, uno se montó sobre Ronald para inmovilizarlo, mientras que el otro le dictaba sus derechos. Los clásicos que suelen decir en las series policiacas, esos que empiezan con el“Tiene derecho a permanecer callado, todo lo que digas podrá ser usado en su contra, tiene derecho a un aboga…”
—. Corre. —Gritó Ronald a su pequeña hija, la cual se encontraba paralizada por el horror que presenciaba. Su padre, el hombre que había sido su héroe durante las dolorosas cirugías siendo sometido por aquellos hombres de una forma tan barba y brusca. Intentaba mantenerse fuerte, pero en un abrir y cerrar de ojos, comenzó a sollozar. — Corre —repitió el padre hasta quedarse sin aliento.
Él policía que le dictaba los derechos, dirigió su fría mirada a la pequeña, se agachó a la altura de Cecy para poder conversar con ella. La interrogó haciendo una serie de pregunta, las clásicas del protocolo policiaco ¿Cuál es tu nombre? ¿Eres pariente de este sujeto? después se dirigió a su compañero.
—. Hey Carrizales, tenemos a un menor aquí.
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El festín de los Winsert
Acción«¿Estás muerta?» eso fue lo que pensó Ronald McKenzie cuando sostuvo la mano de su pequeña Cecy durante aquella mañana tormentosa. Su hija estaba por morir, él lo sabía. Cuando todo estaba por derrumbarse, y la poca voluntad sobrante se encontraba e...