Gajes Del Oficio.

424 42 12
                                    


Las calles lucían tranquilas. Civiles por aquí y por allá, viviendo su vida, un día más. Algunas felices, otras tristes, molestas, estresadas, preocupadas. Podía ver todas las emociones en los rostros de las personas que transitaban.

Se levantó y tomó la bolsa a su lado. El viento movió su cabello largo  y soltó un suspiro. Un paso. Dos. El frío entrando en su alma. Podría usar su quirk, pero sus emociones estaban tan descontroladas que temía iniciar un incendio. Quince pasos. La ciudad se veía diferente ahora. Más silenciosa, quieta, como si le hiciera falta algo, o, tal vez, solo era la forma en la que él habia empezado a ver todo.

Miró a su lado, al parque, unos niños jugaban a los héroes y villanos. Las figuras de acción se movían por los aires, por el piso, en las infantiles manos y quiso reir. Pero solo soltó un sollozo. Vio por última vez la figura de acción en la que resaltaba el  rojo y siguió caminando al lugar donde habitaba.

Los ojos le picaban en anticipación a una nueva ronda de llanto pero respiro profundo y se dijo a sí mismo >> debes ser fuerte, alguien debe serlo << . Su mente, en cambio, fue cruel y le mostró muchísimas  imágenes que le estrujaron el corazón. Sonrio con melancolía y dejó escapar una lagrima. Una más de centenares.

Cuando fue conciente de sí y su entorno de nuevo, estaba en la entrada. Sacó las llaves. Una vuelta. Entró al lugar. Dejó las llaves en la mesa de la entrada. Esa que tenía miles y miles de cartas sin abrir de miles y miles de personas que no conocía.

Lo resivio el dulce olor de la nitroglicerina. Se dirigió a la cocina y dejó la bolsa ahí junto al resto de cosas fuera de su lugar. La simple tarea de arreglar los platos se había vuelto algo sumamente agobiante.

Camino por su hogar sintiendo como el frío y dolor se expandía por su pecho. Una puerta entreabierta lo invitó a asomarse. Sintió pena por el saco de boxeo que era brutalmente atacado. Miró a su novio. Ojeras, sudor,ceño sumamente fruncido, y ojos rojos e hinchados. Había estado llorando. Al igual que todos.

Camino hasta su habitación, mirando los cuadros colgados en las paredes. Recordando. Sus ojos volvían a picar. Entró a la habitación. Un bulto yacía en la cama. Se acercó lentamente, mirando como unos mechones verdes se asomaban por las cobijas. Acarició estos mismos y fue destapando al peliverde. Sacándolo de su escondite. Aquel en el que el chico se sentía más seguro para volver a ser aquel niño lloron de la academia.

Miró al chico ahí acostado, también tenía ojeras, labios secos, un rastro de lágrimas en cada pómulo lleno de pecas. Acaricio las rojas mejillas, sintiendo su corazón demasiado rápido, golpeando en su interior, buscando la parte que le hacía falta.

- volviste Sho-chan...

- Volví conejito - miró a su chico, esperando una sonrisa o un atisvo de emoción. Solo vio cómo suspiraba y miraba a la nada.

La puerta se abrió y entró el ojirubi. El contacto visual dolió para ambos. Pero lo mantuvieron hasta que sus corazones estuvieron a  punto de salir de su lugar.

Más tarde, se encontraban viendo televisión, pero, ¿Como podrían tener una noche de películas faltando cierta risa?  Cierta esencia importante.

Miraron la pantalla, cada uno siendo consumido por la tristeza, la pérdida, las ganas de correr y gritar a todo pulmón  hasta quedar afonico. Hasta que los oídos propios estén agotados del estruendoso ruido. Hasta que sus corazones exploten al fin. Y seguir intentando hacer algo para aliviar aquel maldito dolor. Llenar aquel vacío. Apesar de que sabían de que era imposible y que no podian remover el cemento, la tierra y todo lo que se interponia entre la persona que les faltaba.

Era imposible hacer aquello. No tenía calidez aquel cuerpo, ni caricias que dar, ni palabras tontas, risas contagiosas. Ya no había nada que podían hacer y era malditamente frustrante no poder hacer nada. Eran malditos héroes! Salvaban a las personas! Sin importar nada, ni sus propias vidas, solo querían proteger y no pudieron hacerlo. No pudieron proteger una parte vital de ellos mismos. Nadie pudo.

Por eso lloraban de nuevo, abrazados, en la gran cama abrazando la almohada que tenía aún un poco de la calidez embriagadora que hacía falta. Lloraban, sin importar nada, porque al final solo se tenían a ellos ahora, debían aprender a funcionar así, cuando era sumamente difícil siquiera mantener una conversación simple sin sollozar.

Nunca habían sentido tanto dolor y no se soltaron en en tiempo muy largo, temiendo que si soltaban alguna mano podrían perder a alguien más. Y si eso pasaba no podrían seguir existiendo.

Intentaron poco a poco seguir adelante, seguir salvando a la gente y darles una sonrisa para calmarlos. Cuando ellos seguían agonizando. Sus amigos los contactaban, intentando ayudar en la pérdida. Pero ellos no entendían lo difícil que era.

Miró la lápida una vez más, ya no tenía lágrimas aquel día. Tres años después y aún dolía demasiado. Su corazón había sanado un poco. Solo un poco. Miró a Katsuki y a Izuku. Sus chicos tenían lágrimas en los ojos también, con pequeñas sonrisas, como si le estuviesen contando algo a aquel chico bromista con dientes extraños, como si estuviese allí con ellos.

El viento despeino sus cabellos de nuevo, con una sueve  caricia y sonrio suavemente. Estaba ahí con ellos. Por eso le dijo cuanto lo amaba y extrañaba. Como necesitaba ayudarlo a pintar su cabello, o que peleara con Katsuki para terminar escuchando las risas de todos.

Soltó más lágrimas al escuchar en su mente la voz de Eijiro >>¡ te amo mucho Príncipe!  <<

Las ganas de llorar nunca se irían, ni la presión en el pecho, ni la ansiedad de perder a sus parejas. Pero irían reduciéndose, hasta que sea un viejo en su lecho de muerte. Esperando a ver de nuevo la sonrisa de Kirishima.

Fin.

El luto es distinto para cada persona. Algunas no pasan por él, y no esta mal.

Amor Entre CuatroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora