Tu, mi dulce amor de seda,
a quien en mi mente abrazo,
debes ir por los abrojos
y fundirte por la senda.
Ya mis manos marchitadas
de rabiar te están soltando
con su gesto atribulado
y te arrojan a la nada.
Vete, por favor, por los abrojos.
Vete y vive los espinos.
Deja morir aquel destino
que supuse fuera gozo.
Adios mi flor de loto,
¡Mi delirio encarnizado!
Mi gorrión encarcelado,
mi martirio siempre ignoto...