CAPÍTULO 1

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Aquella mañana no fue nada del otro mundo pues desperté, como de costumbre, con la respiración entrecortada. Me levanté perezosamente de la cama y cuando sentí el frío suelo bajo mis pies, un escalofrío me recorrió la espalda al notar la temperatura. Suspiré y, con suma lentitud, bajé a desayunar con mi familia.

La casa no era gran cosa; cuatro pequeñas habitaciones, un solo lavabo (lo cual significa que solo hay un váter), el salón-comedor y una diminuta cocina. De todos modos, a pesar de ser muchos en una casa tan pequeña, apenas había problemas de espacio. Sabíamos cómo administrarnos bien (sobretodo el baño).

―Hola, cielo. ¿Cómo has dormido? ―me preguntó mamá, dándome un beso en la coronilla.

Saqué el zumo de naranja de la nevera y me senté en la vieja silla blanca antes de responder con voz ronca.

―Buenos días ―saludé a todos―. Bien, aunque he soñado una cosa extraña.

El abuelo rio a carcajadas y dijo:

―Magena, tu siempre sueñas cosas raras ―mencionó dando él también un sorbo a su zumo― Asúmelo, ¡eres rara!

― ¡Tahaku! ―la abuela le dirigió una mirada fría al hombre con barba sentado en su sillón favorito (el único que había)― No le hagas mucho caso, hija. Tu abuelo es mayor... ―mamá no pudo contener más la risa― Sacagawea, no tiene gracia.

―Lo sé, mamá... Perdona... ―se disculpó sin poder reprimir una sonrisita.

Cada mañana era igual, una rutina sin lugar a dudas. Las mismas conversaciones, las mismas peleas, las mismas risas, el mismo ambiente... Todo exactamente igual al día anterior pero yo, por aquel entonces, no era consciente de ello.

―Abuelo ―llamó la atención el pequeño―, Magena no tiene sueños extraños y tampoco es rara como tú dices, son pesadillas a causa de su ilimitada imaginación ―explicó Kange, sonriente mientras desmenuzaba una magdalena con pepitas de chocolate negro.

Todos; mamá, la abuela, Kato, el abuelo y hasta incluso yo, nos quedamos mirando a mi hermano menor asombrados por su reflexión.

―Cerrad las bocas ó os entrarán moscas.

« ¿Desde cuándo mi hermanito es tan sabio? » Pensé sin palabras.

En cierto modo era así, Kange y Kato eran críos sin pelos en la lengua. De hecho, todos de pequeños hemos pasado esa fase en la que sin tapujos decíamos lo que nos rondaba por la cabeza pero él... Lo hizo de una forma como si una persona de noventa años hablara con el cuerpo de un niño de ocho. Fue muy extraño pero nos hizo gracia a todos.

―Magena... ―empezó a decir el abuelo― ¿De qué trataban tus sueños?

Suspiré. No me hizo falta hacer memoria pues aquel sueño se me había repetido diversas veces, en diversas ocasiones y en diversas condiciones.

―Es... difícil de explicar y más aún de entender. De hecho, ni yo misma lo sé. Estaba corriendo por el bosque y me sentía muy bien; de maravillas. Era una sensación de libertad asombrosa, en serio. Me sentía en sintonía porque notaba la tierra bajo mis patas...

― ¿Patas? ―me interrumpió Kato, sorprendido.

―Sí, patas ―afirmé, asintiendo con la cabeza―. Sé que es extraño. Lo que pasa es que esa yo no era yo. Es decir, me sentía increíblemente bien pero no era mi cuerpo, aunque sí es verdad que sentía que lo fuese. Era una especie de perro enorme, como un lobo o algo así. Pero luego... Luego pasó algo, dejé de sentirme de esa manera y empecé a sentirme angustiada. No, angustia no era, era... Era... Me asfixiaba, me sentía atacada y perseguida; por eso corría.

SANGRE DE LA LUNADonde viven las historias. Descúbrelo ahora