Las ramas le golpeaban en sus piernas. Draco no era mucho de hacer ejercicio, pensaba que era algo tan "muggle" que prefería el evitarse que el sudor rozara siquiera su frente. Hasta ese momento era en el que se había arrepentido, de absolutamente todo. Se arrepentía de haberse quedado en la mansión después de que Snape hubiera asesinado a Dumbledore, se arrepentía de no haber escondido un traslador entre las ropas de Potter, al menos con eso se hubiera ahorrado el estar corriendo.
Ahora mismo todo se sentía tan lejano, los gritos de su tía detrás de él, los hechizos de calor de su casa.
Pero aunque le temía a su padre más que en veces anteriores, le temía más a Voldemort. No era agradable ver a Nagini devorarse a una de sus profesoras, no era gratificante el que su habitación se encontrarán tres mortífagos dormidos porque su padre fue tan cobarde como para dejarlos pasar. En ese momento dudaba sobre si ser Malfoy fuera algo de prestigio y renombre.
Aunque quisiera no podía odiar a su madre, la señora de sus ojos. Narcissa intentaba protegerlo, recibía ella los cruccio que iban dirigidos a él, todo eso mientras su padre evitaba la mirada de su hijo y los gritos de su esposa. Si en algún momento la lealtad de los Malfoy únicamente estaba entre ellos, su padre lo había olvidado.
Esquivó una rama salida antes de que chocará en su cara. Se espabilo recordando que no estaba corriendo por puro amor al arte, su tía le perseguía con la risa más alocada jamás escuchada antes; ante los ojos de Bellatrix lo único que veía era la idea de matar a otro Black, eso la excitaba demasiado.
Draco se quedó quieto en medio del bosque, salir de su casa había sido apresurado, eso lo sabía. Pensar durante tres días en la mejor forma de salir fue lo que lo mantuvo mínimamente fuerte, le ayudó a no pensar en Voldemort rondando cerca de él. No podía escuchar la risa de su tía y eso lo desesperaba, porque Draco ahora no tenía idea de donde se encontraba Bellatrix.
Suspiró cansado y sostuvo su varita en su pecho, tenía que aparecerse; Había practicado durante su quinto año, y aunque lo intento en el sexto, no tuvo mucho tiempo. Y el tiempo que tuvo se lo gastó llorando. Sacudió la cabeza librándose de esas ideas. Era su única oportunidad y no la iba a echar a perder, de eso dependía su vida, literalmente. Se sintió estremecer.
En medio del bosque: esperando un milagro. Los ojos acuosos buscando una salida entre los arbustos y arboles viejos. Su tía no se encontraba al rededor, la esencia de su magia había desaparecido. Sus piernas rogaban por ceder y terminar en el suelo, se obligó a enderezarse en su lugar.
Draco tenía el peligro de morir atravesando su cuerpo, pero él ya no sabía si morir fuera lo peor que le podría pasar. Vio cosas horribles desde hace meses, las escuchaba, las sentía. La maldad apachurrando su corazón. No, morir no era lo peor que le podría pasar.
- Draco - El muchacho volteó apresuradamente. Su tía se encontraba detrás de él.
- Pequeña rata asquerosa - Tragó con dureza antes de dar un paso hacía atrás, con la absurda idea de que eso le salvaría. - Nuestro Señor esta al tanto de tu ridícula escapada - Bella brincó emocionada, como lo hacía cada vez que hablaba de Voldemort. Dejo de saltar, la felicidad dejó su cuerpo para que la seriedad se presentará.
A Draco siempre le había asustado la forma tan simple con la cambiaba su estado de ánimo.
- Siempre supe que eras débil. La forma en la que te negabas a lanzar un cruccio al conejo, y eso que solo fue hace dos meses, ¡Oh! La pureza de tu magia, a todos nos impresiono si te soy sincera, no podíamos dejar escapar una oportunidad así. - Draco tragó con fuerza ante el recuerdos abrumando su mente. "Claro que no" pensó el rubio.