XVIII

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                                            Querida Romina:

Han encontrado tu carta de suicidio.

Pedías perdón por haberte ido,

y decías amar a tu madre,

y, también decías,

amarme a mí,

decías que siempre me amaste,

y que no tuviste el valor de decírmelo.

¿Por qué nunca me lo dijiste? 

He pensado desde ese día,

y,

¿Qué tal si lo nuestro nunca fue, pero estába a punto de serlo? 

¿qué tal si lo nuestro no inicia aquí, sino allá, donde tú estás?

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