intro (genesis)

185 13 2
                                    

A la distancia yo podía escuchar una cumbia. Palmas, silbidos. Para el final de noviembre, estaba aprendiendo, siempre había palmas y silbidos en la tarde de Santa Fe. Más si estabas relativamente cerca de la costa. Seguro alguien se había egresado y ahora festejaba el título con toda la familia y todas las amistades paseando en caravana. O eso supuse, porque yo estaba en cama, y de todas maneras no iba a poder verlo.

El calor era inmanejable: por más que dejé la ventana abierta para que entre el poco aire que estaba corriendo, por más que puse el ventilador al máximo, no había con qué darle, estaba empapada de sudor igual. En Santa Fe solo hay una forma de transpirar y es a lo guaso. ¿Cómo podría yo explicar el calor santafesino? Es como una masa espesa en el aire que vas cortando a medida que transitás. O también es como un pibito cargoso que te agarra fuerte y te respira en la nuca. Para colmo yo dejé la ventana abierta, sin cuidado, esperando una brisa que no corrió ni corre nunca, y todo lo que conseguí fueron mosquitos. El sol había bajado y la habitación estaba llena, pero llena de ellos.

Fue cuando vi el cielo, algo entredormida, que me dí cuenta de que me había zarpado, y me había zarpado mucho. Al mediodía había rendido mi último parcial: era para el segundo año de historia del diseño. Y me había costado, mucho. Con todo lo que tuve que presentar en las semanas previas, apenas había podido arrancar después de entregar los últimos trabajos de tipografía, lo que había sido tres días antes. Así que, sí, estuve tres días prácticamente sin dormir para estudiar para ese último parcial. No sé si me fue bien o mal, pero cuando terminás de rendir ya nada te importa: lo dejás en manos del profesor a cargo. Cuando terminás de rendir las únicas cosas que te pueden importar son, uno, la cerveza con amigos para festejar que te sacaste el cuatrimestre de encima; dos, la siesta para recuperar todas las horas de sueño que no tuviste desde el inicio de noviembre.

Delfi me había invitado esa cerveza de fin de cuatrimestre pero yo decidí no sumarme, porque salí del parcial muy, muy cansada. Así que me tomé el cole y me fui derecho a la casa de mi viejo, y cuando llegué, me fui derecho a mi cama.

Todavía quedaba una horita para dormir la siesta así que dije, bueno, ya fue. Me duermo una hora y estoy. Me desperté por el ruido y claramente había pasado más de una hora: lo corroboré cuando ví mi celular y me contó que eran las ocho y cuarto de la noche. Me hubiera puteado por zarpada, por saber que ahora iba a pasarme toda la noche sin dormirme, pero otra cosa en mi celular me sacó de esa idea. Tenía dos llamadas perdidas de mi mamá.

No eran tan viejas las llamadas. Una a las siete y media y otra a las ocho menos cinco. Sumado a eso, dos mensajes de Whatsapp.

Mi amor, estás?

Llamame ni bien veas este mensaje, te quiero

Era raro. Primero, porque Graciela para esta hora se junta siempre con sus amigas, y por lo general no hay cómo localizarla entre las seis y las nueve. Segundo, porque nunca tiene tanta urgencia de hablar. No alcancé a terminar de hilar lo que pasaba que el celular empezó a vibrar en mi mano anunciando una llamada de ella. Iban a ser malas noticias: no lo sabía, pero lo sabía. No quise atender, tampoco, pero atendí.

- Lena, podés hablar?

Le dije que sí, ya sin dudas de que iban a ser noticias de mierda. Graciela no tenía la voz de siempre. No tenía la campana alegre que siempre tiene en su voz cuando habla - y más todavía cuando me habla a mí. No, mamá tenía esa voz que ponen las madres cuando hasta hace nada estaban desvastadas y ahora, para hablarte, concentran toda la fuerza que tienen, o al menos la suficiente fuerza para no llorar enfrente de los hijos.

- Es la Yeya... la Yeya está internada.

La Yeya llevaba años con la salud hecha mierda, pero en este tiempo se había puesto todavía peor. Era una señora a la que no le faltaba ningún vicio: fumaba, tomaba, timbeaba incluso. Y era una vieja desagradable, me había maltratado muchas veces, y a mamá muchas más. Pero mamá, con la paciencia infinita de una hija que sabe que su madre no tenía a nadie más, la cuidó y la toleró por mucho, mucho tiempo. Yo ya sabía, lo podía sentir: a la Yeya no le quedaba mucho tiempo más.

- ¿Qué le pasó a la Yeya?

- Y, mi amor, el cuerpo de la Yeya ya no da más. Ya venía muy mal, y ahora le están fallando los pulmones. Anoche no podía respirar bien y por más que quise traerla al hospital ella no quiso saber nada...

No es raro que la Yeya se ponga en pose de vieja cascarrabias. Usualmente cuando mamá me cuenta cosas así de ella le hago saber que para mí es una vieja pelotuda, pero hoy decidí obviar el comentario.

- ...esta tarde casi se murió ahogada y tuvimos que venir corriendo. Los pulmones están muy débiles y tiene que pasar por cirugía. Los doctores me están dando a entender que va a ser muy difícil que su cuerpo lo pueda resistir...

- Ma, cómo lamento que estés pasando por todo esto.

- No te preocupes por mí, -me dijo con la voz quebrada. La sentí tragar (no supe si tragó saliva o lágrimas) y agregó:- yo nomás te quería pedir una cosa.

La pausa fue mínima, con suerte habrán sido dos segundos, pero para mí duró una eternidad.

- Quisiera que la veas una última vez.

Me vi venir este pedido. No puedo decir que me sorprendió porque no estaba sorprendida para nada. Aún así el estómago se me dio vuelta, porque en mi ciudad natal no la pasaba nada bien. De todas formas, no podía darme el lujo de dejar sola a mi vieja sabiendo que ella apenas cuenta con amigas.

- Voy a ir y me voy a quedar con vos. ¿Pero cuándo voy?

Otra pausa en el teléfono, pero esta vez sí puedo decir que fue larga. Mamá pensaba. Adiós, quinta de Delfi, me dije para mis adentros. Adiós, campamento. Adiós, navidad en la costa... Este año no va a poder ser...

- ...y, mi amor, vas a tener que venir cuanto antes.

- Bueno, lo hablo con papá y me tomo un cole...

- ...te va a venir mejor un avión.

Y si, boluda, me dije. Vas a despedirte de tu abuela, no te va a bancar 30 horas a que llegues.

- Tenés razón -le dije-. Ya me estoy poniendo en marcha. Pero me quedo allá, no te voy a dejar sola.

No quise que nuestra charla se quedase en eso: seguimos hablando un rato, me contó del hospital, de cómo la casa está quedando muy sola y eso no la deja tranquila, de que Lidia la estaba bancando muchísimo y Coca también. Yo le conté que había rendido mi último parcial y ya estaba de vacaciones. Mentí diciendo que no tenía planes de rendir algo en el verano: a esos planes ya les había dado el beso de despedida mientras esperaba a que me dijera cuándo viajar. Que mis amistades bien, que Santa Fe muy tranquila. Que con papá apenas nos cruzábamos entre todo lo que estudié y todo lo que él labura en el kiosco. Que Laura estaba siendo super buena conmigo y muy atenta.

Para cuando colgué ya entraba por la ventana la luz del alumbrado en la calle. Me hubiera encantado quedarme mirando el techo, necesitaba darme cuenta de lo que estaba pasado, de lo que significaba volver, pero no había tiempo: había pasajes que comprar y valijas que hacer.

Ya era, mal que me pese, oficial: iba a pasar el verano en Río Negro.

río negro | matías candiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora