#HenrayWeek

4. Durmiendo juntos.

No era miedo, a comparación de lo que muchos decían. Simplemente, el estar solo en una cama, le era tan difícil como a alguien le era difícil aguantar toneladas encima; cosa que a él no le pasaba, por obvias razones. Era, más bien, esa sensación de carencia de afecto que calaba en sus huesos cuando no se encontraba en público. Bien, le gustaba su soledad, pero no le gustaba el sentimiento que venía de la mano con esta, como una pulga junto a una liendre. Una la podría soportar, hasta disfrutar. Dos eran, sin duda, algo fatigante en muchas razones.

Tal vez se había ganado la fama de mujeriego con razones, pero no por las que muchos creían, desde sus compañeros hasta... Nadie, no tenía amigos ni familia. Su fama era solo eso: Algo abstracto que la gente tomaba de mala forma, cuando no era así. Sentirse solo era presión de esta. Necesitaba tener a una mujer en su cama, si no quería tener al día siguiente un humor de perros.

"Hermano, ¿estás bien? Te ves fatal" No necesitaba que le dijeran lo obvio, así que con desprecio que no sentía, miró al rubio con el que estaba compartiendo el sillón de la capicueva. Así eran las cosas: No consiguió a nadie, había tratado de dormir sin lograrlo, y, al final, tuvo que recurrir al desvelo, quedando con horribles ojeras que arruinaban su bello rostro. Eso, claro, no lo entendería un niño de recién dieciocho que toda la vida había dormido bien.

"Deberías irte" Ya era tarde, y si era posible, se pegaría en la cabeza hasta quedar inconsciente y poder dormir. Aun así, Henry parecía negado a irse, pues, en cambio, se acomodó en el sofá, desprendiéndose de sus zapatos y subiendo las piernas a este. "Baja los pies" Gruñó.

"Qué humor" Rodó los ojos, sin bajar los pies. "¿Te pasa algo? Pareces más desagradable que de costumbre" Bien, como no se podría deshacer de Henry sería suficiente tenerlo ahí para poder conciliar el sueño, como si este fuese su ángel guardián.

Tiró la cabeza a la parte trasera del mueble, y estiró sus piernas, tratando de que esa posición fuese cómoda. No lo era, necesitaba su cama, necesitaba sus cobijas, Necesitaba, urgentemente, el cuerpo cálido de alguien a su lado. Recordó cuando sus padres vivían, su madre lo arrullaba hasta dormirlo. Era una buena época.

"¿Por qué no vas a la cama?"

"¿Por qué no te callas?" Henry hizo una mueca, cruzando los brazos, y decidiendo ignorar el volátil temperamento de Ray ese día. ¿Qué le pasaba? Últimamente lo veía distraído, hasta chocando con las cosas, gruñendo y diciendo groserías. Parecía un niño haciendo pataleta.

No debía preocuparse, pensó, girando su cabeza hacia otro lado, tratando de evitar el cuerpo de Ray. Imposible. Este hombre parecía un enorme jugador de futbol americano, a su lado, pues él era un palillo desde niño, jamás agarraba masa muscular.

Sus ojos volvieron al cuerpo del mayor, por el rabillo del ojo. Respiraba con regularidad, sus ojos estaban cerrados, pero parecía consciente, e inhalaba por la boca, entreabierta. Tenía algunas arrugas a los lados de sus labios, y su nuez de Adán se marcaba con la cabeza en esa posición. Parecía tranquilo, pero alerta.

"¿Por qué no vas a la cama?" Repitió, creyendo que esta sería más cómoda. El mayor, frustrado, se levantó, agarrándolo del brazo.

"¿Quieres ir a la cama? Bien, vamos a la cama"

Lo jaló, a tropezones, entrando a donde estaba la habitación de Ray. Entraron, y el mayor lo tiró con fuerza a la cama, haciéndolo rebotar. Iba a quejarse por esa actitud temperamental, pero Ray, completamente ido, se acostó a su lado, tomándolo con sus enormes brazos por la cintura y pegando su pecho enorme a la delgada espalda del menor.

Henry dejó de respirar, impactado y nervioso en iguales partes. Se sentía bien de alguna forma, pero mal de mil formas más. Ray, su jefe, hombre y mayor, lo estaba abrazando como a un amante solo debía ser, además, de respirando con tranquilidad en su cuello. Espera, ¿se quedó dormido? Henry no podía, sus latidos iban tan acelerados que le sería imposible conciliarse.