Quiero contarte algo...

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Hola mamá:

Soy yo, otra vez. Hace tiempo te escribí una carta, expresando lo que sentía. No conocía toda la historia, solo existía mi perspectiva de ella. Ahora conozco tu versión. Y te creo. Me alegro de que hayas vuelto a mi vida y estoy contenta de saber que regresaste para quedarte en ella.

Ahora yo quiero contarte algo, y espero que me creas, porque fue real. Sigue siendo real. Cada vez que lo recuerdo, es como si volviera a vivirlo. No quiero que pienses que es algo sin importancia, porque yo no pude restársela, aunque quise hacerlo. No estoy segura de querer decir su nombre, no puedo, no me sale. Perdón por eso, pero me avergüenza decir en voz alta quién fue. No debería, pero así es. Solo diré que fue alguien muy cercano y cada vez que lo veo la incomodidad y los nervios me invaden, mientras él se pasea por ahí como si nada. Cada vez que lo veo los recuerdos invaden mi mente.

Pasó hace dos años, tú no estabas. No creo que te habría dicho entonces. En realidad, no lo sé, hoy aún me resulta difícil. Intenté decírtelo, pero la verdad me alivié cuando nos interrumpieron. No hay forma sencilla de decirlo, pero así es mejor para mi.

Te contaré algo que me pasó y que jamás creí que estaría contándole a nadie. Te contaré sobre la primera vez que un hombre puso sus manos sobre mi cuerpo.

Yo no podía dormir esa noche. Me entretuve un rato con el celular, hasta que llegó la madrugada. Él dormía en la sala esa noche. Su mensaje llegó antes de que yo decidiera intentar conciliar el sueño.

Me hablaba para molestar, porque tampoco podía dormir. Me burlé de él cuando me dijo que escuchaba ruidos en la cocina y que le daba miedo estar solo ahí abajo. Me insultó como siempre lo hacía cuando me metía con él o como yo lo hacía cuando él se metía conmigo. Los insultos eran broma, siempre lo habían sido, así que solo me reí. Así era nuestra relación, algo parecido al amor-odio entre hermanos. Se quieren porque son hermanos, pero no pueden evitar molestarse mutuamente de vez en cuando.

Decidí ignorarlo y volví a entretenerme con cada cosa veía en el teléfono. No pasó mucho cuando llegó otro mensaje. Era él, de nuevo. Insistía con los ruidos que se escuchaban en la cocina, dijo que lo ponían nervioso y que bajara a hacerle compañía, en pocas palabras. Me negué, una, dos, tres veces. Insistió un rato, sin lograr nada. No pensaba bajar, me daba flojera. Pero él uso esa táctica que conmigo funciona tan bien, porque yo no me negaba cuando él me retaba.

Me llamó "gallina", después me dijo que era una cobarde por no querer bajar. Y luego, de nuevo, la palabra "gallina" hizo acto de presencia. Mi orgullo se sintió atacado y no pude evitar entrecerrar los ojos mientras miraba el teléfono cargándose en mi mano. Me tarde menos de un minuto en salir de la cama que compartía con mi hermana en ese momento. Salí de la habitación sin hacer ruido, para no despertar a nadie y bajé con cuidado, aunque el foco al pie de la escalera estaba encendido.

Divisé su silueta en la oscuridad de la sala. Era más grande que yo, siempre lo ha sido, sin embargo, y aunque a mis ojos siempre había sido un chico, su aspecto ahora era el de un hombre.
Me acerque a él sin temor alguno, se trataba de alguien que conocía, alguien a quien le tenía confianza y que no me haría daño. Eso pensaba yo.

Me dijo que me sentará a su lado, pero yo solo quería escuchar los ruidos de los que hablaba. No había nada más que silencio y estuve a punto de irme. No me dejó. Su mano tomó mi muñeca y me hizo sentarme dónde me había indicado momentos atrás. Mis ojos se movieron con un gesto de fastidio y aburrimiento, mientras volteaba a verlo. No lograba distinguir bien su rostro en la oscuridad, pero no necesitaba hacerlo. Lo conocía de toda la vida. Sus ojos eran lo único que alcanzaba a ver. Brillaban de forma extraña, mientras me miraba, pero no me inmuté.

A quien rompió mi corazón por primera vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora