maduración

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Tres meses después era su turno para partir a tierras lejanas y volverse más fuertes, debían dejar atrás su nombre como Shinsengumi para sobrevivir y alimentar las llamas de la revolución. Que difícil sería dejar todo y a todos atrás; si era sincero, dejar a ese tonto atrás era algo que le causaba un sentimiento agridulce porque Hijikata sabía que las probabilidades de regresar, para él eran menores a diez. Sin duda su enfermedad estaba en una etapa donde incluso con toda su voluntad de hierro había momentos en los que no podía seguir, se fatigaba, le faltaba el aire y necesitaba de al menos cinco minutos para reponerse; tosía flores completamente cubiertas de sangre cada treinta minutos o menos, él realmente veía cerca su final y no sabía si era bueno o malo que no estuviera más en Edo para ese momento.

El último día que estaría en la ciudad decidió pasarlo con el revoltoso peliplata, tenía que verlo por última vez antes de irse y no regresar jamás. Así que eligió engañarse a sí mismo y cómo si fuera otro de sus días libres, se encaminó al tan conocido restaurante donde compartiría el último especial Hijikata con el tonto al que amaba. Si pensaba sobre ello, realmente era una buena despedida.

–Ya sabía que sucedería, pero es irónico. Pasara lo que pasara, peleamos para seguir siendo el Shinsengumi, y es por eso que ya no podemos seguir siéndolo –reflexionó el ojiazul como quién no quiere la cosa. – No puedes quedarte en Edo, Edo ya no.... Es justamente por eso ¿No? –. Él ya sabía que Gintoki se quedaba justamente por eso, se quedaba atrás porque ya no quedaba ni Shinsengumi ni Mimawarigumi, creía que si ellos se quedaban allí podrían irse tranquilos. Que ridiculez. Con todo lo incierto que el futuro traería no podría sentirse seguro de marcharse, por dios, el imbécil era perseguido por golpear al Shogun ¿Cómo irse en paz si sabía que el de ojos carmesí era más revoltoso y problemático que todos juntos? Ah, otro mal chiste de la vida, como esos que llevaba experimentando desde hacía un buen tiempo.

Entre conversaciones superficiales y bromas sin sentido dejaron fluir el tiempo, el ambiente era amigable y tranquilo, casi como si intentaran mantenerse civilizados como despedida, incluso intercambiaron sus platos característicos, y aunque ninguno disfrutaba de la comida de perro o gato, igual lo consumieron y rieron. Hijikata en ese momento deseó que el mundo se detuviera, que el tiempo dejara de fluir para quedarse allí, sentado al lado del yorozuya y verlo reír tan despreocupadamente, quería proteger aquella sonrisa con todo lo que estuviera en sus manos y todo lo que no también, él realmente esperaba recordar la perfectamente imperfecta imagen del peliplata mirándolo con cara de asco después de comer tanta mayonesa, quería grabar con fuego en su cerebro el sonido de la caótica risa del contrario y atesorar el recuerdo por lo que le quedaba de vida.

Pero como llevaba diciendo desde tiempo atrás, la vida lo odiaba y el tiempo mantenía el curso que debía, los segundos seguían fluyendo hasta convertirse en minutos y estos a su vez, alcanzaban las horas. Tōshirō no podía sino mirar constantemente el reloj en la pared y darse cuenta de que se quedaba sin tiempo, tenía que decir todo lo quería y decidir que era mejor callar y llevarse a la tumba.

Pensó que tal vez era hora de arriesgar la poca dignidad que aún mantenía, siendo como era, tampoco lo diría directamente, pero suponía o deseaba con toda su alma que Gintoki por primera vez no fuera tan absurdamente denso y pudiera comprender que aquello que escuchaba era sin duda más de lo que parecía, no necesariamente esperaba que lo tomara como una confesión que necesitara respuesta, no, solamente quería que el otro escuchara aquello que probablemente sería uno de los momentos más frágiles y sinceros de su vida.

El ojiazul suspiró tratando de crear un diálogo coherente y eligiendo camuflajear su obvia muerte con una promesa vacía, todavía podía engañarse a sí mismo, al menos pensaba hacerlo mientras estuviera en Edo y mientras estuviera frente a él.

–Tengo una buena botella reservada. No me gusta beber con mucha gente, así que de vez en cuando vengo aquí a beber solo. Puedes bebértela tú. Pero es cara, así que bebe solo una copa por vez, volveré para cuando te la hayas acabado. Te pagaré el resto de lo que te debo entonces.

–Acepto la botella, pero no recuerdo que me debas nada.

–Pues te debo algo. Aunque tu cerebro de mosquito lo haya olvidado, yo lo recuerdo. No olvidaré todo lo que has hecho por mí.

–No me debes nada, en realidad fui yo quién recuperó algo que había olvidado. Así que no traigas nada para pagarme, basta con que la próxima vez tengas una botella para que bebamos juntos.

Con esa promesa impregnada de nada más que sus anhelos por volver, tomaron un trago de la botella en cuestión, creyendo en el futuro y esperando mejorar. Lo único que podían hacer por el momento era reír, sonreír con sinceridad ante la escena que tenían frente a ellos y aferrarse a ella, deseando que se mantuviera así por siempre.

Gintoki acompañó al ex policía al cuartel donde se reunirían todos antes de partir y aunque aún tenía unos cuantos vacíos existenciales, durante el último tiempo de convivencia tuvo una revelación que pareció noquearlo. Desde el intercambio de almas su convicción como rival amistoso había flaqueado, poco a poco entendió mucho de lo que sucedía y aunque al final, lo comprendió muy tarde no podía sino responder a esa silenciosa declaración con una promesa.

Al final, él también había caído por el contrario tiempo atrás, dándole nombre solo recientemente y después de algunas reflexiones profundas dentro de su cabeza de chorlito que parecía estar llena solamente de leche de fresa y parfaits. Sabiendo eso no necesitó pensarlo dos veces, antes de llegar a su destino, lo arrinconó en una pared y lo besó tratando de transmitir todo lo que no diría en voz alta. Lo besó lenta y profundamente, le dio uno de esos besos que te asfixian por dentro y te doblan las rodillas, que te dejan la cabeza llena de humo y el estómago lleno de mariposas. Esperando que aquella tonta leyenda que escuchó alguna vez de la boca de Shōyō hace muchísimos años fuera cierta, que solo necesitaría la confirmación de reciprocidad sincera para asegurarse de que el otro regresara.

–Esperaré a que vuelvas, cuando estés de regreso y solo entonces, podremos hablar del futuro entre nosotros. Sé que piensas que no podrás volver, pero toma esto como un anticipo y una respuesta a esa confesión. Gin-san esperará con ansias su regreso vicecomandante –El ojicarmesí se acercó aún más para susurrar– y no olvide que lo amo. – después de decir eso, plantó un beso corto de manera inocente y huyó avergonzado de la escena tratando de no mirar atrás.

Gintoki también esperaba que algún día en el futuro cercano pudieran ser capaces de vivir sin preocuparse de otra cosa más que vivir en calma y tranquilidad, tomando leche de fresa y siendo acompañado de un policía gruñón con problemas de adicción al tabaco y a la mayonesa.

梅花·|Ciruelo |GinHiji|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora