Capítulo IV

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—Sabía perfectamente que esto iba a ocurrir...

Gèrard miraba a la televisión dejando ir un pequeño suspiro mientras que el presidente del Gobierno dictaba el Estado de Alarma durante quince días, por el momento. Ambos sabían que aquello iba a durar más de esas dos semanas, pero había que tener algo de esperanza, ¿no?

Ambos suspiraron y se hundieron ligeramente en el sofá... cuando a Flavio se le vino a la mente lo que le iba a decir al chico, pero solo el hecho de que tenía algo que contarle, y no la idea.

—Tenía una cosa que decirte, pero se me ha olvidado. —Arrugó la nariz mientras elevaba una de sus manos y sus dedos frotaban la sien. Le molestaba cuando eso le sucedía, y se levantó de allí intentando refrescar la memoria.

Después de unos minutos no sentía que volvía a la mente aquella cosa que tuviese que decirle, así que fueron a hacer la cena y mientras picaba algo de cebolla, y lloraba como cualquier ser humano, se miró los dedos para no cortarse, y la idea de su cabeza volvió.

—¡Ya! Ya me he acordado.

—¿Qué es?

—Mañana voy a quitar la sábana de encima del piano y voy a tocarlo.

Aquello hizo que, de primeras, el ceutí no reaccionase, sorprendido con aquella noticia, pero poco a poco su sonrisa fue empezando a aparecer y acabó saltando en el sitio, emocionado y mirándole algo incrédulo.

—¿¡Qué?! No me estarás vacilando...

—No, no, voy a intentarlo. Creo que hoy he adelantado el temario y mañana tendría solo que estudiar por la mañana, y por la tarde no tengo nada que hacer...

—Ni se te ocurra tocarlo sin mí.

—¿Por qué te crees que te lo estoy avisando, tonto?

—Oye, a mí no me llames tonto.

Flavio le sacó la lengua, y la sonrisa que había esbozado al ver la reacción del rubio acabó quedándose fija en su rostro, sintiendo que su corazón latía de manera arrítmica por primera vez en mucho tiempo, pues el piano había pasado de ser un sueño a una realidad que iba a cumplirse. Tenía miedo de ponerse a llorar cuando empezara a pulsar las teclas, pero esperaba no ser tan intenso con sus sentimientos. Aunque otra parte de él pensaba en todo el tiempo que había pasado sin tocarlo, y lo que adoraba aquel instrumento. La espera había merecido la pena, y puede que tuviese que llegar una pandemia mundial para que todos los astros se alineasen, y así poder, por fin, tocar el piano. Para cualquiera podría parecer una auténtica tontería, pero para Flavio significaba muchas cosas, pero, la que más le hacía sentir, era retomar su pasión. Siempre había querido dedicarse la música, desde que vio lo mucho que le gustaba estar sentado delante de un piano, y trabajar de ello era su sueño imposible. "E imposible va a seguir...", pensó, pues había una probabilidad entre un millón de que ocurriese.

¿Y por qué? Porque la mayoría de los pianistas que trabajaban para filarmónicas y distintos grupos de intérpretes ya destacaban desde pequeños, y en cuanto crecían, iban directos a las grandes universidades con programas musicales donde podían desarrollar su talento. Los padres de Flavio consideraban que su hijo era bueno, pero no había seguido el mismo camino que otros grandes pianistas, por lo que, consideraban que no iba a llegar a nada si seguía por ese camino. Ellos querían lo mejor para él, y en su cabeza ellos tenían la idea de que lo mejor era tener primero una carrera universitaria, y, si realmente era lo suyo, empezar en alguna universidad o conservatorio el grado de piano y acabaría llegando.

Para ellos, si tenía que pasar, acabaría pasando. Nunca había discutido con sus padres sobre eso, pues no creía que mereciese la pena, y estar sentado delante de un manual de Derecho Procesal I no era tan malo, ¿no? Estaba entretenido, a pesar de la gran cantidad de artículos y demás conceptos que debía aprenderse.

Al otro lado de la calle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora