Y así comenzamos... Capítulo 1 parte 1

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ACORRALADA

by

Lady Graham

. . .

A la edad de 11 años, Candy y Susi comenzaron una gran amistad, habiendo sido responsable de conocerse: un peligroso y a la vez divertido encuentro entre una bicicleta y una patineta.

En el parque de la comunidad donde ambas vivían, estaban las dos: Candy descendiendo una breve colina en la bicicleta, mientras que Susi viajaba en la patineta. El problema con esta chica, es que, iba distraída atendiendo un entretenido juego en una consola portátil, lo que no le permitió ver, sino escuchar el grito de...

— ¡Cuidado! — por parte de Candy que apenas estaba aprendiendo a usar su bonitamente adornado vehículo de dos llantas.

Éstas, —luego de arrollar a humana con patineta—, pasaron sobre la consola que había volado junto a su dueña.

Susi, —sentada en el asfalto de una serpenteada vereda—, conforme se sobaba una rodilla miraba cómo Candy seguía su rápido camino, pero eso sí, pidiendo histéricamente auxilio al no poder controlar el manubrio ni mucho menos los pedales al ir sus piernas estiradas hacia los costados.

La "arrollada", —al imaginarse el tamaño del golpe que alguien se llevaría—, dejó su dolor a un lado para levantarse, correr y hacer el intento de socorrer a la chica aquella; no obstante, no hubo sido posible, y el binomio se estrelló dura y cómicamente contra un grueso árbol.

Por supuesto, un fuerte ¡ay! se escuchó en el lugar. También la consternación de Susi al inquirir:

— ¡¿Estás bien?!

— Creo que... sí — respondió de momento la caída.

Verificado que efectivamente no le dolía más que un raspón en el codo en el cual cayó, Candy decía:

— Sí, sí estoy bien. ¿Y tú?

— También lo estoy — respondió Susi quien oía:

— Lo lamento mucho. Perdí el control y... lo siento — se disculparon de nuevo.

— No, no pasa nada.

— Pero... destruí tu consola.

— Y aunque te extrañe, te agradezco que este haya sido el accidente que mamá siempre me advertía tendría por ir tan enfrascada en mi juego.

— Sí... qué bueno.

— Me llamo Susi — ésta, sonriente, se presentó estirando su mano para ayudar a:

— Candy.

— ¿Eres de aquí? — preguntó la patinadora.

— Sí — contestó la otra chica; y al estar levantando su bicicleta oía cuestión:

— ¿Y por qué nunca habíamos coincidido? Yo visito con frecuencia el parque.

— Yo... casi no.

— ¿Y eso?

— Debo cuidar a dos hermanos menores en lo que mis padres salen a trabajar.

— Oh entiendo.

— ¿Tú no tienes?

— No, soy hija única.

— Y ni siéndolo, ¿obedeces lo que te dice tu mamá?

— ¿Sobre el cuidarme? — inquirió Susi.

— Claro.

— Será porque... mi mamá en sí no es mi mamá sino... mi madrastra.

— Oh — expresó una apenada Candy. — Lo siento.

— ¿Por qué? — Susi quiso saber.

— Ha de resultarte difícil lidiar con ella.

— Hasta eso no, porque me deja hacer las cosas que quiero. Por ejemplo, mi destino, antes de toparme contigo, era la pista de patinetas. Pero, con lo sucedido, regresaré otro día.

— Susi, de verdad, lo siento.

— No te preocupes, Candy. Te repito que... estoy agradecida con este encuentro.

— ¿En serio?

— Sí, mujer; ahora permíteme ayudarte con tu bicicleta.

La acomedida tomó el vehículo por el asiento y dijo:

— ¡Vaya qué está pesada!

— Será porque... está armada de diferentes pedazos de hierro — informó Candy conforme comenzaba a jalar su bici.

— Eso... de cierto modo... es bueno — respondió Susi lista para empujar.

— Siempre y cuando sepa manejarla.

— Claro, Candy. Pero ya aprenderás.

— ¿Después de cuántas caídas?

— ¡Bastantes!

— ¿Cómo las tuyas padecidas al usar una patineta?

— Pudiera ser.

— ¿Y qué me dices del golpe?

— Te aseguro que ni querrás intentarlo al decirte ¡cuánto duele!

— ¿Más que esto? — es decir, la caída reciente.

— Mucho más.

— Entonces, así lo dejaremos — comentó Candy esbozando una linda sonrisa para Susi quien le correspondió de igual manera.

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