En una institución mental cualquiera dentro de la nación, se abrían sus puertas para recibir a unas elegantes visitas. Se trataba de tres hombres y una mujer que iban a ver el apartado, exteriormente silencioso y blanquecino lugar.
Pero en lo que esas cuatro personas llegaban a la oficina principal ubicada en el tercer piso de cinco de un alto y ancho edificio, en ella, el doctor encargado, —sentado detrás de su escritorio y ocultando un nerviosismo—, otorgaba un acceso.
La humanidad que apareciera por la puerta causó en él: una amplia sonrisa, el que dejara rápidamente su asiento y dijera con suma amabilidad:
— Me da gusto que te hayas animado a venir.
Una tímida voz que hacía parte de una linda mujer se escuchaba:
— La enfermera Frank me dijo que te urgía verme.
— O séase que, de no haber mencionado "urgencia", me hubieras dejado plantado de nuevo, ¿cierto? —, él fingió sentirse decepcionado con la respuesta dada; en cambio, la recién llegada, no pudiendo ocultar un sonrojo ante la coqueta insinuación, excusaba:
— Hay... mucho qué hacer.
— Lo sé — el galeno afirmó. — Y se complicará un poquito más con visitas que están ¡a nada! de llegar.
— ¿En qué... puedo serte útil, Arthur?
— Lo eres ya con ofrecerte. Gracias — él sonrió. — Pero también quiero que vengas conmigo, y me acompañes a darles el recorrido por las salas. Por tu antigüedad aquí, todos los pacientes te reconocen mejor que al equipo médico, y, no se pondrían nerviosos ante rostros desconocidos.
— ¿Puedo saber a qué vienen? — ella se interesó.
— Sí, puedes; y se trata de... ayuda económica. Uno de ellos es un viejo amigo mío: Bob Billy, que nos ayudará a contactar un amigo de él que tiene una cantidad innumerable de millones de dólares. Pero Bobby, primero quiere ver con sus propios ojos, el lugar con todas sus necesidades.
— Y si no se consiguiera esa ayuda... ¿estamos amenazados de ser lanzados de aquí? — ella, con su consternada pregunta, reflejó en su rostro un pincelazo de miedo y llanto.
— Lo estamos, sí; pero hay que confiar que Bob ha dado su palabra de hacer todo lo posible por mantenernos en este edificio.
— ¿Y si no es así?
— Candy, no hay que ponernos pesimistas, porque... yo soy el más nervioso de todos. ¡Mira cómo me tiemblan las manos! — el galeno las mostró, aunque de una manera exagerada que consiguió sacar unas leves risitas. — ¡Eso! — alguien celebró una pizca de sonriente felicidad. — Asimismo quiero que recibas a nuestras visitas. Además de Bob, tú eres mi esperanza. Solo me queda impulsarte para que dejes este lugar.
— ¡Pero...!
— No, no, no; no te alteres — pidió el doctor al verla, sí, a ella temblar.
— No... lo hago, solo que...
El llamado a la puerta la interrumpió.
La solicitante, sin acceso autorizado, abrió para informar:
— Ya están aquí, Arthur.
— Gracias, Lucrecia — dijo el galeno; y a su acompañante indicaba: — Vamos a recibirlos.
Candy asintió con la cabeza; y en su antebrazo derecho sintió la cálida, amigable y rescatable mano del doctor que la guió en un camino hacia el exterior.
ESTÁS LEYENDO
Acorralada
Fiksi PenggemarHISTORIA DE MI TOTAL AUTORÍA. Acorde a un pensar, "entre amistades, no debe haber rivalidades de amores", por eso, ella ¡jamás! puso sus ojos en él que hizo todo lo contrario sin importarle que saliera un corazón lastimado. Historia inédita del tip...