Capítulo 2

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Con lo apretado que sintió su cuerpo y la invasión de su boca por otra un tanto agresiva, Candy se consideró ultrajada; pero también Terry había conseguido dejarla confundida, temblorosa ¡y tremendamente aterrada! de solo pensar en su amiga y la traición cometida de ambos.

— ¡Por Dios! ¡Por Dios! ¡Por Dios! — repetía Candy derramando torrentes de lágrimas conforme lo veía perderse entre demás arbustos.

A solas, la chica cayó de rodillas al suelo y también sus flores.

Libres sus manos, Candy se tapó el rostro preguntándose:

— ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué él...?!

La jovencita dejó ese cuestionamiento para gritar conforme inclinaba su torso:

— ¡SUSI, TE JURO QUE NUNCA LE DI MOTIVOS! ¡TE LO JURO, AMIGA! ¡PERDÓNAME! ¡NO QUIERO PERDERTE! ¡NO QUIERO, Y MENOS POR ÉL!

... que, por su parte y muy sonriente, se reunía con sus amigos y novia, la cual le preguntaba de su ubicación anterior.

Dicha secretamente al oído y con un brazo echado en los hombros de su chica, el atrevido y pícaro Terry, luego de besarle una mejilla, se interesaba en saber lo siguiente a hacer entre ellos.

Porque Susi, al no verlo en el grupo, sugirió regresar adonde los mentores y los demás, con éstos irían a la playa, pero sugiriéndose tomar un camino mucho más corto que los otros llevaban. Lo que no les permitió toparse con dos colegas y el organizador del evento que, al no divisar a una estudiante, fueron en su búsqueda.

Dos veces ya la habían llamado; pero con el primer grito, Candy, de nuevo asustada, enderezó el torso, dirigiendo su mirada hacia la dirección que aquellos traían.

Con el segundo grito, ella hizo todo lo posible por limpiarse el rostro; uno que luciría peor de que lo estaba al ensuciarlo con tierra.

Con los ojos rojos debido al llanto y con una mormada voz, la chica intentó atraerlos, lo que fue un fracaso y consiguió el tercer llamado.

Por saberlos cerca, Candy se puso de pie para correr hacia ellos indicándoles:

— ¡Acá estoy!

— ¡¿Qué te ha pasado?! — preguntó de inmediato el maestro.

— Me caí — excusó una llorona ella.

Y debido a que su rostro tenía rastros de lodo y otro tanto sus rodillas, la consternación se volcó a preguntar:

— ¿Te lastimaste?

— No mucho, pero... me gustaría regresar al campamento.

— Pero allá se quedó nadie, Candy.

— Profesor, si ella quiere regresar, yo pudiera acompañarla — se ofreció un jovencito de tercer grado, de lentes y cabello rizado. No obstante:

— ¡No! — gritó Candy debido al temor de quedarse a solas con alguien que no conocía, y mucho menos con lo experimentado recientemente. — Vayamos adonde los demás.

— ¿Estás segura? — preguntó el profesor.

Para demostrarlo, Candy emprendió sus pasos dejando atrás sus lindas flores y escuchando la plática trivial en la que se envolvían sus compañeros y maestro; señal de que, la manera en que fue encontrada, no sería tema de interés de dos a compartir con los demás.

Ese hecho, la puso libre de sospechas; sin embargo, en el momento que sus ojos distinguieron la figura de su amiga, Candy, traicionada por las lágrimas e impulsada por el miedo, corrió en dirección contraria.

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