ACORRALADA
by
Lady Graham
. . .
Habíamos dicho que en la oficina de Arthur... allá, se aguardaba preguntándose para matar el tiempo:
— ¿Cómo está Candy?
— Hasta esta hora, bien.
— Es bueno saberlo.
— Sí, claro — dijo secamente Arthur.
De pronto, se escuchó el primer timbre en un teléfono, cortando así la "amena" plática.
Por ser el de su uso personal, Bob lo atendió; y al momento de decir: "Sí, ya está aquí", lo colocó frente a su amigo, el cual respondería el saludo matutino y pondría atención a lo siguiente a tratar que les tomaría treinta y cinco minutos.
En el treinta y seis, Arthur le pedía a Lucrecia ir en la búsqueda de Candy.
Mientras iban por ella, el doctor comenzaba a dar una serie de indicaciones a Bob quien respondía:
— Una vez en mis manos, sé lo que tengo qué hacer.
— Con la condición, de que si ella reacciona y desea volver, no se lo impedirán.
— Lo acabas de acordar con él; y así será.
La presencia de Candy interrumpió la conversación de dos, preguntando ella:
— ¿Es hora de irnos?
— Sí, por supuesto — dijo Bob terminando de dejar su asiento.
— Entonces, en marcha que se hace tarde — indicó una apresurada "empleada"; y por eso, el galeno apenas alcanzó a decir:
— Candy, mucho cuidado y... suerte.
— La tendré, doc., gracias. Lo veo más tarde.
— Sí... claro.
La apagada voz de Arthur, solo Bob la percató. Y decir que se sentía mal por él, pues sí, porque también era su amigo interesado en la misma mujer, y que resultara bastante parlanchina.
Bueno, Bob sabía de antemano que Candy estaba bajo hipnotismo y que jamás salía del instituto; y que lo en ese momento visto, —conforme se alejaban de ahí en auto—, la atraía en demasía y las preguntas surgían.
Las que podía, Bob contestaba; las que no, las esquivaba para cuestionarla a ella, que hablaba de cosas que nada tenían que ver con el tema que a él le hubo interesado saber.
Sonriendo, Bob seguía manejando. Casi dos horas les tomó llegar adonde les aguardaban.
Puesto en alerta, un astuto Terry evitó el bullicio de la ciudad, e indicó a su amigo llevarla a una casita campestre que de sencilla, ni la entrada por donde un auto cruzaba, tenía.
Por ende, los ojos de Candy expresaron exagerada sorpresa.
— ¿Te gusta? — preguntó Bob.
— Por fuera se ve muy bien.
— Y por dentro se ve mucho mejor. ¿Lista para entrar?
— Sí, por supuesto.
Con la indicación, los recién llegados se dispusieron bajar. Aunque, al arribar a la principal puerta, Bob decía:
— Ve adentro, Candy, yo olvidé algo en el auto —, y en el que rápidamente se montaría para alejarse de ahí.
Autorizada, la mujer tomó la perilla, la cual comenzó a girar de manera lenta.
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Acorralada
Fiksi PenggemarHISTORIA DE MI TOTAL AUTORÍA. Acorde a un pensar, "entre amistades, no debe haber rivalidades de amores", por eso, ella ¡jamás! puso sus ojos en él que hizo todo lo contrario sin importarle que saliera un corazón lastimado. Historia inédita del tip...