prólogo

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Dios no perdonó a los ángeles cuando pecaron, sino que los arrojó al infierno y los dejó en las tinieblas, encadenados a la espera del juicio.

2 Pedro 2:4




La caída había dolido más de lo que imaginaba. Había visto a muchos caer y más de uno se había reído a escondidas, incluyéndome, pero ok, aprendí la lección; jamás reírse de alguien que se ha caído, porque duele como la mierda.

El olor era raro, entre asqueroso y agradable dependiendo de dónde estabas inclinado. Moví la cabeza hacia la izquierda sin abrir los ojos y la superficie me recordó a los duros e incómodos asientos de oro que nos obligaban a usar cuando éramos principantes, que jodido dolor de culo daban esos, pero al menos no olían mal como ahora, es un olor muy parecido al de la carne podrida... En el lado derecho la superficie no estaba tan mal, era blanda, húmeda, huele a tierra mojada. Petricor.

Abrí los ojos, claro, estaba lloviendo, y precisamente estaba sobre tierra mojada, en el lado izquierdo había una lápida que marcaba:

Patrick Stone.
Se fue del mundo sin haber hecho algo. Su familia lo extrañará.

Wao, jodida lápida el pobre Patrick. Tu familia es una cagada amigo, al menos ya te fuiste y sin haber hecho algo, eras un estúpido inútil, espero que no te moleste ser mi primera víctima.

— Por ahora, Patrick, podrías detener tu asqueroso trabajo de putrefacción porque me asquea la nariz. 

Siento el cuerpo como si hubiese tenido encima cinco vacas gordas, jamás había sentido tanta pesadez. El cielo estaba oscuro, pero era claro que en unas pocas horas se iluminaría, parecía ser de madrugada. Llevaba muchísimas horas inconsciente. La lluvia cesaba poco a poco, pero el rocío en las hojas de los árboles permanecía.

Me levanté ayudándome con la lápida, el cementerio parecía llevar décadas sin ser visitado. Puta madre. No lo conocía, ni idea de dónde estaba, oh claro, tierra santa, pero de todas las tierras santas tenía que ser precisamente la más desconocida. Aunque Patrick parecía llevar sólo unos días ahí... Curiosamente, la lápida no mostraba fecha, ni la de él ni ninguna.

Cementerio de ateos. Entre los árboles la estatua de un ángel sufriendo; vaya lugar.

Una tierra no tan santa, el lugar perfecto para caer y darte un golpe maravilloso en toda la cara y romperte la nariz. Caminé sin rumbo, en alguna parte debía haber una carretera, o algo con lo que se entretienen las personas en la tierra. Lo había visto varias veces desde el trono, lugares llamativos y llenos de luces hechos para la diversión, la lujuria, gula y todos esos pecados que solían hacernos repetir una y mil veces hasta el cansancio.

Salí del bosque y encontré azfalto, no había ni un rastro de vida cerca, hasta que una extraña vibración llegó a mis pies, a lo lejos una luz comenzó a acercarse, retrocedí unos pasos por si se trataba de algún ser extraño, pero una música estruendosa junto al sonido de metales chocando, el motor humeante, rugiendo, concluí que se trataba de un auto, que aún con toda la velocidad en la que era conducido, se detuvo frente a mi provocando un ruido con las llantas.

El chofer me observó a través de sus gafas oscuras, el cabello negro estilo Elvis no le quedaba tan mal, aunque era un poco pasado de moda, honestamente, parecía que una vaca lo hubiese lamido minutos antes.

— ¿Vas a subir? —me dijo.

— ¿Quién eres tú?

— Patrick Stone, me llamaste, ¿No? —sonreí.

— Ya te habías tardado.

Subí al auto, parecía ser un modelo muy antiguo como para ser identificado, de todas formas estaba bien para ir hacia donde tenía en mente.

— Hacia dónde vamos, Roger. —tomé unas gafas oscuras guardadas en el compartimiento, me las puse mientras Patrick encendía el vehículo.

— Al infierno.

El error de los caídos.

El error de los caídos | MaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora