3. audace

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Roger

Y terminamos en la iglesia, pero nos echaron rápido de ahí.

Resumiré rápido.
Llegamos antes de que iniciara la liturgia. La pulga jamás había estado en una iglesia antes, pero nada le sorprendía, ya había leído mucho sobre la religión en internet.

El sacerdote me obligó a apagar el cigarrillo antes de entrar, lo hice pero me deshice de la colilla dejándola en la mano de una estatua del arcángel Gabriel. Por si no quedaba claro que lo detestaba.

Entré a la iglesia y avancé hasta el altar. Con las manos en la cadera me dirigí hacia la figura de Jesús en la cruz.

— ¡¿QUÉ MÁS QUIERES DE MI?! —tal vez gritarle no era lo más correcto pero aún sentía dolor por todo lo que había ocurrido ese fatídico día. Ahora estaba aquí, cuidando de una niña e intentando regresar a mi hogar, de donde nunca debí salir en primer lugar.

— Yo creo que él quiere que dejes de ser gay —observé a la mocosa sentada en la primera fila de la derecha, tenía los brazos cruzados.

— Que no soy gay, y le viene valiendo verga si las personas son o no son homosexuales mientras exista el amor y las buenas acciones —me crucé de brazos y fruncí el ceño, no estaba intentando imitarla pero era contagiosa su forma de actuar.

— ¿Y cómo sabes eso?

— Lo conozco en persona.

— A Jesús o a Dios.

Le dediqué una mirada fastidiada, enserio que esa niña podía llegar a ser muy irritante.

— Mejor cállate. 

El sacerdote se nos acercó, o más bien, se le acercó a la mocosa, lo miré de reojo e ignoré su presencia porque seguía fastidiado con la presencia divina del hijo de Dios. Mirar con odio a Jesús era algo muy osado, pero todos en mi posición estarían igual que yo, no pueden decirme que no.

— Leí en internet que los sacerdotes están casados con Dios, ¿Por qué ustedes sí pueden ser homosexuales? —abrí la boca de la sorpresa, sentí que la mandíbula se me caía al vacío. Miré a la sanguijuela con ganas de darle un golpe... ¡¿Cómo mierda?! La tomé de la mano, levantándole del asiento y asesinándole con la mirada por haber hecho un comentario tan fuera de lugar. La niña miró al sacerdote.

— Es que él es gay.

— Ya te dije que no soy gay maldita descarada, discúlpate antes de que te lance a la calle y no vuelva a saber nada de ti.

La niña me dirigió una mirada de odio, el sacerdote observó en silencio nuestra batalla mental, bastante desorbitado. Fue ahí cuando nos sacó a patadas, terminamos caminando sin rumbo, yo todo fastidiado porque tendría que buscar otra iglesia y meter a la mocosa en un convento, o tenerla bajo una estricta educación religiosa en casa. En una semana sería toda una monja.

— ¿Vamos a comprar ropa?

— No, no tenemos el dinero —no tardó en mostrarme el fajo de billetes que le había dado Andrew. La muy rata lo había planeado todo y se había echado los verdes en el bolsillo sin decirme nada.

Terminé aceptando comprarle ropa, pensándolo bien era lo mejor, no estaría entregándole mi propia ropa todo el tiempo. Caminamos porque ambos estuvimos de acuerdo en ahorrarlo todo para dedicarlo por completo a los gastos rosas de ella, nada de transporte público, sólo si sobraba para el regreso a casa. Acepté porque no quería ser una mula con todas las cosas que la poodle planeaba comprar; ropa, zapatos, un cubrecama bonito, y cualquier cosa que encontrara bonita en realidad.

El error de los caídos | MaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora