1. fureur

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Advertencia: historia con muchísima violencia explícita, lenguaje adulto, escenas sexuales explícitas.


Roger

Era medianoche, la calle estaba totalmente vacía, parecía una escena sacada de una película, sólo faltaba la lluvia repentina para realizar una toma romántica.

El problema era que no habían dos protagonistas dispuestos a encontrarse para besarse apasionadamente bajo las gotas. Lo que ahí había era una presa huyendo de su depredador.

No sabía con exactitud si ese hijo de puta sabía que llevaba un par de horas siguiéndolo, desde que salió hacia el trabajo en la mañana mintiéndole a su esposa sobre ir al hospital en donde supuestamente era el jefe, hasta que llegó a la clínica barata que mantenía. Lo esperé por horas, fumando algunos cigarrillos que me dejaron un sabor asqueroso en la lengua el cual tuve que soportar hasta que las ganas de venganza llegaron al ver a esa sabandija salir de su escondite. Volví a seguirle, lo seguí en la tienda y lo vi hacer compras básicas.

A esas alturas era muy sencillo notarme, y claro que quería ser notado, deseaba, babeaba por la atención de esa rata que decía ser un humano.

Mi presa se detuvo a mitad de camino, yo no me hubiese detenido en plena calle vacía a esas horas, era prácticamente un suicidio, pero ese tipo no le temía a nada ni a nadie.

— ¿Hola?

— Hola, cariño. —respondí con una sonrisa, apuntando el cráneo ajeno con el revólver.

Lo sentí tragar saliva, soltó las bolsas con las compras y levantó las manos en pleno reflejo. Antes de hacerlo voltear pensé si era buena idea presentarme a la víctima, tal vez no era necesario, lo haría en el anonimato en nombre de todas.

— Entra a tu casa antes de que te saque los ojos con dos disparos en tu retorcida cabeza. —me obedeció sin pronunciar ninguna palabra. No supe cómo reaccionar ante la falta de agresividad, de emoción, pensaba que sería más caótico, pero el muy imbécil me obedecía sin chistar.

Le di tiempo para buscar las llaves de su casa y abrir, lo hice entrar de un empujón, lo que provocó que tropezara, ahora además de asesino, estúpido. Cerré la puerta de un portazo, miré la bonita casa, muy bueno gusto como para tratarse de un psicópata.

— ¡¿Qué sucede?! —una voz femenina me hizo despegar la mirada de las fotos en las paredes, la amenacé con el revólver porque quería silencio y esperaba dejar eso muy en claro.

Lo malo de estar intentando matar a alguien en su propia casa, era que debía considerar unos terceros participantes, y habían varias opciones; matarlos también o matarlos también. Era una decisión difícil de tomar... Broma, ¿A quién engaño? La solución es simple, hay que deshacerse de todo lo que pueda hacerme terminar en la cárcel, aunque a estas alturas una celda me venía dando igual.

Estaba a nada de sobrepasar el límite entre la cordura y la estabilidad.

En fin, cuando hay terceros y tienes sólo una arma, te arriesgas a que tu víctima principal se levante del suelo y te tome del brazo para derribarte. Caí como un saco de papas y por poco suelto el revólver, recibí una patada en los huevos y puta madre, que dolor más mierda, pero ese puñetero dolor sólo aumentó mis ganas de arrancarle la cabeza a ese hijo de puta. Reí.

La mujer de la rata saltó hacia él en un grito al verme reír, gritó por ayuda y antes de que se formara un escándalo innecesario, me erguí y disparé al techo. Que difíciles eran las personas cuando estaban a punto de morir.

— Sepárense. —ordené.

Intenté analizar mi alrededor por si ese imbécil tenía algún arma escondida por ahí, pero todo parecía indicar que no era así. Los obligué a sentarse y los amarré con lo primero que encontré; cortinas. No era muy seguro pero de todas formas me encargué que fuese algo firme.

El error de los caídos | MaylorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora