Prólogo: Semáforo rojo

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Huele a mermelada de fresa. Un trozo de pan tostado, quemado, de color carbón. Se oye el cuchillo y cae al suelo. Retumba el parqué. Contemos hasta cinco, que la ley de Murphy dice que las bacterias no existen. Miro la pared fijamente, como si de algo importante se tratara. Son las seis y media de la mañana. Aún estoy en fase REM. O eso creo.

El reloj avanza. Ya voy tarde, para variar. La verdad es que soy experta en quejarme cada segundo que pasa. Voy a proponerme no hacerlo, aunque bueno, si lo hago con ironía técnicamente no me estaré quejando. La cuestión. O me como el mundo igual de bien que la tostada, o el mundo me come a mí. Ya veremos qué más me como durante el día.

Un BMW de color negro del año 98. Me está gastando una broma y se está riendo en mi cara. No arranca. Pasan tres minutos. Giro la llave. No arranca. A ver, calma, vamos a pensar. ¿Has pisado el embrague? Vale. Ya he puesto la primera marcha. Como me gustaría despertarme cada día con el embrague pisado y sin freno de mano.

En la carretera. Cinco paradas en diez minutos. Caravana de tres minutos. Semáforo rojo. Continúo. Semáforo rojo. Continúo. Por fin he llegado. Ahora ves tu y encuentra sitio para aparcar el coche. Estoy visualizando un hueco tremendo, el coche cabe perfectamente. Mierda. Querido Seat León, no me hagas la competencia. Espabila, que no llegas. Sé optimista que encontrarás sitio. Ahora sí.

Estoy poco nerviosa. Voy a llegar tarde a una reunión de trabajo, una de las más importantes de la empresa. Solo se realiza una vez al año. Estas pueden permitir mejorar la calidad de la empresa, pensando en qué podemos cambiar y cómo conseguir una jornada de trabajo ideal. Lo cierto es que me parece muy estúpido formar parte de este encuentro. Ellos mantienen sus ideas sin empatizar con el trabajador. Un buen jefe debe pretender que el empleado esté a gusto con su tarea diaria, de tal manera que conseguirían mayor productividad y satisfacción del trabajador. Se acaba la reunión. Un encuentro de siete horas y tres cuartos. Hablando de lo mismo, sin aportar solución alguna.

Me miro al espejo. El cabello ondulado cae sobre mis hombros. Mi cara ya está más despierta que esta mañana. A pesar de ello, me cuesta mantener la mirada fija ante ese reflejo. Sin querer una vocecita en mi interior me dice que no cumplo los cánones de belleza. Que dónde voy con ese tipo por el mundo. Cada peca de mi cara me acompleja más todavía. Casi que mejor desvío la mirada.

Subo al BMW. Esta vez arranca demasiado bien. Le doy al power y suena la canción de Sinsinati, Volar. Mi mente se desvanece. Nada importa. Soy feliz con poco, con planes improvisados, la vida es más bonita, cuando no estás de letargo.

Me encuentro un papel de publicidad en el coche. ¿ Necesita un cambio en su día a día? ¿Cansado de la monotonía? Apúntese con nosotros. Suena a publicidad engañosa, se puede oler desde la otra punta del país. Menuda estafa, pensaba yo. Seguí con la música, a toda pastilla. Semáforo rojo. De repente se oye un golpe detrás del coche. Me bajo de la vida. Y del coche.

-Disculpe, ¿es usted consciente que acaba de hacer una marca monumental a mi coche? - dije gritando al descarado conductor de atrás.

- Señora, no ha sido nada, no exagere.- dijo el señor mayor con tono burlón.

-¿Que no exagere? Ya está usted haciendo un parte.

Y sí, el parte me lo hizo. Y sí, me llamó señora. Señora. Señora es una mujer mayor. Soy joven. Señorita, por favor. Lo cierto es que un poco mal educada sí que fui. Y bueno, un poco exagerada también porque el coche solo tenía un rasguño. Aún así, hay que luchar por lo que se quiere. O eso dicen.

Por fin llego a mi piso compartido con dos amigos y una compañera. Uno de ellos se llama Álvaro. Tremendo monumento de hombre. Es una persona amable, simpática, se quiere, es inteligente y además, a mi me parece guapísimo. Seguro que sus padres son piratas, porque lo cierto es que él, es un tesoro. Por contrabando, mi compañera Elena es algo especial. Hace una semana que vive con nosotros y no sé por qué acepté tal propuesta. Quizás estoy prejuzgando, pero no me da buena espina. De veras que por gente como ella, el champú lleva instrucciones. Por último, mi otro amigo del alma, Pablo, es un chico pelirrojo, afeminado, siempre mantiene la sonrisa intacta, es vegano y trabaja en un bar. Lo cierto es que dentro de lo que cabe, estoy bastante contenta con mis compañeros. Podría ser peor. Yo soy Bárbara y a veces soy demasiado clara y sincera, considerado un gran defecto para muchos y una gran virtud para unos pocos.

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