Estoy viendo en el escaparate un vestido precioso. De color blanco. Le cae una cola larga. El escote tiene forma de corazón. La cintura es muy estrecha. Es espectacular. Espectacular para un mujer con una talla 32 y con ganas de casarse. No tengo ni una condición, ni la otra. Cada vez las tiendas hacen las prendas más pequeñas y más surrealistas. No me considero gorda, pero estoy recia, o eso me han hecho creer siempre.Me encuentro a Álvaro. Se está fijando mucho en mi. Sus luceros me repasan cada tatuaje que llevo. Noto cierta preocupación en su cara.
-Bárbara, ¿cómo estás?- me dijo demasiado poco entusiasmado a mi parecer.
Por mi mente pasaban muchas respuestas. Podría decirle que estoy bien pero mentiría. Y algo que odio con toda mi alma son las mentiras. Estoy en una etapa de mi vida un tanto inestable porque no me siento realizada conmigo misma. Me falta algo en mi vida y no sé qué es. Creo que sí lo sé. Estoy sintiendo algo por Álvaro. O quizás es que es el único hombre que tengo cerca de mí.
-Voy haciendo.-dije con media sonrisa. Vaya castaña de respuesta.
-Tengo un poco de prisa, en cuanto llegues a casa avísame y tomamos unas cervezas.
Qué ilusión. Me dijo de tomar algo juntos. Qué ilusa. Este ser inmortal estudia Economía en una de las universidades más prestigiosas del país. Siempre lleva un tupé engominado, bien peinado. Luce un polo de color blanco y unos pantalones grises del Zara. Le aprietan los muslos. El glúteo. Unas bambas blancas con rallas negras. Bastante desagradables a la vista a mi parecer pero a él le quedan bien.
Me pregunto: << ¿ Dónde iría este portentoso muchacho con tanta prisa?>> Ya le preguntaré después.
La brisa mueve mi melena y siento cada movimiento de aire sobre mi cutis. El calzado que llevo me aprieta un poco el pié pero a pesar de ello mantengo la espalda recta y el pecho fuera. Hoy tengo día libre, voy a ir a por todas, pero antes haré una parada en la cafetería Promise.
Este establecimiento es famoso por los pasteles que venden. Me compraré uno puesto que me lo merezco. La cuchara se inunda de chocolate haciendo que el cacao se derrita más que los glaciares del polo norte. Huele a dulce. Y tan dulce que acaba de entrar por la puerta una de mis mejores amigas de la infancia. Hacía años que no la veía. Tiene el cabello liso y es morena. Los dientes los luce un tanto torcidos. Es bajita pero lleva un taconazo más alto que Michael Jordan. Quién fuera Michael Jordan.
-¡Eva! - exclamo. Como si la cafetería fuera tan grande.
-¡Hola guapa!-ella tan simpática como siempre. - Estoy en mi rato de descanso del trabajo. Venía a por un pastel de crema. ¿Qué haces aquí?
Lo cierto es que era evidente lo que estaba haciendo. Tenía toda la boca repleta de pepitas de chocolate. Me desesperé por encontrar una servilleta pero no la encontraba.
-Probando uno de los mayores placeres de la vida. Qué satisfacción.
-Eso te va a costar unos cuántos kilómetros corriendo.-me dijo levantando una ceja y con un tono algo despectivo. Tenía razón. La cosa está en que a mi me gusta correr de otras maneras. Y no especialmente con ropa de deporte.
- Voy a comer rápido, que tengo poco tiempo para ello. Un placer volver a verte, compañera. - me dijo. Se sentó en una mesa algo lejos de mí.
Decidí enviar un mensaje a Mario, el primo de Álvaro. Cuando le conocí, él llevaba un cigarro en la boca. Tenía una mirada penetrante, de echo la sigue teniendo. Ya hace tres años desde aquél encuentro. Tuvimos un pequeño romance pero la cosa no fue a más, yo sé que yo a él le gustaba mucho pero él a mí no tanto. Solemos quedar de vez en cuando, quizás dos o tres veces al año.
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Eso dicen
RandomBárbara es pasional y atrevida. Deberá aprender a quererse a sí misma. Vivió de cerca la consternación de la pobreza y las atrocidades que el sistema de la trata de mujeres conlleva. Cuando falleció su madre, se le cayó el mundo encima. Se enamorará...