Sigue lloviendo al filo de la nada.
En la cabeza tengo el cielo. Oscuro. Nebuloso. Cerrado.
La temperatura desciende.
Cada vez es más mustia la lluvia que cae. No exonera, no purifica, no riega.
Dejará de llover pronto.
Descienden las gotas sin sentido; caen sin esperanza; ruedan sin pena.
El líquido lo corroe todo.
La paz y la felicidad y el calor.
No es agua.
No es llanto.
No es vida.
Es un absurdo discurso ácido que se escurre torpe entre las rocas del piso sobre el que me encuentro.
Es un recordatorio.
Es inevitable.
Es el paisaje que se limpia de mí.