Con una buena taza de café en mano, su mirada esmeralda estaba perdida en el cielo nublado a través de la ventana de su casa.
Esa mañana había vuelto a despertar en la cama donde, ahora, solo se sentía la fría soledad calarle hasta los huesos. Sus gatos se habían fugado a otra casa para comer, dejando su plato lleno de croquetas y el ambiente navideño lo veía en blanco y negro ese año.
Varias fotos ardían en la chimenea como una forma de catarsis. Eran algunas que sobrevivieron a aquel día de finales de noviembre, así como sus sentimientos que seguían tan vivos como ayer.
—Duele seguir amándote —susurró con su cabeza recostada en el cristal, provocando que su aliento empañara la ventana.
Louisa era una bibliotecaria que trabajaba en el centro de la ciudad. A pesar de que era una señorita bonita, no había gozado de la experiencia de una relación amorosa debido a su personalidad introvertida y su ansiedad social. Sin embargo, contaba con todos los requisitos para llamar la atención de un hombre extranjero que un día llegó a la biblioteca.
Se trataba de Osamu Dazai —o al menos ese había sido el nombre que le dio—, un japonés que había conseguido trabajo en el país de las oportunidades y ratón de biblioteca en potencia. La había enamorado con palabras bonitas, detalles costosos que la abrumaban y citas que pusieron en práctica sus modales en la mesa. Presa de sus encantos, ella confió todo su ser en un viejo zorro como lo era el castaño. Mas, la realidad destruyó el cuento de hadas hacía un mes atrás. Dazai la estaba engañando con otra mujer y el descarado intentó hacerle creer que todo era producto de su imaginación. Cuando sus palabras no la convencieron de lo que había atestiguado, el castaño se quitó por fin su máscara y la insultó como nadie lo había hecho nunca.
Aburrida, poco agraciada, mujer fácil. En fin, no valía la pena reproducir todas aquellas cosas que alimentaron su inseguridad y le implantaron la idea de que nadie la iba a amar.
—¿Qué hice para merecer tu falta de querer? —un nudo se formó en su garganta y de no haber sido porque el timbre sonó, se habría demoronado como la noche anterior.
Dejó sobre la mesita ratonera su taza y caminó con sus pantuflas hacia la entrada principal. Posando su ojo por la mirilla, se sorprendió por quien era la persona que estaba esperando en el porche la nevada de ese día. Presurosa, abrió la puerta para salvar al hombre y al mapache de morir congelados.
—Edgar, ¿qué haces aquí en plena nevada? — el mapache fue en primero en entrar al cálido ambiente, seguido de su dueño que traía su ropa con nieve encima y su nariz y mejillas rojas por el frío. Lo único que se mantenía intacto de la nieve era la pizza que traía en sus manos. — ¡Dios santo! Te estás congelando. Ven, siéntate cerca del fuego.
Las delgadas manos lo condujeron hacia el sofá y desesperada por su estado, trajo una manta para que recuperara su calor corporal. Además, se tomó la molestia de dejar la caja de pizza sobre la barra que dividía la sala con la cocina.
—Gracias, Louisa. Lamento que tengas que preocuparte por mí —dijo apenado por la situación—. Logré regresar a la ciudad para navidad y quise venir a visitarte, pero la nevada me atrapó en pleno camino.
Desde la secundaria habían sido grandes amigos gracias al club de Literatura de su escuela. Ambos se comprendían al tener personalidades parecidas en cuanto a la timidez, pero fue solo Edgar quien se tuvo la suficiente confianza para emprender en lo que más le apasionaba: la escritura. Muy a diferencia de Alcott, quien se quedó en su ciudad para ser bibliotecaria al ser la via más accesible según ella.
Ahora, su viejo amigo de la escuela regresaba después de varios años como un reconocido escritor y, a pesar de la fama con la que actualmente contaba, decidió venir a visitarla en plena nevada.
—¿Por qué lloras? ¿Te sientes mal? —dejando caer la manta que ella le había dado, se acercó para intentar consolarla— Dudo que pueda traer a un doctor, pero si necesitas que haga algo, estoy a tu disposición.
—Estoy bien. Descuida —quitándose sus lentes, se limpió las lágrimas con su dorso—. Gracias por venir a visitarme, Edgar.
La sonrisa que dibujó en su rostro le devolvió la tranquilidad al joven escritor y le propuso a que comieran juntos la pizza que había traído con él, lo cual Louisa aceptó.
Ya la habían amado desde hace mucho tiempo atras, desmintiendo así las crueles palabras de su ex novio. Pues, la amistad era otro tipo de amor.
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Tu tanta falta de querer (Bungou Stray Dogs)
FanficLa falta de querer de alguna antigua pareja puede afectar nuestra forma de percibirnos y el como vemos a los demás. Sin embargo, tener a las personas correctas a nuestro lado pueden ayudar a que sanar las heridas no sea tan solitario. ⚠️Los personaj...