¡No se puede hablar con ustedes!

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--A ver, explícame otra vez por qué va a venir el mundano a una fiesta del submundo…

Preguntó Alec de mala gana, en tono cansado.  Jace, sentado frente a él en la cocina del Instituto, con un sándwich de queso asado mordisqueado que se enfriaba, tamborileó con sus largos dedos sobre la mesa oscura y puso los ojos en blanco.

--Dios, si lo entendiera, si tuviera algún sentido, créeme, te lo explicaría; pero no lo entiendo y no tiene sentido, así que… --Se interrumpió.

--Pero entendió que si le pasa…

--Lo entendió --Jace lo interrumpió con la mirada hacia arriba.

--¿Sabe que en ese lugar podría…

--Lo sabe

--¿Le dijiste que llevarlo era…

--Le dije.  Dos veces –replicó con un suspiro.

--¿Y entonces?

--Ella lo quiere llevar –por fin posó en él sus ojos dorados.

--Por lo que se ve, ahora ella es la que manda… si se le hubiera ocurrido que fuéramos vestidos de bailarinas de ballet con tutús rosados, entonces…

--Lo haría. Y lo disfrutaría si eso la hace feliz. –respondió Jace con una sonrisa perdida y mirando al vacío, como si se lo imaginara.

--Me cuesta reconocerte, Jace Wayland –añadió Alec, negando con la cabeza. Jace le dedicó un encogimiento de hombros que cerró la conversación.  Luego miró el reloj colgado en lo alto de la pared.  Las agujas marcaban las 11 de la noche.  Estaban listos hacía horas, pero no sabían que arriba, hacía 40 minutos, Clary intentó ir con sus jeans nada menos que a una fiesta en la casa del Gran Brujo de Brooklyn, Isabelle casi necesitó resucitación y su cuarto se convirtió en una tormenta de ropa y accesorios que intentaba combinar con urgencia.

Por la puerta, silencioso, apareció Iglesia que se frotó en la pierna de Jace.  Este lo levantó y comenzó a rascarle detrás de las orejas con una sonrisa.  Si no fuera un gato, podría jurar que Iglesia se la estaba devolviendo entre ronroneos.

--¿Cómo van las cosas arriba? ¿te dejaron espiar algo?

De su regazo, saltó a la mesa y olisqueó el sándwich.  Jace siguió acariciándolo en el costado y conversando con él.

--Me pregunto si tendremos que esperar mucho… no vamos a llegar a tiempo.

--Es una fiesta, Alec, no es el colegio, no nos van a poner llegada tarde.  Además, llegar un poco tarde a una reunión tiene algo de glamour y distinción.

Iglesia gruñó y saltó al piso y salió de la cocina como una exhalación.

--Y ahí llegó la rata.

Con perfecta coordinación, se escucharon los golpes en la puerta.

--Ve a abrirle, espero aquí –dijo Jace con magnanimidad.  A Alec, se le cayó la mandíbula al piso.

--¿Yo? Jamás.  Que espere afuera –respondió con displicencia.

--Alec… --le dijo con el tono que usaría un profesor-- ¿No te han enseñado a ser cortés?

Lo miró serio, pero en sus ojos azules se escondía una sonrisa.

--Creo que me quedé dormido en esa clase.

Otra vez los golpes.  Isabelle se asomó por la escalera y pidió –exigió- que le abrieran.  Los dos pusieron los ojos en blanco y sin necesidad de palabras, se miraron y jugaron piedra, papel o tijera.  Ganó Jace, como siempre.

Y llegó la rata, perdón,  Simon...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora