Funerales

315 32 5
                                    


Sobre las cumbres

hay paz,

en las copas de los árboles

apenas puedes

percibir un aliento,

los pajarillos han enmudecido en

el bosque.

Espera, pronto

descansarás tú también.

El atardecer de la vida - Johann Wolfgang von Goethe

No le deseo la muerte a nadie, pero ojalá nunca me falte trabajo. El de funebrero es un oficio que casi ningún poni querría tener, pero en algún lugar hay que poner a los muertos. Y alguien debe hacerse cargo de prepararlos para su morada final. No es nada lindo, no es nada fácil, enfrentarse a la pérdida que representa la muerte, a la terrible realidad de saber que quien se fue no volverá jamás. Quizá por ser Equestria un reino tan pacífico y poco acostumbrado a las tragedias, la muerte, cuando sucede, es un choque espantosamente doloroso. No sé cómo lo llevarán las otras naciones, pero supongo que en un lugar donde la muerte es moneda corriente, se pierde toda sensibilidad sobre la misma, lo que no deja de ser triste.

Yo aprendí a lidiar con la muerte a eso de los diez u once años, cuando murió mi perro, Hermes, y curiosamente, el momento más triste de mi infancia fue el que me permitió obtener mi cutie mark, después de muchos intentos por encontrar mi talento. Me enfrentó por primera vez al dolor de perder un ser querido, pero me mostró que mi función en el mundo era preparar a los muertos para su descanso eterno. Mi perro y yo fuimos compañeros inseparables, yo nací cuando él ya era más o menos adulto, aunque ambos supimos llevarnos bien y pudimos recibir equilibradamente el cariño de mis padres. Fue mi primer gran amigo. Yo no soportaba a los demás potros, porque todos ya tenían su marca, y solían molestarme mucho. Ojalá ese club de potrillas que buscaban su cutie mark hubiera existido en mi época.

Hermes solía acompañarme a visitar el cementerio (señal casi inequívoca de mi destino), que estaba a las afueras de Ponyville, rodeado de árboles que plantaron los hijos de los fundadores cuando éstos empezaron a fallecer. Habían elegido ese terreno por su uniformidad y las características de la tierra, como el lugar ideal para establecer un camposanto. A mí me llamaba mucho la atención ese sitio silencioso, prolijamente cuidado y cubierto de un aura especial, con todos esos pequeños monolitos de piedra que representaban a un poni fallecido. El celador, quien estaba a cargo tanto del cementerio como de los funerales, fue otro amigo, aunque se convirtió en mi maestro cuando conseguí mi cutie mark: una tumba con una herradura en el centro. A la muerte de Hermes, yo quise darle una sepultura digna, y para eso pedí ayuda al celador. Él ya estaba acostumbrado a los entierros de mascotas, había una sección para ellas. Me ayudó a preparar el cuerpo, ubicarlo en su cajón, organizar los ritos fúnebres, cavar la fosa. Mis padres no estaban muy de acuerdo pero yo insistí en que quería hacerlo, y bueno, ya conocen el resultado.

Actualmente, yo soy el funebrero, aunque ya tengo mis años y estaría necesitando un aprendiz, alguien que pueda tomar mi lugar cuando me toque la hora. No han sido años malos, sinceramente, y al contrario de lo que cuchichea la chusma, vivir en el cementerio no es ni aterrador ni espeluznante ni nada. Es algo más bien misterioso. Los ponis no poseemos ninguna habilidad para contactar con los muertos... a donde sea que vayan, porque estoy seguro de que no permanecen en este mundo. O por lo menos, la mayoría no se queda aquí vagando entre las tumbas y lamentando sus desdichas sufridas en vida. A veces, uno que otro parece estancado. Se siente sobre todo en las noches, cuando me encuentro semi dormido, y oigo algo así como un murmullo suave, como si alguien pasara cerca de la casita que ocupo como cuidador del cementerio. Una de esas ocasiones que estuve entre el sueño y la vigilia, recuerdo que alguien me había preguntado cómo llegar a Fillydelphia, y yo respondí vagamente que había que tomar el tren de la primera hora. Y a mi vez pregunté para qué quería ir allá, pero él o ella ya se había ido. Debió ser uno de los ponis que había enterrado aquella semana, pero sería raro porque el alma ya ha abandonado su cuerpo antes de que éste sea enterrado, por lo tanto, sería lógico que, de no haber pasado al más allá, anduviera por la casa en que murió. O quizá el fantasma estaba de pasada. Más allá de eso, y de la extraña energía que emana, el cementerio es tranquilo.

No es un adiós... [MLP:FIM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora