Han pasado tres años, yo acabo de cumplir dieciséis y JC cumplirá los diecisiete en unos meses. En teoría ya podría irme de ese infernal colegio, pero justo ahora que puedo irme es cuando no quiero, aunque al ser huérfano los maestros me apremian. El señor Fontaine incluso ha contactado con amigos suyos de París para poder conseguirme algún trabajo sencillo que me permita ganarme la vida. Quiso que cursara estudios superiores, pero pudiendo trabajar, no pienso estudiar más.
Es curioso cómo todos los objetivos de tu vida pueden verse truncados por la presencia de una sola persona. Quería alistarme en el ejército, pero ahora en 1952 ya no hay noticias sobre los alemanes, ya todo se ha calmado y no se prevé ninguna otra guerra, y yo solo querría servir a Francia si eso conllevara acribillar a toda Alemania igual que ellos hicieron con mi padre. Quería huir con JC a París y vivir por nuestra cuenta, y también ese plan se ha venido abajo en el momento en el que ninguno de los dos quiere marcharse de Puentes de Cristal.
Estamos en clase de historia, el señor Fontaine está hablando ininterrumpidamente sobre quién sabe qué, no me interesa. Mi lugar ahora es atrás de todo, al haberme convertido en uno de los mayores, con JC y un par de chicos más. Como si la suerte sonriera de mi lado, me tocó al lado de la ventana, por lo que tengo vistas del huerto, y como todos los martes a las diez y media de la mañana, las chicas tienen clase de educación física con míster Murray, pues el hombre que instruía esa asignatura se jubiló y él tomó el puesto el año pasado.
Yo apoyo el mentón en la palma de la mano cuando veo pasar a todas las chicas, que como siempre, dan vueltas al edificio a paso ligero. Mis ojos siguen casi de manera obsesiva a una cabellera rubia trenzada, cuya dueña solo mantiene el ceño fruncido y le grita a míster Murray con una sonrisa burlesca.
—Podrías no babear, por lo menos —murmura JC a mi lado, serio como siempre y tomando notas de lo que dice el maestro. Empieza a aburrirme que después de doce años juntos le cueste tanto sonreír, incluso si se riese de mí me molestaría menos.
—No estoy babeando —dejo de mirar a la ventana y dirijo mi mirada a la pizarra.
—Eres bastante patético, podrías decirle que te gusta.
—Ni de broma, me odiaría.
—Por eso, así al menos dejarías de tirar tu vida aquí por un amor no correspondido —no comprendo su dureza, hablar de Célestine siempre le molesta más que nada. Le frustra mucho que no me quiera ir por ella.
—¿De qué hablas? Tú tienes un año más que yo y también estás aquí, ¿cuál es tu motivo?
Juraría que le he visto ruborizarse, aunque se oculta rápido bajando la cabeza hacia su cuaderno, no me contesta. Entreabro los labios y mis ojos se vuelven redondos. No me puedo creer que sea tan hipócrita.
—¡A ti también te gusta alguien! —exclamo en susurros, conteniendo una carcajada—, ¡cómo pudiste no decírmelo!
—No sé de qué hablas —se le nota nervioso, me fijo en su mano. No es capaz ni de escribir, suelta la pluma y oculta las manos bajo la mesa, consciente de que le estoy observando.
—No me lo puedo creer, ¿quién?
—Bélanger, estás equivocado...
—Moreau, Bélanger, ¿se puede saber qué clase de debate mantienen sobre Waterloo? Parece más interesante que mi punto de vista, desde luego —el señor Fontaine nos mira a ambos y mete una mano en el bolsillo de su pantalón, expectante.
—Es que a Bélanger le gusta François —para mi sorpresa, es el feo de Fantin el que me delata. Cerdo traidor. Lo que no sabía es que fuese tan obvio.
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Puentes de cristal (LJI, #1)
Historical FictionUna niña poco amante de las reglas tendrá que vérselas en un reformatorio donde conocerá a una chica enamoradiza y alegre, a un chico que la ignora y a otro que adora hacerla rabiar. • Célestine odia a las monjas que se encargan de educarla; le dice...