Mi cabeza simplemente no puede más. Tengo entre mis manos otra carta más de Béatrice, escrita con su bella caligrafía, en la que dice que no volveré a ver a Pierre hasta que no explique por qué había unos aros rojos como la sangre entre las sábanas de mi habitación de la escuela. Ambos conocemos la única explicación posible que hay.
No puedo estar más agobiado. No es la primera vez que Béatrice descubre una infidelidad mía, pero esta vez es más seria, y aunque no es enteramente mi culpa, asumo mi parte de responsabilidad. Pero esta vez habíamos acordado respetarnos y ser un matrimonio feliz, por Pierre. Y entonces apareció Odette François. Imposible pensar en Béatrice teniendo a una mujer como Odette tan cerca de mí.
Béatrice y yo no nos parecemos en nada, no tenemos gustos ni aficiones parecidos, y desde hace años no dormimos juntos. Vine a Puentes de Cristal para tener una excusa y estar lejos de ella, a mi libre albedrío. Sin embargo, Pierre no deja de ser un pilar fundamental de mi alegría, y no volver a verlo no es una opción para mí. Si Béatrice le cuenta a mi padre lo que ocurre entre nosotros, le dará carta blanca para desaparecer con mi hijo.
Cojo los aros rojos y los observo en mis manos, pensando en esa modista rubia de ideal tan atrayente como revolucionario. Se me escapa una sonrisa. Los guardo en el bolsillo del pantalón y salgo de la habitación con los libros bajo el brazo. Lo que menos me apetece es dar clase ahora mismo, pero no tengo otra opción, por lo menos los niños me distraerán un poco de mi caótica vida conyugal.
—Señor Fontaine, ¿se encuentra bien?
Juliette clava su mirada dulce en mí, yo alzo la cabeza cuando oigo su voz. Ella va vestida con la ropa formal, de camino al aula de las chicas con un par de libros en las manos. Su tono sin embargo no es tan agradable como la afabilidad de sus ojos.
Fuerzo una sonrisa y asiento con la cabeza, pasando los dedos pulgar e índice por la ceja para aparentar normalidad.
—Claro, ¿por qué no iba a estarlo?
—Porque tiene cara de haber estado engañando a su mujer.
Esa respuesta tan cortante y malencarada me deja gélido. Tardo unos segundos en procesar lo que me acaba de decir. Juliette jamás había hecho nada semejante, borro mi semblante amigable y frunzo el ceño.
—¿Disculpe?
—No es a mí a quien debe pedir disculpas, la señorita François está aquí, pero Célestine está castigada sin visitas.
Odette está aquí, no puede ser.
—Le exijo que retire lo que ha dicho, madame Juliette.
—Seguro que no me exigiría tanto si tuviera veinte años menos. Usted se merece lo peor, engañar así a la pobre Béatrice, debería darle vergüenza, con lo que ella lo quiere a usted...
—Creo que eso no la incumbe a usted, madame Juliette.
—No, claro que no.
Sin tan siquiera pedirme disculpas, continúa su camino con la peor mirada que nunca una mujer me ha dedicado. No es mi culpa haberme casado por obligación, yo tenía más planes para mi futuro, y Béatrice fue lo único que se interpuso entre ellos y yo.
Bajo hasta el recibidor para buscar a Odette, todavía abochornado por lo que me ha dicho Juliette, surrealista. En el camino me quito el anillo áureo del dedo anular. Los pasillos están desiertos, tan solo me encuentro a Renaud, que me informa de que hay una atractiva fémina preguntando por mí. Sonríe de manera que parece entender lo que ocurre, eso me incomoda. Parece que todo el mundo está al tanto de mi vida privada.
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Puentes de cristal (LJI, #1)
Ficción históricaUna niña poco amante de las reglas tendrá que vérselas en un reformatorio donde conocerá a una chica enamoradiza y alegre, a un chico que la ignora y a otro que adora hacerla rabiar. • Célestine odia a las monjas que se encargan de educarla; le dice...