Capítulo 7. Colette Deneuve.

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Llevo una minuciosa cuenta, y puedo afirmar que Célestine lleva aquí un mes y tres días. No puedo ser más feliz, es la mejor amiga que jamás he podido soñar, en ese tiempo no he tenido que enfrentarme a ninguna matona como Pauline Merchant. Una cosa tan pequeña como Célestine François ha resuelto todos mis problemas, y ni las mayores pierden el tiempo en molestarnos, visto lo que le ocurrió a Merchant cuando lo hizo. Sin embargo, sé que ella no es tan feliz como yo, se le ve en la cara que echa de menos a su hermana.

La verdad es que yo no extraño a mi madre ni a mis primos, que era con quienes vivía antes de venir a Puentes de Cristal. La señora Manon, mi estimada madre, me internó en este centro hace un año porque odiaba mis faltas de atención y no tenía reparo en decírmelo, más bien gritármelo. Nunca fui rebelde como Célestine, pero sí que me aburrían las clases particulares que me daba ella misma porque es una respetable maestra en París. Y me frustra estar en un correccional rodeada de gente problemática y de huérfanos, pero el señor Fontaine alegra todas mis mañanas.

Lo pasé muy mal cuando se fue con su mujer porque estaba a punto de dar a luz. Todo el mundo me ridiculiza porque no tengo miedo en demostrar mi afecto por él, pero nadie entiende que yo no debería estar aquí. Yo podría ser perfectamente una alumna estándar de un centro normal, tengo despistes ocasionales como todo el mundo, pero el director Blanc y mi madre seguro que han hecho una especie de pacto para no sacarme de aquí nunca. Él nunca escribirá un informe favorable conforme puedo irme, jamás. Mi madre querrá que me case antes que dejarme irme, y yo solo quiero a una persona, a Léopold Fontaine, ¡por el amor de Dios! Es el único que me ha demostrado que le importo en este maldito lugar.

JC y Adrien me han hecho sentirme igual de importante que un guisante, no los odio por ser rebeldes, los desprecio por ser despreciables. Y por suerte, ahora que Célestine se lleva bien con ellos, no se ríen de mí. Aunque bueno, estos últimos días Bélanger ha desaparecido por completo del mapa, no le he visto en tres días, y lo que es más raro, a Moreau sí. Le pedí a Célestine que le preguntase dónde estaba Bélanger, pero ni él lo sabe. Los maestros tampoco aclaran nada, pero nos tememos lo peor; que el señor Vieusse lo haya matado, o que se haya fugado para siempre.

Está a punto de sonar la campana para poder acabar las lecciones de la señora Fauvel, una anciana intransigente y malévola que curiosamente adora hacer burla del pésimo comportamiento de Célestine. No como el señor Fontaine, ella lo hace con intención de hacerle daño de verdad.

—Veamos, por ejemplo, usted, señorita Célestine, venga a la pizarra, usted copiará lo que yo dicte.

Ella gruñe y se le suben los colores, yo enarco las cejas con pena. Detesta escribir por su mala caligrafía, todavía tiene miedo de escribir con la mano izquierda por si a esa bruja le parece incorrecto que lo haga. Además, desde que Bélanger está desaparecido, ella está más apagada e irascible.

—¿No puede hacerlo otra persona?

—¡Será maleducada! ¡Qué esperar de una mocosa como usted!

—¡Maleducada es usted, que se ríe de mi letra!

En una ocasión me dijo que le recordaba a las monjas que le daban clase en Lyon, y que por eso no puede ignorar sus comentarios como hace con Léopold. Yo decido intervenir de la manera más educada y recatada posible, tratando de que ninguna pague su malhumor conmigo.

—A mí me gustaría salir a escribir, señorita Fauvel.

—Y a mí me gustaría que guardase silencio mientras no le doy permiso para hablar, señorita Deneuve.

Enrojezco y al momento bajo la mano que había alzado, miro a mi amiga con una mueca de lamento. Ella me sonríe ligeramente, entendiendo que he hecho lo que podía desde mi posición de amiga. No puedo saber nunca qué es lo que pasa por el cerebro de Célestine, es una niña muy compleja y a veces tiene impulsos irracionales que no harán más que buscarle problemas. Como ahora mismo.

Puentes de cristal (LJI, #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora