Capítulo 2 - El Final

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Dejó de vivir. Pero al abrir los ojos se encontró frente al camión, mirándolo de pie, justo en el lugar del suceso. Suspiró aliviado. Se alejó sin pensar en nada más que el alivio de saber que no había pasado nada, solo una mala pasada de su mente. Pasó al lado de las ambulancias y cúmulo de gente que hbía alrededor. Paró de andar. ¿Ambulancias?

- ¿Pero que...?

Se giró. Sintió que se mareaba. Le fallaron las piernas y cayó al suelo. Oía los llantos de la niña a la que casi atropellan, que estaba abrazada a su madre en la esquina. Pero su mareo no era de alivio.

A diez metros, se veía a si mismo, su cuerpo, tirado en el suelo, sangrando por varios sitios, totalmente inmóvil. Gente, médicos, todos corrían hacia él. Los villancicos de fondo ya no le parecían una hermosa melodía, sino la banda sonora de aquella horrible pesadilla. Cerró los ojos e inspiró, intentando mantenerse cuerdo y calmado. Tenía que avisar a alguien, pedir ayuda. Pero al intentar llamar la atención de cualquiera, no pasaba nada, como si nadie lo viera o sintiera. En cierto modo, sabía que era inútil. Estaba muerto, después de todo. Se acercó a su cuerpo, intentando tocarlo, a ver si pasaba como en las películas y podía volver a entrar. Pero fue en vano, ni siquiera sentía el tacto, era como tocar humo, lo traspasaba.

No pudo más. Echó a correr, como un loco salido del psiquátrico, gritaba y lloraba mientras corría como jamás había corrido, pasando entre todo el ambiente navideño.

Tras media hora, cayó rendido y se echó en un banco de un parque cercano, que casi nadie transitaba nunca. Pero aquello había funcionado, su cabeza estaba mucho más despejada. ¿Qué iba a ser de él? ¿Qué le dirían a sus padres, a su familia, y a sus amigos? 

Preguntándose eso, empezó a cerrar los ojos en busca de que el sueño se lo llevara.

Un estruendo horrible y cercano se lo impidió. Se levantó del susto, y miró al cielo. No vió rayos, ni truenos, pero si vió como el cielo literalmente se rompía. Se resquebrajaba como el cristal, dejando ver una puerta roja como la sangre, de unos veinte metros de alto y trece de ancho. Embobado por aquel fenómeno tardó en darse cuenta de las dos personas al lado de la puerta.

Una mujer de pelo plateado, logró distinguir, ojos verdes y una preciosa y pura blanca piel, llevaba un vestido ceremonial, con volantes, azul, como si viniera de un palacio. 

El hombre en cambio, pelirrojo, con una melena despeinada y salvaje pero con mirada solemne. Vestía también como si fuera una especie de noble, un traje rojo y dorado. Sonreía educadamente y miraba a Ryuji fijamente. Entonces, habló.

- Buenas noches, chico muerto.

Ryuji frunció el ceño. Ya pocas cosas le iban a sorprender a estas alturas, e increíblemente estaba calmado. Tanto que sintió miedo de si mismo.

- Tengo un nombre, guaperas. Ryuji Ageha. Ahora me dices el tuyo, si es que quieres y eres algo educado, y lo intentamos de nuevo.

Debía de ser por la situación, tal contestación. Ryuji solía ser educado, pero no se arrepintió de haber hecho eso. Para su sorpresa, el hombre estalló en una carcajada.

-¡Muy bien, muy bien! Mis disculpas. Me llamo Lucifer, soy un demonio que habita el mundo espiritual.

Ryuji hizo un sonido parecido a un "Pff" característico en él cuando aguantaba la risa.

- ¿Lucifer? ¿Demonio? Claro, y a mi me ha escogido Avril Lavigne de bailarín de repuesto en su gira mundial.

El hombre que se hacía llamar Lucifer le miró extrañado.

- Avril.... ¿que? Bueno, dejemonos de palabras extrañas y vayamos al grano. Ryuji. Ven con nosotros. Tenemos que hablar sobre tu muerte y posible... vuelta al mundo de los vivos,

Ryuji reaccionó a aquello último.

-¿...Qué?

SeiryuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora