*Capítulo Diecinueve: "La unión"

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Después de aceptar y hacerse acreedor de cada una de las culpas que le regalaron solo por el hecho de su nacimiento como un omega: lujurioso y marcado por el "pecado", Yuuri fue arrastrado a un pabellón oscuro, con catorce celdas más inmundas de l...

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Después de aceptar y hacerse acreedor de cada una de las culpas que le regalaron solo por el hecho de su nacimiento como un omega: lujurioso y marcado por el "pecado", Yuuri fue arrastrado a un pabellón oscuro, con catorce celdas más inmundas de lo habitual, donde empezó a convivir con los otros hombres, jóvenes y niños, cautivos y torturados a diario. Él, de inmediato, los reconoció como aquellos omegas que vio con anterioridad, el día en que decidió escapar por primera vez. Sus ojos hundidos exploraron a las personas que lo acompañaban en ese martirio inmerecido: se veían demacrados, sin demasiadas ganas de seguir existiendo en una sociedad a la que realmente no le importaba mancillarlos con el fin de complacer el morbo de algunos grupos sectarios.

Yuuri, que entró a empujones a su nuevo hogar, se sentó en el suelo de la quinta celda, con el corazón roto por su falso escape a la libertad, volvió la cabeza a la izquierda cuando escuchó a un niño de aproximadamente quince años sollozar por el cruel destino que vivía hacía varios meses. Pudo admirarlo a plenitud, porque solo unos barrotes los distanciaban.

El adolescente no dejaba de mecerse sobre su propio cuerpo mientras gemía palabras incomprensibles. Sus ropas rotas eran una comparación obscena al estado corrompido de su mente calcinada por una miseria que ningún humano merecía. Desde esa distancia, los huesos de sus clavículas se apreciaban como el filo de un cuchillo por lo pronunciadas que estaban.

—Nada es diferente a los años en los que nuestros antepasados fueron obligados a llevar una marca que los identificara como omegas —habló una voz demasiado grave para parecer la de un cautivo, Yuuri quitó su atención del niño que lloraba y regresó su vista a la celda frente a la suya—. Esa época en la que fuimos encerrados en enormes cuadras no es muy diferente a la actualidad —prosiguió su relato cerrando los ojos.

Se oía bastante cuerdo para estar encerrado, pero demasiado flaco para resistir una semana más de martirio. Su cuerpo delgado y sus piernas cubiertas con grandes vellos, que lo protegían por la falta de comida, dejaban en evidencia la delgadez de su ser. Su aspecto resignado revelaba que él llevaba cautivo mucho tiempo, y su ropa parecida a un trapeador mugriento olvidado en el sótano, no tenía mejor aspecto que sus cabellos rubios...

—Nos quieren matar y sin duda lo harán —la palabra "matar" fue el detonante para que el movimiento de trece cuerpos fuera visible.

Con las acción de todos los omegas, Yuuri comprobó que el lugar estaba lleno.

—Saben que maltratarnos psicológicamente hasta un punto crítico, hará cambiar nuestro aroma, y eso causará que no podamos luchar con nuestras feromonas —siguió explicando, al conseguir que sus compañeros le prestaran atención a sus parloteos—. O al menos eso es lo que dicen ellos.

El aroma pestilente era persistente en el ambiente, pero como el olfato de Yuuri se había acostumbrado a la inmundicia, ya no le interesaba vivir en medio de flores o de desagües.

—El día que vengan a matarnos, lucharemos... —propuso el más fuerte, sabiendo que la fuerza de todos podría hacer un cambio considerable.

—No, no quiero morir —se repitió la misma frase en cada palmo de la habitación.

Nuestro paraíso [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora