Capítulo 3

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Anthony se arrepintió de poner un pie en Whitechapel nada más bajar del carruaje. Unos pobres muchachos se le pegaron al abrigo para pedirle un penique -y hurgar en sus bolsillos en busca de algún reloj de oro o cualquier otra reliquia que les solucionara la jornada-; las prostitutas los llamaban desde las esquinas exhibiendo generosos escotes y labios untados en carmín. 

Hubo una época en que Anthony disfrutaba de este ambiente como una incursión a la despreocupación, más allá de las rígidas normas de la alta sociedad, pero todo esto había cambiado. Diez o quince años atrás habría venido aquí como quien visita un país extranjero, maravillado por todo lo que no podía encontrar en su universo cercano, pero ahora solo podía ser consciente de la miseria de aquella parte de la ciudad, por lo que evitaba lo máximo posible cometer la hipocresía de sumergirse en aquél mundo con los bolsillos llenos pero vacío de humanidad.  Se giró hacia William, cuya expresión se asemejaba a la suya propia. Sin duda alguna, ambos habían venido para ser la escolta personal de Jordan, que era el que verdaderamente se lo pasaría en grande con sus bailarinas exóticas en algún tugurio de mala muerte. 

-¿Por donde empezamos? -preguntó el vizconde-. Justo en esa esquina hay un pub ruidoso, apestoso y maloliente esperándonos. 

William y Anthony siguieron a su amigo hasta un portal desgastado de madera. Desde la acera podría oírse todo el alboroto del interior. Los tres hombres entraron el bar, presididos por el vizconde Dunhaim, quien nada más cruzar el umbral que separaba el exterior del local, fue recibido con una gran sonrisa por el gerente, un cincuentón ataviado con un delantal sucio, con el rostro rojísimo y un frondoso bigote que le ocultaba prácticamente toda la boca, a la que le faltaban unos cuantos dientes. No era la primera vez que Jordan iba a ese sitio, y si encima le traía invitados, ese hombre no podía estar sino encantado de que tres miembros de la aristocracia frecuentaran su negocio.

Les condujo a una de las mesas de la esquina, rodeada por una bancada de madera. Pasó el trapo sucio por la superficie grasienta, mientras no paraba de repetir "mis señores, un placer". Anthony encontraba aquella velada cada vez más incómoda y algo le decía que la cosa no iría sino ir a peor. Jordan hizo la comanda para los tres, algo que agradeció. 

-¿Y bien? ¿Vas a contarnos algo sobre las mujeres del continente? -dijo Jordan, haciéndose oír entre el barullo, recostándose en la pared.

-No son distintas de las inglesas. Y te recuerdo que soy un hombre prometido, aunque tiendas a olvidarlo por tu propio bien.

-¿Olvidarlo? Nunca, es una losa que arrastro desde que nos diste la buena noticia. -dijo, sacando a relucir su ironía. 

Anthony miró el anillo que su amigo llevaba en el dedo meñique. No pretendía casarse nunca, el compromiso le provocaba urticaria. Debía admitir que se alegraba de no ser como él. A Anthony no le asustaban los sentimientos. 

-¿Tú también crees que estoy loco, Will? -miró a Norfolk, que lo tenía enfrente. 

El hombre se encogió de hombros. 

-Creo que querer a veces la compañía de una mujer es una cosa, y comprometerse toda una vida con ella es otra. 

-¡Bien dicho, Norfolk! -lo felicitó Jordan, golpeando la mesa. 

-Eso sí -continuó el conde-, aunque no me enorgullezco de mi reputación, no soy tan asiduo de meterme bajo las faldas de cualquier muchacha que se me cruza por el camino. 

-¡Me ofendes! Si vierais a esas señoritas sabríais de lo que hablo. -Jordan cogió el vaso de whisky que el camarero acababa de servir, incorporándose-. Yo sé, mis queridos amigos, que no sería capaz de hacer feliz a una mujer como su esposo, y una mujer tampoco podría hacerme feliz a mi como esposa. Es un hecho que comprendí hace mucho tiempo. No hago nada más que vivir acorde con las leyes de la naturaleza. 

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⏰ Última actualización: Nov 21, 2020 ⏰

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Besando a un desconocido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora