Capítulo 2

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—Estás muy callado, cielo. ¿Te ocurre algo?

A la buena de Amelia no se le escapaba nada, siempre sabía cuando a Anthony le intranquilizaba algún asunto, pero esta vez no sabía si podría sincerarse como siempre hacía y desahogarse en los brazos de su prometida. Sin duda, el reencuentro con su vieja amiga Celia había sido muy desconcertante, ahora que lo recordaba pensaba en ese momento como un sueño, como si realmente nunca hubiese estado en esa casa ni tampoco hubiese estrechado entre sus brazos a la pequeña niña que siempre había sido más alta que él. Hasta ahora, claro.

Podía entender que no lo hubiese reconocido; habían sido muchos años sin verse y él tampoco había sido muy considerado al no afeitarse la incipiente barba que ya necesitaba la mano de un experto. La última vez que había visto a Celia apenas le empezaban a crecer unos cuantos pelos en la barbilla que en ese entonces Anthony había odiado con todo su ser. Ella seguía igual de guapa, y lo primero que se le vino a la cabeza al abrazarla fue Down Hall durante las tardes de verano. Nunca olvidaría su infancia en ese lugar, nunca podría olvidar a su amiga caza mariposas.

—Te conté que hoy iba a visitar a una vieja amiga ¿verdad? Lady Albymore, su madre, ha fallecido recientemente.

—Sí, lo recuerdo.

—No sé si ha sido muy buena idea volver a verla después de tanto tiempo, no en estas circunstancias.

—¿No se ha alegrado de verte?

—No es por eso, está muy afligida por la muerte de su madre y creo que no ha sido conveniente que me presentara allí sin avisarla siquiera. Debe haber pasado por muchas emociones estos días.

Anthony sacudió la cabeza, cuantas más vueltas le daba al asunto más culpable se sentía consigo mismo.

Amelia, que había estado en un sillón contiguo al suyo, se arrodilló a su lado y le estrechó la mano cariñosamente.

—Cariño, no deberías martirizarte de esta manera. La visita de un buen amigo nunca es impertinente.

"Pero no soy un buen amigo", pensó él.

Ni siquiera recordaba por qué se fue de Inglaterra sin hacérselo saber a Celia, pero en ese momento había tomado esa decisión y suponía que debió tener sus motivos, ya que Anthony nunca había actuado impulsivamente y meditaba mucho un asunto antes de dar el siguiente paso. Pero cuando se trataba de sus sentimientos las cosas no eran tan sencillas, no podía reducirlo todo a lo práctico, que era lo que tendía a priorizar en cualquiera de sus razones para llevar a cabo algo. Desde que había vuelto de sus viajes era un hombre mucho más meticuloso, recto y racional. Un hombre de negocios, como diría su padre, alejado de las pasiones. Pero Celia era otro cantar. Celia era toda esa pasión que el chiquillo había llevado consigo hasta que se hizo mayor y la disciplina lo enderezó. Para Celia no había motivos, no había que buscar razones. Por eso se había presentado sin enviar ningún telegrama tan solo para avisar de la inesperada visita.

—Debería redactar una carta y pedir disculpas.

Amelia había estado hablando, pero él había estado demasiado absorto en sus pensamientos para prestar atención a sus palabras. La joven fue consciente de ello, pero no dijo nada. Se limitó a comprender el estado de abatimiento en que se encontraba su prometido.

—Haz lo que creas correcto, cielo. Te dejaré solo.

Antes de que se marchara Anthony le estrechó la mano que ella le había dado en todo momento y le besó el dorso para después ofrecerle una media sonrisa.

—Te quiero.

—Y yo a ti. —añadió antes de salir de la habitación.

El duque de Wiltishire, que había mantenido la compostura con la espalda erguida en la butaca, se dejó caer pesadamente con las piernas abiertas soltando un bufido.

Besando a un desconocido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora